Del micropene mutilado a la obsesión por los baños ardiendo: seis secretos disparatados sobre Napoleón Bonaparte
El hombre más conocido de su siglo sufría de graves problemas físicos y vivió su derrota en Waterloo completamente drogado
Arturo Pérez Reverte ya tiene su crítica de 'Napoleón': no deja indiferente y aprovecha para hacer una recomendación
![Abdicación de Napoleón en Fontainebleau, por Paul Delaroche (1845).](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/historia/2023/12/01/napoleon-retrato-k6EI-U60789902915w0-1200x840@abc.jpg)
Antes del estreno de 'Napoleón', Ridley Scott advirtió que su película, casual o premeditadamente, estaba cargada de humor. El bueno de Scott, siguiendo una larga y vengativa tradición inglesa de ridiculizar al corso, saca punta al patetismo, incomodidad y extravagancia que la historia contiene incluso en sus momentos más solemnes. Resbalones, meteduras de patas y locuras tales como aquel general prusiano, Von Blücher, que, creyéndose de pronto embarazado de un elefante, fue incapaz de conquistar París y terminar antes con el Imperio napoleónico. Porque sí, el disparate también forma parte de la historia y también afectó al hombre más grande de su siglo.
Conocido hasta en la China
Para medir el alcance de Napoleón Bonaparte, que incluso da nombre a un síndrome caracterizado por quienes compensan su sentimiento de inferioridad acumulando poder, basta recordar que en China una biografía suya fue escrita solo una década después de su muerte para saciar el gran interés que levantaba allí. Ningún título o apodo le quedó lo suficientemente grande en vida al resultado más inesperado de la Revolución Francesa. Sus soldados lo llamaron 'el pequeño cabo'; sus enemigos, el 'tirano Bonaparte', 'el ogro de Ajaccio', 'el usurpador universal' y hasta el anticristo; mientras que sus admiradores le ensalzaron como 'el alma del mundo a caballo' o el 'hombre del siglo'. El corso, desde luego, no dejó indiferente a nadie.
Nacido en Córcega solo un año después de que Francia comprara la isla a la República de Génova, Napoleón Bonaparte era hacia 1796 un mero general de brigada destinado en Italia con porvenir militar pero no muy conocido en su país. Menos de una década después, era Emperador de los franceses y Rey de Italia. En pos del crecimiento de su casa, Napoleón fue responsable de un conflicto que causó millones de muertos, esparció parte de las ideas revolucionarias por el continente y dejó al Antiguo Régimen colgando de un hilo, si bien el cuerpo aún caminó solo por inercia varias décadas más. La infalible maquinaria militar prusiana saltó por los aires a su paso, la milenaria dignidad Habsburgo tuvo que plegarse tras la batalla de Austerlitz y la inestable Monarquía católica también hincó rodilla.
Los íntimos enemigos del Emperador
Su objetivo no era ni mucho menos esparcir ideas revolucionarias por el continente o acabar con la monarquía como sistema de gobierno, sino simplemente crear su propia dinastía y poner a sus hermanos en los distintos tronos vecinos. Aparte de Francia, hubo un Bonaparte a la cabeza de Holanda, Nápoles, la Toscana, Westfalia y, por supuesto, en España. La dama de compañía de la Emperatriz Josefina, Madame de Rémusat, narró en sus memorias las guerras privadas del clan Bonaparte, esto es, los pulsos entre los hermanos, los miedos de Josefina a que su marido se divorciara –como al final ocurrió– y las extravagancias del patriarca, colérico y obsesionado con la limpieza extrema.
Napoléon comía de forma compulsiva, hasta sufrir cólicos, una dieta formada por judías, lentejas...
Cada día sin excepción, el Emperador tomaba un baño caliente con la cabeza envuelta en un pañuelo a más de 40 grados, y, si podía, permanecía en el agua hasta dos o tres horas mientras despachaba asuntos con sus ministros. Incluso en los campos de batalla cumplía con esta costumbre a rajatabla antes de inundarse de colonia. Además, Napoléon comía de forma compulsiva, hasta sufrir cólicos, una dieta formada por judías, lentejas, patatas y pastas a la italiana. Apenas bebía vino y solo una vez probó la pipa. Lo que sí fue es un gran aficionado al rapé.
