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ABC Cultural

El olvidado plan de Estados Unidos para invadir España en el siglo XX que no se atrevieron a ejecutar

Estuvo durante varios años encima de la mesa del despacho oval, en la Casa Blanca, a la espera de que varios presidentes lo aprobaran y pusieran en marcha

La insólita táctica militar con la que un puñado de españoles humilló a 1.500 rebeldes en la Guerra de Cuba

Theodore Roosevelt fue uno de los principales impulsores del plan de atacar España, cuatro años antes de convertirse en presidentde de Estados Unidos ABC
Israel Viana

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El plan para invadir España estuvo sobre la mesa de varios presidentes de Estados Unidos, en despacho oval de la Casa Blanca, durante varios años. Este plan tuvo, incluso, varias versiones, que iban desde atacar directamente las costas de la Península Ibérica a arrebatarnos las islas Canarias. De haberse aprobado, ningún historiador duda hoy de que la historia del siglo XX habría sido diferente y de que, probablemente, nuestro país no habría sido tal y como es en la actualidad.

Todo comenzó antes, incluso, de que Estados Unidos y España se enfrentaran por última vez en la famosa Guerra de Cuba a finales del siglo XIX. Se ha escrito mucho sobre los intereses geopolíticos y económicos que motivaron la intervención del primero en favor de los independentistas cubanos y filipinos, pero más difícil ha sido encontrar una explicación de por qué esperaron hasta 1898 para hacerlo. Una de las hipótesis se encuentra en la llamada «doctrina Monroe» de 1823, en la que el presidente James Monroe aseguró que Estados Unidos no toleraría la intervención de los países europeos en el continente americano. Al mismo tiempo prometía no inmiscuirse en ninguna colonia ya establecida, como eran las provincias españolas en ultramar.

El inicio de la Guerra de los Diez Años en 1868, la primera de las tres guerras de independencia contra España, cambió ese compromiso. Estados Unidos empezó a vislumbrar la idea de asestar el golpe definitivo en Cuba para auparse como la principal potencia mundial. La oportunidad definitiva se presentó con el inicio de la revolución cubana de 1895, que llevó al Colegio Naval de Newport a elaborar varios planes secretos que incluían ataques contra barcos mercantes españoles y contra objetivos militares en las costas de la península ibérica. Todo ello con el objetivo de destruir los recursos militares hispanos.

En 1896, el Departamento de la Marina de los Estados Unidos formó un grupo de trabajo que terminó de perfilar dicho plan en diciembre, dos años antes de que Estados Unidos declarara la guerra a España. En él se especificaba que, mientras organizaban la invasión de Cuba, la escuadra del Pacífico comandada por William Kimball se dirigiría al Estrecho de Gibraltar en vez de a las islas Filipinas. Allí se uniría a la flotilla atlántica y ambas ocuparían conjuntamente algún enclave de las islas Canarias para atacar desde allí el tráfico mercante español.

Bloqueo

Era la primera propuesta oficial de Estados Unidos en la que se hablaba de conquistar un territorio español. Según cuenta el historiador Amós Farrujia Coello en un excelente estudio publicado en 2014 en la 'Revista de Historia Canaria', el plan del Departamento de la Marina estadounidense constaba de objetivos como estos: «Bloqueo de las aguas de Cuba y Puerto Rico, cortando el cable telegráfico; destrucción de los depósitos y arsenales de La Habana y San Juan mediante el bombardeo de las dos ciudades, el envío de refuerzos a los sublevados en las dos islas y el desplazamiento simultáneo de las escuadras destacadas en el Mediterráneo y Asia para conquistar las islas Canarias, con el refuerzo de algunos barcos de la escuadra nacional. Todo ello con vistas a utilizarlas después como base para ulteriores maniobras contra la marina española en sus propias aguas, así contra su comercio».

La tensión con Estados Unidos ya era evidente en aquel momento. La revista 'Blanco y Negro' recordaba en sus páginas el incidente del 'Virginius' de 1873, un vapor americano cargado de armas y municiones para los independentistas cubanos que fue apresado por España. «La evocación de este incidente puede constituir un argumento poderoso contra los que dudan de la vitalidad de nuestro pueblo y creen que las dificultades de hoy no ofrecen precedentes en la historia de España», comentaba la revista.

