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Existió una «izquierda fascista» dentro del Partido Nazi y estuvo apunto de derrocar a Hitler por racista

Esta facción hoy desconocida, que rechazaba la idea de establecer un régimen totalitario, pudo cambiar la historia del nacionalsocialismo y del siglo XX

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Hitler, recibido en Núremberg tras ganar la elecciones de Alemania, en 1933 ABC
Israel Viana

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A raíz de la carta abierta publicada por Pedro Sánchez la semana pasada, en la que el presidente del Gobierno dejó abierta la puerta a un posible dimisión que luego no se produjo, en la sección de Historia de ABC hemos publicado varios ejemplos de cartas de despedida con las que otros políticos sí abandonaron sus cargos públicas. Algunos por voluntad propia y otros de manera forzada. Desde ministros como Pascual Cervera y Topete hasta reyes como Amadeo de Saboya y Alfonso XIII, pasando por presidentes del Gobierno en España, como Manuel Azaña y Estanislao Figueras. «Señores, voy a serles franco, estoy hasta los cojones de todos nosotros», llegó a comentar este último en su momento.

Sin embargo, ninguna tan insólita, por desconocida y extraña, como la que se atrevió a enviarle Gregor Strasser al mismísimo Hitler en 1932, cuando el futuro dictador ya había hecho gala de su violencia y su odio hacia los judíos y a cualquier adversario político, como bien pudo demostrar nuestro protagonista. Y eso que no era un militante cualquiera, sino uno de los líderes del del Partido Nazi en los años en los que el nacionalsocialismo se convirtió en mayoritario en Alemania. Uno que, incluso, estuvo a punto de arrebatarle el liderazgo a Adolf, con lo que aquello habría podido suponer para el futuro de la humanidad.

Para que se hagan una idea, su hermano, Otto Strasser, solía presumir de que fue Gregor quien, en 1924, sugirió a Hitler que escribiese sus memorias. Decía en tono despectivo que el único objetivo era que Adolf se mantuviese entretenido para evitar que sus compañeros de prisión en Landsberg tuviesen que escuchar sus «interminables monólogos». Sin embargo, le encantó la idea y se puso manos a la obra. Para disgusto de los Strasser, según recoge la célebre biografía del dictador escrita por Ian Kershaw, «debieron sufrir una amarga decepción cuando este comenzó a leer a diario lo que había escrito a un público literalmente cautivo».

Así comenzó la gestación de 'Mein Kampf' (Mi lucha), por influencia de Gregor Strasser. El libro se convirtió en un fenómeno editorial que vendió más de noventa mil ejemplares en 1932 y novecientos mil un año después. Un éxito sin precedentes, a pesar de que, según comentó Christian Hartmann, encargado de la edición crítica que se publicó en 2016, «estaba mal escrito, lleno de errores».

La carta

Por eso sorprende que los hermanos Strasser sean prácticamente desconocidos en la actualidad. Quizá porque representan lo que se ha dado en llamar la «izquierda fascista» dentro del Partido nazi y eso, a ojos del mundo, podía suponer una anomalía política difícil de comprender. También, porque muchos historiadores opinan que Gregor, con sus postulados más socialistas que nacionalistas, pudo haber vencido a Hitler en sus luchas internas y haberse convertido en canciller de Alemania. Pero la deriva que tomó la formación en manos de Adolf, cada vez más combativo, violento y obsesionado con los temas de la raza, llevó a este dirigente a dejar su escaño y enviar al jefe su carta de dimisión el 8 de diciembre de 1932.

En ella, Gregor Strasser hablaba de las dificultades de organización del partido derivadas del boicot ejercido por los consejeros de Hitler: «Tengo el derecho a decir que el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, según mi punto de vista, no es solo un movimiento ideológico en proceso de conversión en una religión, sino un movimiento de combate que debe reforzar su poder en el Estado en cada oportunidad de que disponga, con el fin de hacer posible que realice sus tareas nacionalsocialistas y consume el socialismo alemán con todas sus consecuencias».

