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Ratas, intrusos y pasadizos secretos: los horrores de Buckingham por los que el Rey no quiere vivir allí

Cuando Isabel II se convirtió en Reina también ella se resistió a mudarse desde Clarence House a Buckingham, un palacio con cuatro veces menos habitaciones que el Palacio Real de Madrid

El Rey Carlos de Inglaterra se niega a vivir en el Palacio de Buckingham

Fotografía del exterior del Palacio de Buckingham. ABC
César Cervera

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El Rey Carlos III no quiere vivir en Buckingham por lo desangelado que es este palacio «para el propósito del mundo moderno», en palabras recogidas por el diario británico 'The Sunday Times'. Los nuevos reyes seguirán residiendo en Clarence House, donde llevan desde 2003, a pocos metros de Buckingham. El palacio se encuentra a mitad de un proyecto de remodelación con un coste de 369 millones de libras esterlinas (440 millones de euros) y una fecha remota para finalizar las obras en 2027 con el objetivo de que, con el nuevo reinado, las estancias privadas se conviertan en lugares siempre abiertos al gran público. Así lo desea el nuevo Rey, muy consciente de las limitaciones de Buckingham.

Cuando Isabel II se convirtió en Reina también ella se resistió a mudarse desde Clarence House a Buckingham. Winston Churchill le insistió en que se instalara en el palacio de 77.000 metros cuadrados y 775 habitaciones (bastantes menos que el Palacio Real de Madrid, con 135.000 metros cuadrados y 3418 habitaciones) para no romper con la tradición. Sin embargo, ya entonces el edificio llevaba desde antes de la Segunda Guerra Mundial con una profunda reforma pendiente. Por entonces la esposa del presidente americano Roosevelt se quedó asombrado de la falta de calefacción en palacio y la mala calidad de la comida.

En los años noventa, a raíz de un incendio en Windsor, la Reina decidió pagar las obras de remodelación de este otro palacio abriendo Buckingham a los turistas en los meses de verano. Dado que el Estado se negó a financiar ellos las obras, Isabel y su marido Felipe de Edimburgo se sintieron libres de poder decidir en adelante dónde iban a vivir en cada época del año. «No teníamos que lidiar con ningún pagador ni contentar a nadie», afirmó el duque. Así hizo al cabo de los años. Al principio de la pandemia, la Reina Isabel II decidió abandonar definitivamente el palacio de Buckingham y establecerse de forma permanente en el castillo de Windsor, un lugar más pequeño, más alejado de los turistas y con más comodidades. 

Cuenta Ben Rhodes, consejero adjunto de Seguridad Nacional de Barack Obama, que durante la visita de este presidente estadounidense a Buckingham comprobó los muchos defectos de una construcción tan antigua. «Hay un ratón», informó un mayordomo a Obama durante la cena. El expresidente se limitó a pedir al mayordomo que por favor no avisaran a su esposa, temerosa de los roedores, pero intentó no darle la menor importancia. La cena siguió como si tal cosa. La habitación presidencial en la que se alojaron no era un baño en-suite y solo había un retrete eduardiano en una pequeña estancia fuera de la habitación. Las visitas de Estado debían recorrer un largo pasillo para lavarse los dientes en un espacio que carecía de ducha y de instalaciones habituales en un hotel de pocas estrellas.

Llegan los Beatles

Buckingham se encuentra edificada en unos terrenos donde el Rey Jaime I instaló una plantación de moreras para la cría de gusanos de seda. Ya por esas fechas, a principios del siglo XVII, existía anexa a estos jardines una casona que fue el germen de Buckingham House, una residencia noble que en 1762 Jorge III adquirió como residencia privada para su familia. Su sucesor, Jorge IV, encargó una ambiciosa ampliación del palacio para acercarlo a su forma actual.

Con la llegada al trono de la Reina Victoria, pasó a ser la residencia oficial de la Monarquía y comenzaron las obras que dieron lugar a la fachada más emblemática, la que contiene el balcón desde donde saluda la Familia Real. El palacio cuenta con 775 habitaciones, incluidos 78 baños y 19 salones de Estado, donde la Reina y los miembros de la Familia Real reciben a sus invitados. Nada es escaso en el palacio: 1.514 puertas, 760 ventanas, 6.500 enchufes y 5.000 puntos de luz cosen su interior. Más de 40.000 bombillas decoran el palacio dentro y fuera.