Algunos expertos estadounidenses consideraron arriesgada la concentración de fuerzas en España para atacar sus costas y conquistar Canarias. La última vez que una potencia extranjera lo intentó, en el verano de 1797, fue un desastre. Horacio Nelson intentó hacerse con las importantes cantidades de oro que portaban los barcos de la antigua flota de Indias atracados en Santa Cruz de Tenerife y conquistar después el archipiélago. El resultado: 233 ingleses muertos y solo 24 españoles. El almirante británico, además, perdió su brazo derecho y sufrió una profunda depresión.

Una temeridad

Un siglo después, el presidente de la Escuela Naval de Guerra estadounidense, Henry Clay Taylor, aseguró que aquella acción contra España era una temeridad que implicaba la desprotección del Pacífico. Lo hizo en una carta abierta al secretario del Departamento de Marina en Washington D.C.: «No estoy de acuerdo con la sugerencia de hacer una pretenciosa aparición en aguas españolas dados los riesgos que conlleva una operación tan comprometida a 3.500 millas de distancia de nuestras bases. De llevar a cabo la maniobra, la intención sería proporcionar al poderío naval español una seria ofensiva. No soy de la opinión de que podamos infligir considerables daños a España. De ahí que insista en recomendar que toda la fuerza a disposición de Estados Unidos se concentre en Cuba».

En 1897, sin embargo, unos trescientos banqueros que habían invertido en Cuba más de 33 millones de dólares desde 1878 pidieron al secretario de Estado que interviniera en la isla para proteger sus intereses económicos. Uno de los primeros en apoyar dicha propuesta fue Theodore Roosevelt, subsecretario de Marina en aquellos años, que llevaba un tiempo defendiendo que Estados Unidos necesitaba una guerra. De ahí que presionara para se iniciara una contra España en el Caribe.

La respuesta recibida por el escéptico Clay Taylor en este sentido fue clara: «Pensamos que España no tendría éxito contra la flota estadounidense en aguas cubanas. Podría haber ataques rápidos sobre nuestro bloqueo a Cuba por cruceros bien armados y protegidos desde aguas españolas. Por esa razón propusimos que una escuadra volante de dos cruceros acorazados, dos destructores y otros navíos tendría que ser destinada a la costa española. Así realizaríamos una demostración de fuerza sobre sus ciudades menores y amenazaríamos con bloquear las mayores, al tiempo que España retendría una escuadra en su propia costa. Pensamos que los barcos españoles más peligrosos para nuestro bloqueo en Cuba deben ser detenidos en sus aguas».

Bombardear España

A Roosevelt le quedaban tres años para convertirse en el presidente de Estados Unidos, pero insistió como si lo fuera en la idea de bombardear las costas españolas y destruir sus escuadras antes de que se trasladaran a las Antillas, según explicaba Javier Márquez Quevedo en su tesis 'Canarias y la crisis finisecular española (1890-1907)' (Ministerio de Defensa, 2005). El 5 de abril de 1898, se divisó al norte de Santa Cruz de Tenerife a varios buques norteamericanos y el archipiélago entero se reforzó con tropas peninsulares. Era la primera medida tomada por las autoridades para repeler un previsible ataque por sorpresa de los americanos. Por eso 'Blanco y Negro' advertía de la escuadra en reserva que había en Cádiz, lista para «acudir allá donde la reclame la defensa del territorio nacional».

En una carta escrita a principios de abril de 1898 –recogida por los historiadores Antonio Pérez Voituriez y Oswaldo Brito en 'Canarias, encrucijada internacional' (Círculo de Estudios Sociales de Canarias, 1982)–, el almirante Pascual Cervera y Topete ya avisaba de que la Armada estadounidense podía invadir fácilmente Canarias para utilizarlas como base de operaciones contra la Península: «Si nuestra fuerza naval fuera superior a la de Estados Unidos, la cuestión sería muy sencilla, pues, con cerrarles el paso, bastaría. Pero es muy inferior a nosotros y tratar de cerrarles el paso, es decir, de presentarles batalla en el mar, sería el mayor de los desatinos. Sería buscar una derrota cierta y el enemigo se apoderaría de alguna buena posición en las Canarias».