Más adelante, continuaba: «La brutal confrontación con el marxismo no puede ser el centro de nuestra tarea política interna. Más bien, creo que el gran problema de este tiempo es la creación de un gran frente de trabajadores y su integración en un Estado de nuevo tipo. La esperanza monotemática de que el caos conducirá a la realización del destino del partido es, según creo, errónea, peligrosa y sin ningún interés para el conjunto de Alemania. En todas estas cuestiones, su punto de vista es diferente del mío, lo cual hace que mi posición como miembro del Parlamento y portavoz sea insostenible. Durante toda mi vida no he sido nada distinto a un nacionalsocialista y no lo seré. Por tanto, regreso a la base del partido, dejando el campo libre a sus consejeros, a fin de que puedan asesorarle con éxito sobre el terreno en estos momentos».

Defensa del pueblo

Según describe el historiador Ferrán Gallego en 'Todos los hombres del Führer' (Debolsillo, 2008), el caos al que se refería era ese «lodazal de confusiones institucionales promovido por los consejeros de Hitler, tales como Goebbels y Goering, sobre el que debía sustentarse la toma del poder de los nazis». Todo ello se enmarcado, además, en un momento de absoluta crisis política tras dos elecciones generales y tres cancilleres en un solo año.

Ese fue el final de la carrera política de Gregor Strasser, el líder de aquella extraña «izquierda fascista» que había comenzado veinte años antes con el Volkisch, la corriente de pensamiento basada en la exaltación y el orgullo de pertenecer al pueblo alemán tras la humillación sufrida en la Primera Guerra Mundial. A raíz de este movimiento, se crearon en Alemania un buen número de partidos políticos y organizaciones que adoptaron la esvástica como símbolo a principios de los años veinte. Un ejemplo es la Sociedad Thule, precursora del Partido Obrero Alemán (DAP), que fue, a su vez, el germen del partido nazi. O el Sturmbataillon Niederbayern, el movimiento más revolucionario que lideró nuestro protagonista.

Más tarde, como tantos veteranos de guerra descontentos, se unió a las Freikorps, una organización paramilitar y fascista que sembró el terror en las calles de Alemania. Luego refundó su movimiento en otra organización paramilitar llamada Unidad de Defensa del Pueblo. En 1921 se afilió finalmente al partido nazi para intentar difundir sus ideas. Su actividad política se centró entonces en el norte y oeste de Alemania, sobre todo en Berlín, mientras que Hitler y sus allegados se centraron en el sur y en el este del país. Dos años después participó en el llamado Putsch de Múnich, el intento de golpe de Estado que le llevó a la cárcel junto a Hitler.

Anticapitalismo

El partido fue ilegalizado, pero a Strasser le liberaron poco después gracias a que había sido elegido diputado por el Movimiento Nacionalsocialista de la Libertad, una coalición que reunía a toda la extrema derecha alemana y que cubría el hueco dejado por los nazis. Entonces aprovechó que el futuro dictador seguía entre rejas para seguir difundiendo la citada ideología de la «izquierda fascista». En sus primeros pasos, esta corriente se ganó aliados tan poderosos como Joseph Goebbels.

Para Strasser, el anticapitalismo era más importante que el anticomunismo y creía que un Estado debía estar siempre construido sobre muchos de los postulados socialistas. En la economía, de hecho, proponía la nacionalización y colectivización de los medios de producción y el desmantelamiento de la producción capitalista industrial. Ponía en valor al campesinado y defendía la reactivación de las pequeñas ciudades y pueblos por encima de las grandes urbes. También estaba a favor de la descentralización del Estado mediante un sistema federal. Y, sobre todo, rechazaba el imperialismo, los conflictos entre países, la expansión territorial a costa de otros y la idea de un Gobierno totalitario como el de la Unión Soviética, reivindicando siempre la libertad de expresión y de prensa.

Diferencias con Hitler

Las diferencias ideológicas con Hitler, por lo tanto, eran evidentes, aun situándose los dos dentro del nacionalsocialismo. El futuro dictador viró hacia el racismo. Siendo consciente de ello, Gregor Strasser empezó a organizar junto a Goebbels a los grupos nacionalsocialistas que habían quedado huérfanos con la ilegalización del partido nazi. Este último se encargó de las medidas de propaganda, de dar discursos por todo el país y de poner en marcha varias publicaciones importantes como 'El Socialista Nacional', que se editó hasta 1930.

