Roca Barea: «Hay que dejar de estar todo el santo día con el imperio y la Inquisición»
La escritora firma una novela sobre las brujas de Zugarramurdi y Alonso de Salazar
'Las brujas y el inquisidor', de Elvira Roca Barea, premio Primavera de Novela 2023

Los inquisidores son antagonistas, secuaces que susurran maldades o secundarios grises en la ficción, pero rara vez han sido protagonistas y menos virtuosos. En 'Las brujas y el inquisidor' (Espasa), Elvira Roca Barea vuelve a ir a contracorriente con su primera novela publicada y ... entrega el papel de héroe a la figura histórica de Alonso de Salazar, un inquisidor español que a principios del siglo XVII puso sentido común en el proceso de brujería en la aldea de Zugarramurdi (Navarra).
«En España existen este tipo de distopías que dan lugar a que personajes como él hayan quedado olvidados en la historia y que cuando se ha hablado de ellos ha sido al revés, en clave tremebunda. Existe ese tabú enorme que hace que haya que acercarse a la Inquisición siempre en clave absolutamente catastrófica», recuerda Roca Barea.
El inquisidor no solo denunció los errores cometidos en el juicio posterior, sino que influyó en el Santo Oficio para que primara la razón en el futuro. «Había una tradición larga de escepticismo en España ante la brujería, por lo que realmente gracias a Salazar lo que se volvió es a la posición tradicional de considerar la brujería como superstición popular», resume la autora tras años dándole vueltas a esta historia.
Este grito a favor de la razón se adelantó un siglo al que se viviría en el resto de Europa, aunque ese dato se suele obviar en pos de los tópicos. «Es cierto que él encontró resistencias en su empeño, pero no estuvo solo. Si lo hubiera estado, le habría resultado imposible lograr que la Inquisición modificara sus normas y que se produjeran nuevas leyes en 1614, por las cuales ya nunca más se condenó por delito de brujería a nadie», describe la autora del Premio Primavera de Novela de este año.
–¿Qué es lo que encontraste tan interesante en Zugarramurdi?
–En un primer momento lo que me despertó es curiosidad. Pero sí me interesó realmente Zugarramurdi fue por la figura de Alonso de Salazar. Digamos que fue una especie de camino de ida y vuelta. Cuando leí 'El abogado de las brujas' me pareció inverosímil que un hombre como él viviera en el olvido e incluso que hubiera sido tan maltratado por gente como Moratín. Me chocó muchísimo el contraste que había entre lo que se conocía de él y lo importante que había sido su trabajo.
–En su caso se cumple la frase de que nadie es profeta en su tierra...
–Claramente. Fueron autores extranjeros los primeros que se fijaron en Alonso de Salazar y empezaron a investigar; pero, claro, a ver si tú te pones a hablar de un inquisidor en España y no lo haces en clave del malvado entonces es difícil...
–¿De dónde sale un hombre tan culto y sensible como Salazar?
–Tampoco es una persona anormal. Es cierto que encuentra resistencias en su empeño por demostrar que lo que se dice sobre las brujas es pura superstición. Que todo eso es mentira. Pero no está solo. También Antonio de Venegas, obispo de Pamplona, le ayudó muchísimo en este empeño. Lo mismo con el inquisidor general Bernardo de Sandoval, que le apoyó junto a otros inquisidores. Si él hubiera estado completamente solo le hubiera resultado imposible lograr que la Inquisición modificara sus normas y que se produjeran nuevas leyes en 1614. Aunque también es cierto que pasó momentos malos y llegó a estar muy solo en Logroño.
'Las brujas y el inquisidor'

