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El infierno de alquilar un piso en Madrid, comparado con el siglo XIX: seguimos sin aprender de la historia

Vivir en la capital de España ya era un problema hace más de cien años, cuando se aceleró el crecimiento demográfico y la población comenzó a agruparse en viviendas cada vez más pequeñas y caras, pero ¿es comparable a lo que ocurre hoy?

El calvario de alquilar un piso en Madrid (I): un fondo de inversión me echa de mi casa

El calvario de alquilar un piso en Madrid (II): mis tres meses de búsqueda entre fraudes y abusos

El calvario de alquilar un piso en Madrid (III): un final (no tan) feliz en una casa más pequeña y más cara

Desalojo del barrio de las Injurias de Madrid, en 1906 Francisco Goñi
Israel Viana

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'La misión imposible de alquilar piso en Madrid con 600 euros: una decena de zulos y exigencias desorbitadas', titulaba ABC la semana pasada. En la noticia se habla de un piso de 32 metros cuadrados con «una única ventana estrecha y un baño diminuto, sin apenas espacio para el inodoro», que se arrenda por ese precio. Y añade: «El problema está en el mercado, en que haya cuchitriles por 700 euros al mes e inquilinos que los pagan, porque la oferta inmobiliaria de la ciudad es escasa y no existen más opciones».

Pocos meses antes, el redactor que firma el reportaje de historia (no tan histórico) que está usted leyendo, contó en primera persona el calvario que vivió a la hora de buscar una vivienda en alquiler en la misma capital de España. Para este mismo reportaje con el abogado Carlos Castillo, portavoz del Sindicato de Inquilinas de Madrid, que me explicó la situación actual con respecto a este problema:

«La burbuja del alquiler no ha dejado de crecer debido a la irrupción de los pisos turísticos, Airbnb y, efectivamente, los fondos buitre, que han convertido el mercado en algo excluyente e inaccesible para la mayoría de los inquilinos. No solo en Lavapiés, Malasaña o el barrio Salamanca, sino en todo Madrid, incluidos los distritos con una tradición más obrera, donde los precios han subido un 50 o 60% en los últimos siete años y los salarios solo un 1 o 2%».

Además, según publicó Idealista en febrero del año pasado, los precios del alquiler en las principales capitales españolas han desbordado todas las previsiones y han alcanzado máximos históricos. «La situación es bastante problemática, porque en 2013 los alquileres representaban menos del 9% y ahora son el 25%. Hay pocas viviendas y la demanda no para de crecer, lo que encarece las rentas. Cada vez es más difícil que la gente que más lo necesita alquile una vivienda», confirmaba Francisco Iñareta, portavoz de esta conocida web.

El origen del problema de la vivienda en Madrid

Que hay problemas con la vivienda en Madrid actualmente es obvio, y es fácil comprobarlo a poco que uno leas los periódicos, da igual la línea editorial que tengan estos. Pero, ¿cuándo comenzaron los problemas con la vivienda en la capital? ¿Es algo nuevo o siempre ha sido difícil encontrar una? ¿La dificultad es ahora mayor que hace 20, 50 o 120 años? Pues lo cierto es que, si nos remontamos a su origen, se podría decir que algunos de los problemas actuales con la oferta inmobiliaria en la ciudad con más población de España se iniciaron después de que Felipe II nombrara capital a esta urbe en 1561.

Felipe IV fue quien mandó trazar el plano a mediados del siglo XVII con la idea de construir la gran ciudad imperial que sus antepasados habían soñado. A continuación decidió derribar la antigua muralla y levantar una nueva que tenía sus límites en la Puerta de Bilbao, Puerta de Alcalá y Puerta de Toledo. Con estos nuevos límites, el Rey de España estaba convencido de que la ciudad podría crecer en habitantes y edificios sin problemas durante los próximos siglos… pero se equivocó.