Así consiguió atraer a una gran cantidad de simpatizantes, apelando continuamente a las clases más bajas. Sin embargo, cuando Hitler recobró la libertad en 1925, lo primero que hizo fue refundar el partido, reagrupar a todas esas facciones y enfrentarse a todos los que pudieran disputarle el liderazgo. Un año después ya había chocado abiertamente con los hermanos Strasser, sobre todo en un congreso del partido en el que declaró que sus propuestas significaban la «bolchevización política de Alemania». También relacionó la doctrina socialista de estos con el judaísmo, que ya empezaba a estar en su punto de mira.

Esto provocó que Gregor Strasser fuera gradualmente apartado de los puestos importantes de la formación. En 1926 pasó a ser jefe de Propaganda, y en 1928, jefe de Organización. Al mismo tiempo, entre 1925 y 1929, desempeñó el cargo de jefe de la región de Baja Baviera. No obstante, lo más importante de aquel discurso de Hitler fue que Goebbels se apartó de la «izquierda fascista» para jurar fidelidad al futuro dictador y ayudarle a controlar por completo todos los órganos del partido. Según subraya Gallego:

«Goebbels estaba al comienzo de su carrera política y había de sentirse fascinado por la capacidad de Hitler de manipular a los individuos, por su mezcla de paternalismo y fraternidad, de autoritarismo y de fanática convicción, de barroquismo verbal y simplicidad de objetivos. Si su relación emocional con Hitler puede causar el rubor de quienes, como Otto Strasser, solo podían concebir una relación basada en el acuerdo político, en el caso de Goebbels las cosas funcionaban de otra manera. Tanto que ni siquiera este podía calificar de traición».

La pelea de Berlín

Los hermanos Strasser nunca cejaron en su empeño de hacer virar el nazismo hacia sus posiciones. Según explica Alan Bullock en 'Hitler y Stalin: Vidas paralelas' (Kailas, 2016), Hitler seguía aterrado por que los miembros de su partido, al igual que había ocurrido en 1923, se sintieran frustrados por no entrar de una vez en acción. Creía que iba a perder su fuerza impulsora y su gran entusiasmo.

Así lo explica este historiador británico: «Las contradicciones no resueltas que aún podían poner en peligro las oportunidades de éxito del partido se encuentran documentadas en la confrontación posterior entre Hitler y Otto. Cuando Gregor Strasser se trasladó a Múnich, este permaneció en Berlín y utilizó su periódico, el 'Arbeitsblatt', para mantener una línea independiente y radical que irritaba y desconcertaba a Hitler».

En abril de 1930, los sindicatos de Sajonia llamaron a la huelga y Otto apoyó plenamente sus acciones. Hitler dio la orden de que ningún miembro del partido interviniese en ella, pero fue incapaz de silenciar los periódicos de Strasser. El 21 de mayo le invitó a reunirse con él en Berlín para discutir el asunto. En aquella charla, primero le ofreció importantes cargos en condiciones muy generosas para callarle, después apeló a sus buenos sentimientos, con lágrimas en los ojos, y, por último, le amenazó con la expulsión del partido.

Raza y arte

La discusión se inició con una disputa sobre raza y arte, pero pronto se encauzó hacia los tópicos políticos. Hitler criticó duramente un artículo que Strasser había publicado bajo el titular de «Lealtad y deslealtad», en el que establecía la diferencia entre el ideal, que es eterno, y el líder, que tan solo es su sirviente. Según recoge Bullock en su libro, estas fueron sus palabras:

«Todo eso no son más que disparates. En el fondo no estás diciendo otra cosa que otorgar a todos los miembros del partido el derecho a decidir lo que ha de ser el ideal, incluso a decidir si el líder es fiel o no al llamado ideal. Eso es democracia de la peor especie y no hay lugar entre nosotros para tales concepciones. Para nosotros, el líder y el ideal son lo mismo. Todo miembro del partido debe hacer lo que manda el líder. Tú mismo fuiste soldado… Y yo te pregunto: ¿estás dispuesto a someterte a esta disciplina o no?»

