Un historiador español destruye los tópicos del Holocausto: «Fue peor de lo que creemos»
El catedrático de estudios de genocidio Xabier Irujo derriba mitos y describe el protocolo creado por el Reich para perfeccionar los asesinatos en masa
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Ha tardado, no lo niega, pero sabe que el buen caldo debe bullir a fuego lento. Es lo que tiene recorrerse los archivos internacionales y entrevistar a una ristra de supervivientes de la barbarie nazi, que lleva tiempo. Tras dos décadas de investigaciones, Xabier Irujo ... presenta estos días –inmersos como estamos en el 80 aniversario de la liberación de Auschwitz– un ensayo que, promete, «reenfoca lo que sabíamos hasta ahora del Holocausto»: 'La mecánica del exterminio' (Crítica). Y «no porque la literatura que se ha escrito en los últimos años esté mal», ni mucho menos, sino porque se han instaurado en nuestra sociedad «una infinidad de tópicos difuminados» que toca matizar.
Este catedrático de estudios de genocidio en la Universidad de Nevada insiste en que ya tocaba «volver a los testimonios y a las fuentes originales», y subraya que estas dibujan un cuadro mucho «peor del que hemos creído» hasta la fecha. La maquinaria criminal que ideó el Tercer Reich, sostiene, iba mucho más allá de las cámaras de gas. Cada engranaje, cada rueda dentada, estaba manchada de sangre y pensada para masificar los asesinatos de aquellos a los que Adolf Hitler tildó de «racialmente inferiores».
El también doctor en Historia tiene ejemplos a pares. Desde los trenes a Auschwitz –«otro método de exterminio»–, a la idea de que las matanzas se limitaron a los campos.
Más que un campo
Auschwitz fue la luz roja que alertó a Europa de esta barbarie. El que fuera el mayor centro de exterminio de la Alemania nazi fue liberado por el Ejército Rojo el 27 de enero de 1945, durante los estertores de la guerra, y ya nada fue igual. «Aquel día se puso fin a uno de los capítulos más oscuros del Holocausto. Todavía hoy representa el recuerdo de las víctimas del genocidio y el compromiso global contra el odio, el racismo y el antisemitismo», explica Irujo.
Con todo, el experto recuerda que los datos son lapidarios y que, según el United States Holocaust Memorial Museum (USHMM), existieron más de cuarenta mil campos más: «La cifra se revisa constantemente. Hace poco pasaron de 42.000 a 44.000».
La mecánica del exterminio
- Editorial Crítica
Y añade que ese es uno de los aspectos que se ha desenfocado con el paso de los años: «No solo había grandes centros perpetuos, muchos eran campos que se montaban y desmontaban después de haber sido utilizados. Un ejemplo fue Treblinka. Por tanto, hay campos que nunca han sido geolocalizados ni estudiados». Cuando los investigadores se zambullan en ellos, sostiene, es muy probable que las cifras de represaliados y muertos aumenten. «Por el momento, el USHMM habla de algo más de 17 millones de víctimas entre judíos, civiles soviéticos y polacos, prisioneros de guerra no semitas, homosexuales, criminales políticos y comunes y opositores», completa.
Tampoco está de acuerdo Irujo con la terminología utilizada para describir estos centros de muerte. Aunque sabe que destruye conceptos forjados hace ocho décadas, insiste en que no se debería diferenciar entre campo de concentración y campo de exterminio, entre otros. Para él, todos tenían el mismo objetivo: «Es cierto que a partir de abril de 1942 las instalaciones fueron mucho más eficaces, pero no tiene sentido decir que Mauthausen, en el que murieron como mínimo 90.000 personas, era un campo de trabajo». Y más, sabiendo que Ernst Kaltenbrunner, uno de los artífices del Holocausto, exigía al director de este enclave que asesinara a mil presos al día.
Trenes, camas y balas
Pero los mitos no abarcan solo cifras y términos. Irujo los ha hallado en las tres fases que, según afirma, conformaron la Solución Final: el desplazamiento, la concentración y el exterminio. «El mayor tópico de la primera son los trenes», incide. Para empezar, sostiene que lo habitual era que los represaliados fueran trasladados a pie para ahorrar gastos. «De hecho, muchos de los campos nacieron como guetos porque, para los nazis, era más fácil concentrar a los prisioneros en el mismo lugar en el que vivían».
Para Irujo, los trenes, más que transportes, eran otra forma de exterminar a los deportados: «Era más eficiente y barato que murieran en el trayecto. El gas, como justifico en mi ensayo, era muy caro. Por ello, metían a 350 personas en un vagón en el que entraban 50. Además, en verano utilizaban químicos como la cal viva para elevar la temperatura. Y en invierno, lo contrario», confirma. Todo estaba medido al milímetro: poca agua, comida escasa, viajes interminables... «La mayor parte de la gente estaba ya muerta cuando abrían las puertas», finaliza.
Sobre la fase de concentración también se han extendido una infinidad de tópicos. El más sangrante ha sido la entrada a los campos. «El famoso álbum de Auschwitz que está en el USHMM nos ha dado una imagen errónea. Sus fotografías muestran la llegada idílica de un grupo de judíos húngaros que habían salido unos días antes de sus casas. No habían sufrido seis meses de encierro en guetos u otros campos y, por tanto, no estaban famélicos y todavía tenían ropa y maletas», añade Irujo. La triste realidad, dice, es que el grueso de los convoyes llegaban por la noche, y en condiciones pésimas.
La última pata de la Solución Final tampoco escapa al ojo de Irujo. «De los 44.000 campos documentados, apenas una treintena tenían cámaras de gas. ¿Cómo provocaron los nazis, entonces, 17 millones de víctimas mortales? En la práctica, entre un 12 y un 15% fueron gaseadas, pero el resto fueron asesinadas a tiros. Era lo más barato», completa. El método predilecto de los 'Einsatzgruppen' –los escuadrones de ejecución que acompañaban al ejército– había sido probado y medido. «Traían a las víctimas, las tumbaban en el fondo de una fosa, y disparaban. Luego, el siguiente preso era obligado a recostarse encima del cadáver de su compañero y seguía la matanza», sentencia.
Los últimos tópicos que derriba hoy Irujo son sobre el gas. «Los nazis afirmaban que era la forma más rápida y menos cruel de morir, pero en realidad era muy doloroso. Además, no era tan efectivo como parece», explica. Cuando se abrían las puertas de las cámaras, lo habitual era que tocara rematar a muchos prisioneros a balazos.
Este es el triste resumen de un lustro de barbarie; un tiempo que, pide Irujo, debemos recordar para que no vuelva a repetirse. Y nosotros así lo hacemos.
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