- Elvira Roca Barea. Espasa. Novela. 21,90 euros. 571 páginas. .
–Lo mismo sucedió con las Leyes de Indias, que salieron adelante gracias a un grupo de eclesiásticos con influencia en la corte.
–Es que hay muchas clases de eclesiásticos. Meterlos a todos en el mismo saco es una tendencia peligrosa por inexacta. Sin ir más lejos, los eclesiásticos de la Inquisición tenían una malísima fama en la propia Iglesia porque no era una institución controlada por el papado, sino por la Corona. Y, además, la Inquisición era una especie de asuntos internos que se ocupaba de investigar cosas como la solicitación en el confesionario...
–¿Con la Edad Moderna llegó la obsesión con el Diablo y las brujas?
–La creencia en la brujería es una cosa universal. Ha existido siempre aquí o en África. Es parte de una superstición universal. Lo que sucedió en la Edad Moderna es que el humanismo se interesó por lo oculto, lo esotérico, lo hermético, a partir de los textos que llegaron de Bizancio, sobre todo los textos atribuidos a Hermes Trismegisto. Esto le dio un plus de prestigio intelectual al tema y, al mismo tiempo, el interés que despertaba fue creciendo. Si a eso tú le sumas las guerras de religión y la imprenta, que está en condiciones de soltar cientos o miles de hojas volanderas con imágenes de grabados que son muy espectaculares, pues imagínate todos esos actores actuando al mismo tiempo.
–¿Por qué desarrollaron los españoles y los franceses una sensibilidad tan diferente con el tema de las brujas?
–Pues el factor diferenciador es que hay guerras de religión en Francia y en España, no. Imagínate la Navarra del otro lado, donde había reyes hugonotes y conflictos religiosos. Un rey hugonote que, además, luego se hizo católico. Imagínate la conflictividad que todo eso genera y cómo alimenta la caza de brujas. Si a eso le sumas la histeria colectiva...
«De la misma forma que la solución para el Partido Socialista no es competir con Podemos, tampoco Vox es la solución para la derecha»
–Apunta en el libro que pudo tratarse de un plan de Enrique IV para desestabilizar la Navarra española.
–Me he limitado a escribir una serie de circunstancias que se dan al mismo tiempo. He puesto los indicios delante de los ojos del lector, pero, si tal cosa existió, es algo que no dejó pruebas, sobre todo después del asesinato del Rey por esas mismas fechas. Lo que es evidente es que el problema que se genera en Zugarramurdi viene rebotado del otro lado de la frontera.
–¿Es partidaria de calificar la persecución de brujas como un feminicidio, una acción represiva contra todas las mujeres que tenían opiniones discrepantes?
–Esto no tiene nada que ver con eso, no es contra las mujeres, para nada. Siempre hubo hombres brujos. Lo que pasa es que siempre se dice brujas y se focaliza en las mujeres porque, si te fijas en la portada del libro, salen mujeres ofreciendo niños al demonio. Ahí se ve la enorme importancia que tienen los niños.
–¿Entonces el famoso lema feminista de 'somos las nietas de las brujas que no pudísteis quemar'?
–Qué quieres que te diga, son cosas que no merecen la pena fijarse en ellas. Son tan simplonas, tan poco sofisticadas en cuanto al conocimiento y el raciocinio.
–¿Tienen los españoles tendencia a la caza de brujas, como dice el tópico?
–Lo que tenemos los españoles es obsesión con los españoles. A ver si salimos de la autarquía y miramos más allá del ombligo. Los fenómenos de brujería responden siempre a una pauta que se repite: una comunidad pequeña que cuenta con personas muy jóvenes, casi siempre niños. Comunidades donde las relaciones vecinales son muy estrechas y también los odios lo son. De ahí salen a flote todos los enconos, todas las envidias, todas las malas querencias entre vecinos, entre parientes, etcétera. Esto genera, a su vez, una situación terrible. En el caso de Zugarramurdi es que hubo linchamientos con el resultado de muerte y problemas de orden público.
–Tamames le citó esta semana en su discurso. ¿Te sientes utilizada como instrumento político?
–Me parece muy desafortunado. Respeto que el señor Tamames haya decidido poner su nombre al servicio de Vox. Ahora bien, que utilice mi nombre sin mi consentimiento me parece lamentable. Y, en realidad, todo me parece lamentable. Todo el espectáculo de que unos y otros se crean con el derecho a usar tu nombre, de criticarte sin más averiguaciones por la vía del linchamiento. Muchos dirán 'bueno, pues esta como ha sido muy vapuleada por una parte seguro que se viene con nosotros', pero el hecho de que unos me parezcan unos bárbaros no quiere decir que los otros no me parezcan también unos bárbaros.

–¿Los políticos intentan apropiarse de la historia para su beneficio?
–Eso para la derecha es sota, caballo y rey. Es una tradición envolverse en la bandera y apropiarse de la historia común como si fuera patrimonio suyo. Esto supone un daño enorme. Si uno quiere de verdad a su país, lo que quiere es que haya convivencia y el mayor entendimiento posible, lo cual no se produce nunca por la vía de los extremos. De la misma forma que la solución para el Partido Socialista no es competir con Podemos, tampoco Vox es la solución para la derecha. Yo no he tenido vínculo político con nadie salvo con Ciudadanos hasta que perdieron el norte y se fueron al garete por su propia culpa. Esa ha sido mi única actividad política. Una travesía en el desierto en el que se tardó muchos años en sacar al partido de la catacumbas y luego se hundió por culpa de gente que nunca llegó a entender por qué se había creado. Estaba para servir de punto de reflexión, para introducir en el debate racionalidad y menos ideología convulsiva, no para convertirse en un partido de mayoría.
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–¿Francia ha sido un vecino nocivo para España?
–Lo de ser buenos vecinos o malos está fuera de lugar. Los franceses tienen intereses distintos, punto. Eso no es maldad, es defender la posición de cada uno. Francia en un momento determinado se vió obligada a aceptar una posición secundaria y, cuando cambiaron las circunstancias, ocurrió lo contrario. Si el nuestro se muestra especialmente torpe en defender sus intereses eso significa que algo se está haciendo mal. Dicho lo cual nosotros nunca podremos jugar a nada si seguimos atrapados en esta autarquía, este ombliguismo enfermizo. Hay que mirar hacia fuera y dejar la obsesión de estar todo el santo día con el imperio, la inquisición, una y otra vez. Hace ya dos siglos que ese imperio se acabó y viene siendo hora que todos sus hijos salgan del marco mental.
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