La capital se convirtió en un foco de atracción de la población extranjera y, sobre todo, de la España rural, que, en pocos años, provocó los primeros problemas para encontrar una vivienda para todos y a un precio asequible dentro de la zona amurallada. El problema se agudizó durante el siglo XVIII, hasta el punto de que la ciudad se quedó pronto sin terrenos para edificar y acoger a los nuevos vecinos. La única solución que encontraron fue añadir más pisos a las viviendas ya existentes, poniendo en riesgo la seguridad de muchos madrileños por la escasa supervisión de las obras.

El siglo XIX en Madrid

En el siglo XIX el problema se hizo insostenible. Varias señales alertaron del problema sobre aquel viejo Madrid. Por un lado, las epidemias de cólera de 1835 y 1855, que sembraron de cadáveres las calles y pusieron el foco sobre las pésimas condiciones higiénicas que había producido el hacinamiento. Por otro, el estallido popular que acompañó a la revolución de 1854 y que advirtió a las autoridades de las amenazas que suponía no aliviar la situación de pobreza que afectaba a esa nueva población. De hecho, ya rescatamos en anteriores reportajes de ABC los testimonios de importantes periodistas y escritores como Benito Pérez Galdós, Pío Baroja o Julio Vargas.

Este último, por ejemplo, calificó de «madrigueras humanas» muchas de las casas que se construyeron en la calle de San Germán, en el barrio de Cuatro Caminos, cuando la población comenzó a extenderse más allá de las murallas. Así describía también el barrio de las Peñuelas en una de sus crónicas para 'El Liberal' a mediados de 1885: «Lo primero que llama la atención es un arroyo de copioso caudal, cuyas negruzcas aguas repugnan a los ojos y ofenden el olfato. Al intentar descubrir el origen del hediondo vertedero y su pestilente riachuelo, uno cae en la cuenta de que son las aguas fecales que se desbordan en el Manzanares por ese punto».

Aquel Madrid que describía por primera vez este intrépido periodista era, obviamente, muy distinto al que conocemos en la actualidad. A mediados del siglo XIX, la ciudad estaba constreñida dentro de sus tapias, lo que impidió su expansión a pesar de que la población crecía. Para que se hagan una idea, en esos años Londres contaba con dos millones de habitantes, por 200.000 de la capital de España. A pesar de ello, esta última tenía unos índices de población muy superiores.

Las diferencias entre Madrid y las grandes urbes de Europa

En la capital británica, a cada habitante le correspondía una superficie de 100 metros cuadrados y en Madrid, de 26. Eso nos da como resultado una urbe constreñida en la que la población más pobre y con mayores problemas para adquirir una vivienda terminó por desparramarse fuera los límites de la ciudad en arrabales inmundos como los que describieron Pío Baroja y Galdós más tarde. En 1903, el primero denunció así esta situación en 'El Pueblo Vasco': «Madrid está rodeada de suburbios en donde viven peor que un mundo de mendigos, de miserables, de gente abandonada en el fondo de África. ¿Quién se ocupa de ellos? Nadie, absolutamente nadie». Seis años antes, el segundo escribía en su novela 'Misericordia': «Empleé largos meses en visitar las guaridas de gente mísera o maleante que se alberga en los populosos barrios del sur de Madrid, como el de Las Injurias, polvoriento y desolado. En sus miserables casuchas se alberga la pobretería más lastimosa».

Desde hacía más de medio siglo se intentaba acabar con este problema, pero la solución nunca terminó de llegar en aquellos años de expansión incontrolada. A comienzos de la década de 1830 se produjo la llegada de nuevos flujos de inmigrantes que hicieron crecer la población de Madrid como nunca antes lo había hecho. La mayor parte de los recién llegados era gente humilde que huía de la pobreza de sus lugares de origen y buscaban una vida mejor. La realidad que se encontraron, sin embargo, fue muy diferente, porque raramente encontraban lo que buscaban en una ciudad en la que no había viviendas ni empleo para todos.