«Bajo las presentes circunstancias, ¿esta flota debería ir a América o por el contrario debería proteger nuestras costas y las Canarias en previsión de cualquier contingencia?», preguntó Cervera a los capitanes de su escuadra cuando recibió la orden de partir hacía el Caribe por parte del ministro de la Guerra, Segismundo Bermejo . Antes de que las fuerzas estadounidenses le bloquearan en el puerto se Santiago de Cuba, el almirante ya había escrito al ministro calificando de «desastrosa» la decisión. Incluso escribió a su hermano para ponerle en aviso: «Vamos a un sacrificio tan estéril como inútil. Si en él muero, como parece seguro, cuida de mi mujer y de mis hijos».

El almirante Cervera

Cervera estuvo a punto de desobedecer la orden y retornar a Canarias a medio camino, convencido del peligro que implicaba dejar a España desprotegida ante el posible ataque por mar de Estados Unidos. Llegó la noticia del inicio de la guerra y Bermejo, sin embargo, insistió en su orden de que se dirigiera a América de inmediato, asegurándole que el archipiélago estaba completamente seguro. «Persisto en mi opinión, la cual coincide con la de los capitanes de los barcos, sin embargo haré todo lo posible para acelerar nuestra partida, negando cualquier responsabilidad por las consecuencias», repondió Cervera, según recoge el detallado artículo de Amós Farrujia Coello.

El resultado ya lo conocemos: España sumó 332 muertos y 197 heridos, mientras Estados Unidos solo una víctima mortal y unos pocos heridos. Lo contamos aquí hace un año y medio, cuando ABC tuvo acceso en exclusiva a una de las copias originales del parte de guerra de la batalla naval de Santiago de Cuba, acaecido el 3 de julio de 1898, escrita a pluma y lápiz. «La jornada del 3 de julio ha sido un desastre horroroso, como yo había previsto», escribía Cervera en esta.

Aquella derrota, junto a la sufrida en Cavite, Filipinas, puso a España en una situación de gran tensión frente al peligro de que sufriera el mencionado ataque en sus costas. Las opciones que se barajaron entonces desde Madrid fueron tres: «Quedarse en una posición defensiva que cubriría un frente amplio situado entre la Península y Canarias, cañonear la costa este de Estados Unidos para separar a la flota enemiga y socorrer a Cervera o marchar a Filipinas para levantar el asedio de Manila», cuenta Farrujia Coello.

«¡Viva España!»

En Canarias parecían convencidos de que los norteamericanos no se atreverían a invadir unas islas tan alejadas de sus bases sin consumar antes la conquista de Cuba. Aún así enviaron tropas de refuerzo desde Madrid y el capitán general del archipiélago declaró vigente el estado de guerra en su región, suspendiendo las garantías constitucionales. «Si como aseguran es objeto de su codiciada estas avanzadas españolas en el Atlántico, vengan de una vez y aprenderán de los canarios que ya arrollaron antaño a las huestes indomables de Drake y Nelson cómo lucha un pueblo viril por su honor e independencia al grito ensordecedor de ¡Viva España!», podía leerse aquellos días en el 'Heraldo de Tenerife'.

Finalmente, el presidente William Mckinley dio a conocer en julio su decisión de no desembarcar en Canarias ni aprovechar las islas como base de operaciones contra la Península. 'Times' seguía manteniendo su hipótesis de que España perdería el archipiélago si no aceptaba las condiciones de Estados Unidos en la Conferencia de Paz de París. En julio, de hecho, el presidente español Práxedes Mateo Sagasta justificó la capitulación porque no solo Canarias, sino también las islas Baleares y la Península, estaban en peligro. «Esta amenaza pesó sobre España durante las negociaciones de paz y, de hecho, Estados Unidos contempló realizar acciones en este tercer teatro», defiende Farrujia Coello.

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