Los expertos españoles responden a Trump: «Es una verdadera estupidez»
Los mapas son soberanos: este accidente geográfico lleva el mismo nombre desde el siglo XVI
Sheinbaum responde a Trump y sugiere llamar 'America Mexicana' a EE.UU. tras la propuesta de rebautizar el Golfo de México

Los inicios del siglo XVI despedían aroma a sal marina y transpiraban la gallardía de los grandes exploradores. El Nuevo Mundo estaba por descubrir y, por la sangre de don Nicolás de Ovando, gobernador de Santo Domingo, corría cual veneno ese ansia de conocimiento. ... Tanto, como para ordenar a uno de sus mejores capitanes, Sebastián de Ocampo, realizar el bojeo de Cuba, «esa isla más al oeste de la que tantas maravillas hablan». Se asume que fue este marinero quien puso en el mapa el «mar oculto» que hoy baña las costas de tres países diferentes. Y también se asume que fue su hallazgo el que impulsó años después a aventureros de la talla de Hernán Cortés a usarlo como lanzadera en su camino hacia el interior del continente.
La historia es soberana. Ya a mediados del siglo XVI esta generosa porción de agua era llamada Golfo de México. Y así ha seguido desde hace más de quinientos años; medio milenio –que se dice pronto– en el que marineros y reyes de todas las nacionalidades lo han conocido de la misma forma. Pero el pasado no contaba con las declaraciones de un huracán llamado Donald Trump. A finales de enero, el presidente de los Estados Unidos revolucionó a geógrafos e historiadores internacionales al confirmar que una de sus primeras medidas tras sentarse en la poltrona sería la de modificar este topónimo. «Vamos a cambiar el nombre de Golfo de México por el de Golfo de América. Es un hermoso nombre, y más apropiado», clamó.
«¿Que qué opino? Hay ejemplos en la historia de un cambio de topónimo, pero, en este caso, no hay nada que lo justifique. Es una verdadera estupidez. Además, es una idea que no va a extenderse entre la sociedad». Antonio Sánchez Martínez suena tajante al otro lado del teléfono; el investigador del CSIC, historiador y autor del dossier 'De la cartografía oficial a la cartografía jurídica' tiene claro que, por mucho empeño que le ponga el presidente, «las siguientes generaciones lo van a seguir llamando Golfo de México». No es el único. Kevin R. Wittmann, medievalista y padre del ensayo 'La huella de los mapas', ve en esta amenaza «una cuestión ridícula y absurda», aunque no niega su importancia «desde el punto de vista simbólico».
Seno mexicano
Los expertos hablan sobre gruesos pilares: las miles y miles de cartas de navegación en las que, aseguran, aparece desde hace siglos el término. Y nosotros, de naturaleza inquieta, nos disponemos a corroborarlo. De buena mañana viajamos hasta la nueva sede del Archivo Histórico de la Armada, bautizada como Juan Sebastián de Elcano. En estos muros no hay hueco para la opinión política; lo importante es la historia. Uno de los técnicos, Fernando Santos, ha preparado una muestra con los planos que le hemos pedido. «Tenemos más de quinientos de la zona. Hemos acotado para que salga la parte oriental, que es dónde está el golfo», explica. Mientras paseamos hacia la sala de investigación nos corrobora que, en todos los que han hallado, este accidente geográfico se denomina Seno mexicano o Golfo de México.

Uno de los más antiguos que custodian de México data de 1744. «Estos fondos son heredados de la Dirección de Hidrografía y guardan mapas desde ese siglo. Era donde mandaban los resultados de las expediciones científicas», explica. Santos señala un pequeño manuscrito elaborado a plumilla –en tinta negra, al parecer– en el que lucen tres grandes palabras: 'Golfo de México'. Bajo ellas, una leyenda: «Parte de la Luisiana y Florida: desde el Río Missisipi hasta San Marcos de Apalache». Al norte se aprecia la costa de los actuales Estados Unidos; al oeste, la azteca. «Se cartografiaba la zona con la mayor exactitud posible para poder navegar de forma correcta y sin peligro. Querían evitar que los navíos encallasen, se perdieran o fondearan en alguna zona peligrosa», completa.
A su lado, otro mapa, y bastante más grande. Santos mira sus trazados y se queda fascinado ante los mil detalles hechos a mano: «Es un documento precioso». La leyenda no deja lugar a dudas: «Plano geográfico de la mayor parte de la América Septentrional española, 1772». Da lo que promete: es una recreación pormenorizada de los territorios explorados por los españoles y de las tribus que los conquistadores se encontraron en su avance. Entre ellas, las apacherías. Por ser, el autor fue concienzudo hasta el punto de admitir sus limitaciones: «Se ignoran las naciones que habitan esta parte de la California». Aunque lo que buscamos hoy son las tres palabras que se hallan al sur oeste: «Seno mexicano».