La visión en la Pirámide que le cambió
Victorioso en Italia, el Pequeño Gran Corso desembarcó en el país del Nilo durante el verano de 1798 con más de treinta mil soldados franceses poniéndose por objetivo avanzar en dirección a Siria. Además de sus objetivos científicos y militares, el viaje sirvió a Napoleón a modo de búsqueda espiritual en una tierra que había perturbado la imaginación de grandes personajes de la historia. No solo descansó por una noche en Nazaret, sino que durmió supuestamente en el interior de la Pirámide de Keops. El general corso pasó siete horas rodeado solo de murciélagos, ratas y escorpiones. Justo al amanecer, brotó de la laberíntica estructura, pálido y asustado. A las preguntas de inquietud de sus hombres de confianza sobre lo qué había ocurrido allí dentro, Napoleón respondió con un enigmático: «Aunque os lo contara no me ibais a creer».
Resulta imposible saber qué es lo que vio o sintió exactamente Napoleón en esas siete horas, o incluso si el episodio llegó a tener lugar, aunque parece probable que en todo caso el corso creyera sufrir alguna clase de experiencia mística inducida por la soledad, la oscuridad, las temperaturas extremas y los ruidos distorsionados por el eco. Lo que está claro es que –como han dado cuenta distintas obras de ficción, véase la novela de 'El Ocho' (1988) de Katherine Neville o más recientemente Javier Sierra en 'El Secreto Egipcio de Napoleón' (2002)– la noche de Napoleón dentro de la Gran Pirámide pareció cambiar su carácter para siempre. Pese a regresar derrotado militarmente a Francia, el corso despegó políticamente en los siguientes meses. En noviembre de ese año organizó el golpe de Estado del 18 de brumario que inició el Consulado con Napoleón Bonaparte como líder.
Waterloo: una derrota que vio drogado en cama
El corso hacía las cosas a lo grande y por dos, incluso sus derrotas. Tras el varapalo ruso y bajo grandes presiones internas y externas, abdicó en abril de 1814 y se exilió a la isla de Elba, una isla pequeña a 20 km de la costa italiana, manteniendo su título de emperador de manera vitalicia. El ministro francés Talleyrand diseñó esta salida airosa para Bonaparte, toda una jaula de oro con 400 de sus servidores y deudos a su lado, contradiciendo a los que exigían su ejecución. No obstante, Bonaparte, de 45 años, estuvo vigilado por cientos de espías y por los mil ojos del gobernador de la isla, mientras asistía a ver cómo sus amigos y familiares le apuñalaban por la espalda. Su segunda esposa, María Luisa, no quiso ni acompañarle al exilio.
Mientras sus enemigos se repartían el botín de guerra en Viena, Napoleón regresó por sorpresa de su exilio forzado para sembrar el pánico en el continente durante cien días. Una alianza de las potencias reunidas en Viena venció definitivamente en la batalla de Waterloo, cerca de Bruselas, al viejo corso, que a causa de un ataque de hemorroides no pudo subirse a su caballo y dirigir la contienda en primera línea como siempre hacía. Observó su última derrota desde su tienda de campaña mientras se daba baños para paliar el dolor y permanecía adormilado por el efecto del láudano. No fue por ello más suave su caída, pero sí menos heroica de cómo lo muestra la película de Scott.
Observó su última derrota desde su tienda de campaña mientras se daba baños para paliar el dolor y permanecía medio adormilado por el efecto del láudano
Napoleón acudió a la batalla sin haber estudiado en detalle la forma de actuar de Wellington, su verdugo, al que denominaba con desdén «el general cipayo» por su carrera previa en la India y al que prometió recompensas para quien lo asesinara. El británico, por su parte, fue muy crítico con la falta de creatividad del genio en Waterloo, batalla donde, según sus palabras, no elaboró «estrategia alguna; se ha limitado a avanzar a la vieja usanza». En cualquier caso, si Napoleón pudo salvar la vida ese día fue porque Wellington convenció al general prusiano Blücher, de carácter explosivo, de no fusilar allí mismo al que fuera emperador de los franceses.