A mediados del siglo XIX Madrid no estaba preparada para tanta población

A mediados de siglo, Madrid alcanzó los 250.000 habitantes. Esa cantidad puede parecer muy poco alarmante a la luz de los 3,2 millones que tiene hoy, pero la capital no estaba entonces preparada para acoger a tanta población dentro de sus murallas. Los madrileños vivían hacinados y en pésimas condiciones higiénicas. Aún así, se añadieron más pisos a los edificios, las calles se estrecharon y fue más difícil que en ellas entrara el aire y la luz. Ni siquiera las fuentes contaban con el agua suficiente como para saciar a tantos vecinos.

Grandes reformas en la ciudad

Las autoridades se pusieron manos a la obra y dictaron algunas medidas, como construir nuevas plazas y ensanchar las ya existentes. Estas operaciones de cirugía urbanística pretendían modernizar la ciudad y crear nuevas viviendas que acogieran a esa población que no paraba de crecer. Las más significativas fueron las de la zona de la actual Puerta del Sol, donde se derribaron viejos edificios y se reordenaron las calles, y las del Canal de Isabel II para solucionar el problema del agua, pero seguía faltando espacio en una ciudad diseñada hacía dos siglos y los precios tanto de compra como de alquiler se duplicaban a pasos agigantados. Madrid era la ciudad en la que todo el mundo quería estar y eso afectaba a las rentas.

Las autoridades se dieron cuenta de que se necesitaba un cambio más radical, un Madrid nuevo que pudiera afrontar los desafíos demográficos y habitacionales, de manera que los precios de alquiler se hicieran más asequibles para la población . La decisión de romper con el pasado y derribar las viejas murallas de Felipe IV se tomó en los últimos años del Reinado de Isabel II. Su ejecutor fue el ingeniero Carlos María de Castro, que presentó el Proyecto de Ensanche de Madrid encargado por el Ministerio de Fomento en 1860. En un principio, con dicha medida se multiplicó por tres la superficie de la capital y se garantizó el crecimiento en avenidas más anchas en contraposición con el enmarañado laberinto del antiguo casco, pero ni siquiera eso acabó del todo con el problema, tal y como denunciaban Galdós y compañía.

La razón principal es que el crecimiento demográfico se aceleró a mayor velocidad que lo que se ampliaba la ciudad. En 1900, la capital alcanzó los 500.000 habitantes, pero en 1904 se publicaba en ABC el siguiente artículo lleno de sarcasmo, firmado por Pablo J. Solas, en el que se denunciaba una situación que a día de hoy sufren millones de vecinos en algunas de las grandes ciudades españolas. Y es que, el problema actual no es tan nuevo:

«Compre usted un solar, encomiende a un arquitecto la construcción de una casa, edifique un jaulón con muchas habitaciones pequeñas, muy pequeñas, y de techos no muy altos; emplee en el inmueble cuantos materiales baratitos, procedentes de derribos, pueda, y decórelo a la moderna. Si es posible tener en cien metros cuadrados sesenta inquilinos, distribuidos entre la planta baja y cinco pisos sobre ella, el problema está resuelto. ¿Que son muy pequeñas las habitaciones? ¡No importa! ¿Que no hay apenas aire respirable? ¡Da igual! [...]. El caso es sacar buen interés al capital invertido en la edificación, que lo demás todo es cuento».

Una décadas después, este diario recogía las deficiencias de estos nuevos ensanches en otro artículo, que evidenciaba que los problemas no habían desaparecido: «Larache y Arcila se han higienizado y urbanizado bastante en los dos últimos años, pero sus terrenos han sido objeto de una gran especulación. Su precio se ha multiplicado por cien, aunque hace cuatro años era insignificante. Las viviendas escasean hasta tal punto que resulta imposible llevar a las familias a la mayor parte de la colonia europea».

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