Las estancias reales están amuebladas con muchos de los tesoros de la Royal Collection y cada rincón tiene un trozo de historia. El corazón del palacio es el Salón del trono que todavía guarda las sillas usadas en la coronación de la Reina Isabel II en 1953. Por su parte, en el Salón de Baile, que es el de mayor tamaño, se celebran las investiduras de caballeros con la tradicional imposición de la espada. Y allí 'Los Beatles' fueron los primeros artistas no consagrados en recibir honores de Estado. Los banquetes de gala también tienen lugar en este salón, el primero equipado con electricidad hacia 1883, con capacidad para dar servicio a más de 150 invitados.

Otra estancia importante es la Galería de Arte, donde cuelgan obras de Rembrandt, Antón Van Dyck, Rubens y Vermeer. El acceso a la Gran Escalera está igualmente salteado con retratos de cuerpo entero de miembros de la familia de la Reina Victoria.

Cuando la Reina estaba en la residencia se colocaba la Royal Standard, mientras que cuando no estaba era el turno de la Union Jack

Buckingham dispone, además, de una capilla, un consultorio médico, una oficina de correos, una piscina cubierta, una sala de cine y una cafetería para el personal. Las bodegas, situadas en el ala oeste, son la parte más antigua del palacio, pues pertenecieron al Duque de Buckingham mucho antes de ser residencia real.

El espacio verde de palacio es el jardín privado más grande de la capital con 325 especies de plantas silvestres, 30 especies de aves y más de 1.000 árboles, además de un lago creado en el siglo XIX. Para mantener perfectos estos jardines y el palacio en sí, más de 800 empleados trabajan en labores que van desde la limpieza hasta la horticultura pasando por el catering y la correspondencia. Entre las labores más raras hay un relojero para cuidar los 350 artefactos, un encargado de limpiar las chimeneas y una persona para izar la bandera. Cuando la Reina estaba en la residencia se colocaba la bandera de la Royal Standard, mientras que cuando no estaba era el turno de izar la Union Jack.

La Segunda Guerra Mundial en palacio

Durante la Segunda Guerra Mundial el palacio fue bombardeado en ocho ocasiones en las que la capilla real fue destruida y muchas estancias dañadas. Una de las bombas destrozó el desagüe inundando el palacio con cientos de ratas. «Todos se divirtieron persiguiéndolas e intentando alcanzarlas», recordaría la Reina. Los objetos de mayor valor de la Royal Collection fueron evacuados a Windsor, donde la propia familia pasó muchas noches ante la falta de protección. Según reconocía Su Majestad «el refugio aéreo del Palacio de Buckingham no tiene una estructura lo suficiente fuerte».

Una bomba acertó a caer en el patio interior mientras los Reyes Jorge VI e Isabel estaban en él. Salieron ilesos en lo que no fue el único susto de muerte. El 15 de septiembre de 1940, un piloto de la RAF embistió, dado que no le quedaba munición, a un avión alemán que creyó que iba a bombardear el palacio. El piloto alemán, que se lanzó en paracaídas, fue atacado por una muchedumbre y falleció a causa de las heridas. Mientras caía en barrena el avión se soltaron sus bombas y una de ellas dañó el palacio.

Obras en 1913 del Palacio de Buckingham. ABC

Entre el mito y la realidad se cuenta que en los sótanos del palacio hay una infinidad de pasadizos secretos que van a distintos puntos de Londres. En 2015, el programa de televisión 'Good Morning Britain' de la cadena ITV reveló que uno de los pasadizos secretos lo utilizaba Isabel II a diario para moverse más rápido por el palacio. En concreto el situado detrás del gran espejo que preside la sala donde recibe a los invitados y que conecta directamente con las dependencias privadas.

La seguridad del palacio está a cargo de la Guardia Real y de las fuerzas de seguridad. Además, hay en el edificio una comisaría de Policía y los miembros de la Familia Real poseen guardaespaldas propios. Esto, sin embargo, no ha impedido que varios intrusos hayan accedido al interior saltándose todas las medidas. En 1982, un perturbado llamado Michael Fagan accedió al dormitorio de la Reina mientras estaba en la cama y entabló conversación con Isabel hasta que llegó la Policía. Otro estrambótico quiebro de seguridad ocurrió en 1838, cuando un chico de doce años llamado Edward Jones consiguió entrar en el palacio tres veces. Robó comida de la cocina y hasta se sentó en el trono.

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