¿Se estaba convirtiendo en una mujer?
Con la idea de que nunca más se pudiera escapar, se concibió para su segundo exilio un destino más aislado que Elba, concretamente una isla perdida de la mano de Dios en el Atlántico sur, ubicada a más de 1.800 kilómetros de distancia de la costa occidental de Angola. El que fue Emperador de Francia vivió sus últimos días en la isla africana de Santa Elena, que los británicos han usado tradicionalmente como prisión de sus enemigos y exiliados. Cautivo de los ingleses y rodeado de un pequeño grupo de seguidores, Bonaparte empezó a sufrir un dolor en el costado derecho idéntico al que su padre tuvo poco antes de su muerte, posiblemente a causa de un cáncer de estómago.
Más allá de la hipótesis del envenenamiento o del cáncer de estómago, el doctor Robert Greenblat –especialista en endocrinología– defendió en los años ochenta una curiosa teoría que explicaría el extraño deterioro físico que fue sufriendo el 'Gran Corso' en la última etapa de su vida. Su cuerpo fue redondeándose y sus partes genitales empezaron a atrofiarse. Según defendió este investigador norteamericano en la revista científica 'British journal of sexual medicine', a partir de los cuarenta años de edad Napoleón mostró los síntomas de una enfermedad glandular que se conoce como síndrome de Zollinger-Ellison: una especie de transexualización. El síndrome de Zollinger-Ellison está causado por tumores que, por lo general, se localizan en la cabeza del páncreas y en la parte superior del intestino delgado.
![Napoleón en Santa Elena, por François-Joseph Sandmann.](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/historia/2023/12/01/NAPOLEON-SANTA-ELENA-k6EI--624x350@abc.jpg)
Habitualmente, las personas afectadas por estos tumores derivan en neoplasia endocrina múltiple tipo I (NEM I), que provocan graves desórdenes hormonales. Como prueba de ello, el doctor Greenblat apunta que, durante el examen posterior a su muerte, se halló en el cuerpo del Gran Corso una espesa capa de grasa, su piel era blanca, las espaldas estrechas, las manos y los pies pequeños, hasta el extremo de que varios forenses quedaron asombrados por la belleza de sus brazos y de sus pechos redondos y sin pelo, «que muchas mujeres hubieran envidiado».
Cuatro centímetros de miembro viril
El 5 de mayo de 1821 a las 17:49 horas falleció Napoleone di Buonaparte a los 51 años de edad. Según las personas que estuvieron presentes en su lecho de muerte, sus últimas palabras fueron: «Francia, el ejército, Josefina». El día de la autopsia, el cirujano Francesco Autommarchi mutiló el órgano por orden del abad Anges Paul Vignali, quien había mantenido una fuerte enemistad con Napoleón durante toda su vida. Al parecer, el clérigo guardaba rencor a 'le Petit Caporal' –el apodo que usaban los soldados al hablar de su amado general– por acusarle públicamente de ser impotente.
Otra versión, sin embargo, afirma que fue el sacerdote que le dio la extremaunción a Bonaparte quien arrancó el miembro para posteriormente venderlo. Una pieza de cuatro centímetros El valioso miembro viril permaneció en la familia Vignali durante varias generaciones hasta 1924, cuando pasó a manos del librero estadounidense de A. S. W. Rosenbach, quien a su vez lo llevó al Museo de Arte Francés de Nueva York. En 1999, el urólogo John Lattimer ganó el miembro viril en una subasta organizada por el museo y lo añadió a su colección. En la actualidad, el miembro de Napoleón pertenece al hijo del urólogo, Evan Lattimer, que recientemente lo mostró para un reportaje del 'Canal 4' de la televisión inglesa.
La pieza es extremadamente pequeña, poco menos de cuatro centímetros de longitud, y en erección «habría alcanzado un máximo de 6,6 centímetros», según las notas de John Lattimer, ya fallecido. Un tamaño considerado en la categoría de microfalosomía, que concuerda con los problemas hormonales. Pero, dado que existen tantas teorías contradictorias, también podría ser un fraude promovido por el abad Vignali para mancillar la imagen de Napoleón como gran conquistador de mujeres, y que ese no fuera el auténtico pene.
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