El infierno olvidado de Melilla: así resistió un puñado de españoles la embestida de 40.000 marroquíes
El cerco y posterior ataque que tuvo lugar entre 1774 y 1775 podría ser considerado uno de los episodios más épicos e ignorados de la historia de España

Hoy vamos a contarles uno de los episodios más épicos y desconocidos de la historia de España. Uno de los que apenas se ha hablado más allá de las conmemoraciones realizadas cada año en la ciudad que lo acogió: el feroz asedio de Melilla ... entre el 9 de diciembre de 1774 y el 19 de marzo de 1775. Fueron en total cien días en los que más de 40.000 soldados de Mohamed ben Abdalah, el sultán de Marruecos, trataron de acabar con los menos de dos soldados que había encerrados en el enclave.
Las razones que movían al sultán eran puramente religiosas, a pesar de que la soberanía pertenecía a España desde que Pedro de Estopiñán hizo ondear el estandarte de la casa de Medina Sidonia allá por 1497. Cinco siglos de historia en los que Melilla nunca vivió un momento más dramático y sobrecogedor que el que les vamos a relatar a continuación
Durante casi toda la segunda mitad del siglo XVIII, reinó en Marruecos el mencionado Ben Abdalah, también conocido como Mohamed III, el cual consiguió abrir su país al comercio con Europa. El 28 de mayo de 1767, incluso, había firmado en Marrakech un tratado de paz y comercio con España, pues le interesaba mantener las buenas relaciones con Carlos III por puro beneficio. Sin embargo, su sentimiento integrista islámico y su deseo de expulsar del Magreb a los cristianos se antepusieron a la diplomacia política. Puso la religión por delante de cualquier otra motivación y, a continuación, conquistó la plaza portuguesa de Mazagán en 1768.
La ayuda inglesa al sultán en armamento y asesoramiento militar iba en aumento, por lo que España intuyó que un ataque a sus posesiones en el norte de Marruecos se iba a producir en breve. Asumida la posibilidad del asedio a Melilla, el Rey de España ordenó que la ciudad comenzara a prepararse para su defensa. El 7 de junio de 1773 formó una comisión compuesta por el mariscal de campo Luis Urbina y los ingenieros Juan Cavallero y Ricardo Aylmen, los cuales emitieron un informe sobre las obras a ejecutar, el armamento que necesitaban y el posible plan de defensa que debían establecer.
Juan Sherlock, comandante de Melilla
En junio de 1774 es nombrado comandante general de Melilla el mariscal de campo Juan Sherlock, un militar de origen irlandés de gran prestigio, para que dirigiera las operaciones en caso de asedio. Fue entonces cuando los acontecimientos se precipitaron. En una carta fechada el 19 de septiembre de 1774, el sultán dijo que se proponía desalojar a los cristianos de sus posesiones norteafricanas fuera como fuese, desde Ceuta a Orán. Por contradictorio que parezca, aseguró también que no había roto, a pesar de todo, el tratado de paz, bajo el falso argumento de que este se refería solo a los ataques por mar y no por tierra.
Pocas semanas después, Ceuta es atacada y ante eso, Carlos III declara la guerra a Marruecos el 23 de octubre. El 9 de diciembre, las primeras tropas marroquíes se asentaron en las proximidades de Melilla, comenzando un cerco que fue recogido día a día en cuatro diarios: uno anónimo, otro de un capitán de regimiento, el tercero del ingeniero Juan Cavallero y el cuarto del médico Miguel Fernández de Loaiza. En ellos se reflejan al detalle las operaciones defensivas de los españoles, la atención de los heridos y las obras que se realizaron para resistir a los sitiadores.
Entre estas últimas estaban la formación de varios fosos de grandes dimensiones en diferentes barrios, además de un espigón en la costa; el acondicionamiento de dos de las galerías que conducían, bajo tierra, a los puntos más importantes de la ciudad; la adaptación de un área en la entrada principal del muelle, para poder inundarla si se producía la invasión; la reconstrucción de la bóveda en el Torreón de las Cabras; la reparación de los parapetos, garitas y demás edificios militares, y la excavación de otros ramales secundarios en los túneles para poder volar algunas zonas vulnerables de la ciudad, si era necesario, entre otras medidas.