Siempre según el historiador, Otto Strasser le respondió: «Pretendes estrangular la revolución social en aras de la legalidad y de tu nueva colaboración con los partidos burgueses de derechas». El futuro dictador enfureció ante su insinuación: «Yo soy socialista, y un socialista de índole muy distinta a la de tu rico amigo el conde de Reventlow. En otros tiempos fui un hombre trabajador común y corriente. Yo no permitiría nunca que mi chófer comiese peor que yo. Lo que tú entiendes por socialismo no es otra cosa que marxismo. Y ahora fíjate en lo que te digo: lo único que quiere la masa de trabajadores es pan y circo. No entiende nada de ideales. Jamás podremos ganarnos a los trabajadores apelando a estos. […] Lo que existe exclusivamente en todas partes es la lucha de las capas más bajas de una raza inferior contra la raza superior dominante, y si esta raza superior se ha olvidado de la ley de su existencia, estará irremediablemente perdida».

La conversación se reanudó al día siguiente en presencia de Gregor Strasser y Rudolf Hess, en la que Otto se pronunció por la nacionalización de la industria. Ante sus palabras, Hitler replicó con desprecio: «La democracia ha dejado el mundo en ruinas y, sin embargo, ahora tú pretendes extender eso a la esfera económica. Sería el fin de la economía alemana. Los capitalistas se han abierto paso hasta la cima gracias a su capacidad y sobre la base de esa selección, que es una nueva prueba de que son una raza superior, tienen el derecho de mandar y dirigir».

Expulsión y asesinato

Dos meses después de aquella disputa, a finales de junio de 1930, Hitler dio instrucciones a Goebbels de que expulsase del partido a Otto Strasser y a sus seguidores. Le acusó de conspiración y alianza con el judaísmo. Este hizo entonces públicas las conversaciones en uno de sus periódicos y fundó la Unión de los Nacionalsocialistas Revolucionarios, que pasó a conocerse como el Frente Negro. Aquí se agruparon muchos nacionalsocialistas descontentos con su líder.

Según cuenta Julio B. Mutti en 'Nazis en las sombras', Otto emigró y continuó su oposición en el exilio al frente de este extraño y poderoso grupo de nazis anticapitalistas cercano a las ideas socialistas. En 1931, aún reclutó a una gran cantidad de marinos germanos para su causa con el objetivo de esparcir sus semillas allende las fronteras.

Gregor tomó cierta distancia de los puntos de vista de su hermano y permaneció en el partido nazi, pero no le sirvió de mucho, porque siguió colaborando con el periódico 'El Frente Negro' y los enfrentamientos continuaron hasta 1932. Ese año, el canciller de Alemania, Kurt von Schleicher, le ofreció la vicecancillería y ser primer ministro de Prusia, pero solo era una estrategia para alimentar la rivalidad entre ambas facciones y partir el nacionalsocialismo en dos. Strasser no aceptó, pero Hitler aprovechó para quitarle todos sus cargos orgánicos y robarle todos sus apoyos.

Únicamente conservó su escaño, del cual dimitió en la mencionada carta de 1932. Al año siguiente, el partido nazi obtuvo sus mejores resultados electorales, con un 37,3 % de los votos y 230 escaños. Esto se interpretó como una victoria de la facción más ultraderechista y afín a Hitler. Poco después recibiría el nombramiento de canciller de Alemania y terminaría aprobando para sí poderes dictatoriales con la firma de la Ley Habilitante.

En 1934, en la llamada «Noche de los cuchillos largos», el partido apresó y asesinó a innumerables rivales políticos internos. Entre ellos, Gregor Strasser. Su hermano Otto pudo librarse por haber huido del país. Goebbels lo declaró enemigo público del Reich y puso fin al intento de que el nazismo fuera un movimiento de izquierdas o, por lo menos, afín al socialismo.

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