La injusta fama que persiguió a los Regulares tras el Desastre de Annual
Historia militar
De las dieciocho condecoraciones que se otorgaron tras los combates, tres fueron destinadas a soldados de los Regulares por sus acciones heroicas, entre ellas dos laureadas
![Regulares, cuadro de José Ferre-Clauzel.](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/historia/2022/07/20/regulares-RmMWUHhSDQtic7To4EoNP8I-1240x768@abc.jpg)
En una afirmación tan injusta como sumaria, se suele incluir a todos los Regulares en la deserción masiva que se produjo por parte de los indígenas en el desastre de Annual (1921). Los hechos, y hasta las medallas, demuestran lo impreciso de meter a ... todo el mundo en el mismo saco: de las dieciocho condecoraciones que se otorgaron tras los combates, tres fueron destinadas a soldados de los Regulares por sus acciones heroicas, entre ellas dos laureadas. Fue la unidad más reconocida tras aquella campaña sobre la que tantas mentiras se han vertido.
A la sombra de la más mediática Legión, todo lo relacionado con los Regulares resulta más desconocido. Su creación, anterior a la Legión, en 1911, respondió a las protestas de la población civil que estaba siendo reclutada a la fuerza y a la propia necesidad de contar con una infantería hecha a los combates en el Protectorado. Al poco tiempo de su nacimiento tomaron el nombre de Fuerzas Regulares Indígenas de Melilla, cuyo primer jefe fue el teniente coronel de caballería Dámaso Berenguer Fusté, veterano de las campañas en Cuba.
Un alistamiento al límite
Se exigía a los Regulares tener muy buenos conocimientos sobre la manera de llevar a cabo la guerra africana y comprender su función como punta de lanza de las ofensivas españolas. Muy pronto demostraron su valía, en concreto el día 15 de mayo de 1912 durante la Campaña del Kert, donde uno de sus tenientes logró la concesión de la Cruz de la Real y Militar Orden de San Fernando por su actuación en la toma del poblado de Haddu Al-lal u Kaddur.
Los reclutas procedían en su mayoría del Protectorado, si bien, ante la necesidad de alistar también a Policías entre los nativos, fue necesario acudir a la zona francesa y a desertores de las mehallas del sultán para cubrir el número de voluntarios previsto. Además de los nativos, alrededor de un 20 por ciento eran de procedencia europea.
En vísperas de la derrota de Annual, las fuerzas de Regulares no vivían su mejor momento, muy mermadas por los bajos salarios (inferiores a los de un jornalero y a los que Francia pagaba a sus tropas locales), pero ya eran portadores de un gran prestigio entre la población: «Los Regulares nuestros del Rif eran respetadísimos, y no había ningún Bocoya, Beni bu Yahi o Beni Sicar que se atreviera a decirle nada a un cornetín de 15 años algo que le pudiera molestar», según declaró el 27 de agosto de 1921 el padre franciscano Alonso Rey.
La Policía asesinó a sus oficiales y se unió a los rebeldes, mientras que los Regulares vacilaron
Cuando el comandante Manuel Fernández Silvestre encabezó en el verano de 1921 su campaña hasta Alhucemas, con él marcharon también los Regulares de Melilla, entre ellos el hijo del general, el alférez de Caballería Manuel Fernández Duarte. Con el agua al cuello en el campamento de Annual, el comandante general de Melilla ordenó la salida de la localidad cercana a la costa el 22 de julio, con la columna española protegida por la Policía Indígena en el flanco izquierdo y los Regulares en el derecho. La Policía asesinó a sus oficiales y se unió a los rebeldes, mientras que los Regulares vacilaron, y aunque finalmente no desertaron, su lealtad quedó en tela de juicio el resto de la campaña.
La mancha de las deserciones
Hoy se sabe que el desastre pudo haber sido mayor si, aparte de las cargas de la caballería Alcántara, los Regulares al mando del comandante Llamas, al frente de tres tabores de Infantería, uno de Caballería y una compañía de ametralladoras, no hubiesen resistido en las alturas del sur del campamento, dando tiempo a los huidos para pasar por el angosto paso de Izumar. El propio Llamas estuvo en primera línea, pero su labor de flanqueo no fue lo suficientemente eficaz y su carrera quedó marcada por las deserciones en sus filas.
Al llegar la columna de supervivientes a Dar Drius, se ordenó que los escuadrones regulares pernoctasen fuera de la posición y que al día siguiente partieran los escuadrones y las compañías hacia Zeluán y Nador respectivamente, ya que el alto mando no quería contar con elementos indígenas en su columna. No fue necesario tanto celo. La tarde del 23 de julio, en Zeluán, la mayoría de los oficiales moros y muchos jinetes del tambor de Caballería se se marcharon ante el miedo a que sus familias fueran castigadas ahora que los españoles no estaban en la zona. La infantería, por su parte, fue desarmada en Nador y se les concedió un permiso para ver a sus familias. Ninguno regresó a la hora acordada.
La mancha de las deserciones masivas solapó, como en el caso de Llamas, que sería procesado, los grandes episodios de sacrificio protagonizados por miembros de los Regulares en esos días. Es el caso del teniente Núñez de Prado, que encabezó cuando Annual estaba ya cercada una columna casi suicida hacia la población cercana de Igueriben por la que fue condecorado. O el del capitán Joaquín Cebollino von Lindeman, que al frente del 3º Escuadrón de Regulares condujo desde esta misma localidad el último convoy que entró en el campamento español a costa de cinco muertos y once heridos en sus filas.
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