Del mismo siglo, aunque se desconoce el año concreto, es un plano manuscrito coloreado en acuarela verde, rosa y gris que señala la localización de los campamentos indios ubicados en la costa. En su margen inferior, una cartela subraya lo que viene siendo una letanía, el dichoso nombre: «Plano que manifiesta la costa del Seno mexicano desde el Río Grande hasta la Bahía de San Bernardo». Así con hasta media docena de mapas más. El último que nos enseña el experto tiene miga: una carta esférica con correcciones que llegan hasta 1846. Para entonces no solo habían nacido los Estados Unidos, sino que su gobierno ya había comprado la Florida a España. Y, a pesar de todo, ahí sigue nuestro «Seno mexicano».
Preguntamos por alguno más antiguo, y Santos asiente con la cabeza. Uno de ellos lo guarda la Biblioteca Nacional, está fechado en 1689 y recrea el «camino que hizo el gobernador Alonso de León desde Coahuila hasta el lugar donde habían poblado los franceses». Pero no es el único. Mientras nos despedimos, nos asegura que hay muchos más, y de todas las fechas.
Modificar mapas
Con los deberes bien hechos toca interrogar a los expertos. ¿Por qué Trump quiere cambiar la historia? Wittmann lo tiene claro: «Cree que, modificándole el nombre, lo hará suyo. Es algo que ya han intentado otros mandatarios en el pasado y que demuestra el carácter geopolítico de la representación del espacio». El ejemplo más claro, dice, son dos pequeñas islas volcánicas situadas en el Mar de Japón y ubicadas a una distancia equidistante de Corea y Japón: «Cada país las denomina de una manera por un conflicto que comenzó hace tres siglos». Para los primeros son las Dokdo; para los segundos, las Takesima. Aunque no hace falta irse tan lejos. «Es algo similar a lo que sucede con el Canal de la Mancha, que los ingleses denominan 'English channel'», añade. Y cómo olvidar las Malvinas, llamadas 'Falkland Islands' por los británicos.
Sánchez suscribe a su colega: «Los topónimos, a lo largo de la historia, han estado marcados políticamente». Aunque suelta una carcajada cuando le preguntamos por el nuevo nombre que propone el presidente de los EE.UU.: «¡Pensé que sería peor y que lo cambiaría por Golfo de Trump! En realidad, si lo que pretendía era irritar, le ha salido mal, porque América también hace referencia a México». Con todo, recuerda que la modificación de un concepto es un movimiento de ajedrez que ha ido acompañado siempre de otros tantos trucos de trilero como la alteración de los mapas.

«Pasó en 1494, en el Tratado de Tordesillas, donde España y Portugal se dividieron el mundo con una línea imaginaria situada al oeste de Cabo Verde», arranca. Por entonces, las cartas de navegación eran utilizadas como una herramienta jurídica. Que una isla estuviese ubicada a un lado o a otro de esa demarcación importaba mucho, y los cartógrafos no tenían piedad en mover una isla unos kilómetros a un lado u otro.

Su conclusión es que desde EE.UU. no van a redescubrir la rueda. El veneno que está utilizando el presidente es bien conocido, y, de hecho, no es el peor para el organismo. «En el siglo XVI se recurría a muchas más cosas para demostrar la prioridad histórica antes que a un topónimo. Los portugueses, por ejemplo, levantaban unos padrones de piedra –grandes columnas grabadas con una cruz– cuando descubrían un nuevo territorio. De esta forma, todo aquel que llegaba después sabía que habían estado allí», afirma. Aquello era más efectivo que modificar un topónimo. «¿De qué te va a servir cambiar un nombre que ya es conocido a nivel mundial?, ¿cuántos nombres diferentes han recibido algunos cabos, para quedarse al final con el inicial?».
Trump no está de acuerdo, pero tiene una larguísima lista de tareas que acometer antes de este cambio. Una de ellas, la creación de una suerte de 'resort' en Gaza. Pero eso, como se suele decir, es otra historia.
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