El odio secreto del Tercer Reich al tanquista más letal de su propio ejército
A pesar de haber logrado 168 bajas hasta caer en combate, Kurt Kniespel fue apartado de las crónicas alemanas por su poca alineación con el régimen
La pareja de nonagenarios que se reencontró 72 años después de sobrevivir a Auschwitz
![Tiger I alemán](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/historia/2024/10/14/tigeri-RNDJgb9HjKSIwUmDgD7hWHN-1200x840@diario_abc.jpg)
Su nombre es poco conocido, no así su legado. Kurt Knispel es recordado por ser el mayor 'as' de los carros de combate de la historia. Un genio de los tanques que, según desvela a ABC el historiador Jesús Hernández, autor de una treintena ... de ensayos como 'Los héroes de Hitler' (Almuzara), ha pasado de puntillas por los libros. «Forma el triunvirato de ases alemanes de tanques de la Segunda Guerra Mundial, junto a Otto Carius y Michael Wittmann, siendo el menos conocido de los tres. Aunque su marca de 168 blindados destruidos es el récord mundial de todos los tiempos, no goza de popularidad, y eso es injusto. Quizás ayuda a ese relativo anonimato el que haya resultado muy difícil a los historiadores conocer muchos detalles de su vida», explica el autor a ABC.
Fue su aspecto el que le condenó a cierto ostracismo, además de . «Su imagen atípica, con pelo largo y barba, tan alejada del atildado modelo nazi, y su falta de compromiso con esa ideología, llevaron probablemente a que el régimen decidiese ignorar sus hazañas, privándole así de las más altas condecoraciones, más que merecidas por su excepcional desempeño en el frente», sentencia Hernández.
Y eso, a pesar de que su periplo durante la contienda fue muy intenso. «Combatió en Leningrado, en el Cáucaso, en Kursk, en la Bolsa de Cherkassy, en Normandía... Daría para un espectacular biopic en el cine. Es curioso que, de no haberse alistado en la Wehrmacht, hubiera sido un humilde mecánico de automóviles, que era para lo que se estaba formando», completa el experto.
Ascenso y caída
Nació el tanquista en los mismos Sudetes que, en los treinta, generaron tanta discordia. Desde el principio, su vida pareció estar destinada al arma blindada del ejército germano. De hecho, fue su trabajo en un taller mecánico el que le granjeó hacerse un hueco en los carros de combate del Tercer Reich. Tras ser aceptado en 1940, recibió su primera instrucción en la Baja Silesia y, poco después, aprendió a manejar los panzer I, II y IV. Fue en el interior de este último donde inició sus andanzas como artillero en la invasión de la Unión Soviética. No le fue mal y, apenas dos años después, en 1943, regresó a territorio patrio para instruirse en el buen uso del Tiger I; para muchos, el mejor tanque de la Segunda Guerra Mundial.
Adorado por sus compañeros, aunque mal visto entre los altos mandos por su independencia, Knispel fue uno de los pocos afortunados que tuvo la suerte de comandar el temible y escaso Tiger II. Y no se crean que lo de escaso es al albur: apenas se fabricaron medio millar entre noviembre de 1943 y marzo de 1945. Con sus 69 toneladas, su cañón de 88 milímetros y su blindaje de hasta 150 milímetros, este carro de combate se convirtió, a partir de 1944, en la bestia negra de los Shermans y los T-34 soviéticos; en la práctica, los blindados medios que formaban la columna vertebral de las unidades acorazadas aliadas. Hasta sus equivalentes rusos, los IS-2, sufrían ante él.
![Kurt Kniespel](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/historia/2024/10/14/kurt-U82038134748IAs-760x427@diario_abc.jpg)
Ya fuera en un Panzer IV o en un Tiger, aquellos que combatieron a su lado supieron apreciar sus dotes como comandante y su escasa petulancia. No en vano, se hizo famoso por evitar las discusiones sobre quién había destruido uno u otro enemigo. Ejemplo de ello son las palabras que su superior, Alfred Rubbel , le dedicó tras la Segunda Guerra Mundial:
«Como persona, Kurt Knispel estaba siempre dispuesto a ayudar a sus compañeros y era discreto. Compartía su comida y, si era necesario, hasta su última camiseta limpia. Era sincero y alegre. Todos los que le conocíamos teníamos la sensación de que, ya fuera a la ofensiva o a la defensiva, si estaba a […] nuestro lado estábamos a salvo. Nunca abandonó a nadie sin importar la situación. […] ¡Nos superó a todos, y no solo del batallón, sino del arma blindada. No hubo, en todo el ejército alemán ni en el aliado, nadie que destruyera tantos carros de combate enemigos. Fue simplemente insuperable».
Por desgracia para él, la animadversión que generó hacia el mando retrasó sus ascensos y consiguió que le fuese mucho más difícil obtener medallas. Así, y como bien señaló Rubbel, recibió la Cruz de Hierro de Primera Clase; la Insignia de Asalto de Tanques y la Cruz Alemana de Oro, pero no la ansiada Cruz de Caballero.
En palabras de Hernández, en la actualidad existen diferentes versiones sobre su muerte. La más extendida afirma que se sucedió a finales de abril de 1945, cuando la contienda estaba decidida para la Alemania nazi. El 29, el Tiger II de su compañero Heinrich Skoda, solicitó ayuda. Estaba rodeado de enemigos en las cercanías de Wostitz (la actual República Checa) y no podía hacer nada. Knispel acudió, pero la marea de enemigos, todavía se desconoce el número, acabó con él. Para entonces, como bien recuerda el autor español, faltaban menos de dos semanas para que finalizara el conflicto.
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