1.650 hombres
Se estimó que, para todo ello, serían necesarios 1.000 soldados de infantería, así como oficiales de artillería, minadores, ingenieros, porteadores de municiones y personal sanitario. Entre este último grupo se encontraban un médico, tres cirujanos y cuatro practicantes para el hospital, donde se deberían aumentar, también, las camas disponibles y los utensilios. En cualquier caso, en ese momento se contaba ya para la defensa de Melilla con un total de 1.650 hombres y un armamento que consistía en 109 cañones, 16 morteros y pedreros de bronce y 300 quintales de pólvora. Aún así, los responsables solicitaron 900 quintales más, así como bombas, cureñas, fusiles de infantería, cartuchos y otros pertrechos.
No cabe duda de que el sultán de Marruecos había subestimado a los españoles, vista la capacidad de reacción que demostraron estos en la organización de la defensa de la ciudad. De hecho, en los tres meses y diez días que duró el cerco, recibieron el apoyo de varios regimientos y cuerpos de ingenieros y artilleros más, desde fuera de Melilla, cuyos efectivos sumaban otros 3.251 hombres, según el artículo 'Médicos y cirujanos presentes en el sitio de Melilla: 1774-1775', de Ángel Manuel Hernández, de la Real Academia de Medicina de Cataluña.
Eso no frenó a los marroquíes, que seguían empeñados en expulsar a los cristianos de sus territorios. En los cien días de sitio cayeron sobre sus calles unas 8.200 bombas, que provocaron 105 muertos y 584 heridos. Otras fuentes hablan de 12.000 bombas. Visto el dispositivo desplegado por el sultán, con sus cerca de 40.000 hombres rodeando la ciudad, ese número de bajas puede considerarse un fracaso, pero no contaron que durante el asedio, la población se refugió en unas cuevas excavadas en la roca, bajo las fortalezas de la plaza conocidas como Cuevas del Conventico y Cuevas de la Florentina.
El error en el asedio
Y eso que contaron con la información proporcionada por varios desertores, como la de un oficial anónimo del que informa el médico en su diario: «No se sabe qué motivos tuvo para tomar esa resolución, cuando tiene comida de sobra y el vino vale a dos cuartos el cuartillo. Además, se les trata bien, haciendo caso omiso a sus faltas leves». Más tarde, cuando se produjo un cambio de los bombardeos enemigos, el doctor añadió extrañado: «El soldado desertor ha debido advertir a los enemigos de que no tirasen a la Plaza, porque sus habitantes estaban guarecidos en cuevas, sino a los fuertes exteriores, donde suele haber multitud de tropa al descubierto». Pero el traidor, según el mismo relato, no se salió con la suya: «Oyendo las confidencias, el sultán le replicó: '¿Por qué vienes aquí teniendo allí todo de sobra? Has sido un traidor a tu Rey y al país donde naciste, por el simple placer de hacer mal, así que nada bueno puedo esperar de ti, yo que nada le debo'. Y mandó que le cortaran la cabeza». Lo mismo hizo Juan Sherlock con otros desertores capturados antes de que llegaran a entrar en contacto con el enemigo.
Mientras tanto, Mohamed III también confió demasiado en sus huestes y en sus flamantes baterías de origen inglés, dirigidas por artilleros expertos llegados, en su mayoría, de Europa, pero no consiguió cerrar el cerco por completo. Eso permitió que los españoles pudieran abastecer por mar a los melillenses. Y, de hecho, el comandante Sherlock tuvo que devolver algunos suministros, porque los almacenes estaban llenos.
Por último, las fortificaciones que los españoles habían ido construyendo a lo largo de casi cuatro siglos en aquel enclave eran inexpugnables. Muchas, incluso a prueba de bombas. De ahí que el número de bajas fuera tan relativamente bajo. Además, el armamento español era tan bueno como el inglés y los mandos militares españoles, superiores en conocimientos tácticos al de los enemigos, por no nombrar la absoluta superioridad marítima de España. Dos escuadras españolas, comandadas por Antonio Barceló y José Hidalgo de Cisneros, bloquearon la zona del Estrecho, impidiendo que Inglaterra abasteciera con armamento y municiones a las tropas marroquíes.
Cuando después de cien días el sultán se convenció de que iba a ser imposible expulsar a los cristianos españoles de Melilla y muchos menos tomar la ciudad, el diplomático Hamed El Gazel pidió reunirse con Juan Sherlock. En el encuentro, el marroquí le informó al mariscal de campo de origen irlandés que Marruecos deseaba recuperar la amistad con España y reanudar el comercio en condiciones más ventajosas para nosotros que en el anterior tratado. En vista de esto, se puso fin al sitio el 19 de marzo de 1775, Día de San José, y, en 1980, se firmó el Convenio de Amistad y Comercio en Aranjuez. Este establecía la libertad de comerciar en los puertos marroquíes por parte de los súbditos españoles y viceversa.
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