El absurdo mito sobre Hitler y la Gran Guerra que creemos desde 1914
A pesar de lo que se ha contado durante más de ocho décadas, los historiadores confirman que el 'Cabo Bohemio' se presentaba voluntario para las misiones más peligrosas

El 13 de octubre de 1918 fue un día que pudo haber cambiado la historia de la humanidad. Aquella jornada, un joven cabo del ejército germano gritó de terror cuando los británicos atacaron con gas venenoso el búnker en el que descansaba. Muchos de sus ... compañeros murieron, pero él logró escapar y, según explicó poco después, pudo dirigirse hacia «la retaguardia con los ojos ardiendo» a pesar del dolor que le atenazaba. Después de varios meses de ceguera se recuperó y se dedicó a su gran pasión, la política. Aquel chico era Adolf Hitler, y se ha repetido una y mil veces la falacia de que no combatió con valentía durante la Primera Guerra Mundial. ¿Realidad o ficción?
Uso político
Decir que la Primera Guerra Mundial fue un punto de inflexión para el Imperio Alemán es quedarse muy corto. La derrota en 'Der weltkrieg', el enfrentamiento que se cobró la vida de más de dos millones de soldados germanos, fue, de hecho, la semilla que llevó a la posterior invasión de Polonia en 1939. Las duras cláusulas impuestas por la Triple Entente –Francia, Inglaterra y Rusia, la columna vertebral de los aliados– al disuelto II Reich en el Tratado de Versalles supusieron un golpe severo para una sociedad que tuvo que hacer frente a unas privaciones extremas a partir de 1918.

A su vez, la estupefacción de los generales ante el triste resultado provocó la forja del famoso mito de la 'puñalada por la espalda': la falsa tesis de que los judíos y los bolcheviques que residían en el país habían traicionado a los valientes que luchaban en vanguardia y habían destruido toda posibilidad de victoria desde el interior. Los generales más destacados, Paul von Hindenburg y Erich Ludendorff, se escondieron tras esta excusa en un intento de eludir su responsabilidad. Al segundo le sirvió de poco a nivel político, pues acabó sus días renegando de Hitler, el mismo hombre al que había encumbrado tiempo atrás. Cosas de la política...
Sin embargo, para el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP) el dolor nacido al calor de la 'puñalada por la espalda' fue un regalo. Aprovechándose de la división social que se había generado, Adolf Hitler se rodeó de una pléyade de veteranos de la Primera Guerra Mundial que utilizaron su participación en el conflicto como demostración de su lealtad a Alemania. El mismo líder nazi solía recordar en sus discursos que él también era un veterano que había arriesgado su vida en las trincheras de media Europa. Aunque es cierto que prefería hacer referencia a ella para remover el odio hacia las potencias europeas de sus compatriotas, más que para definirse como un héroe.
Hitler en la IGM
La versión que ofrecía es la que, en la actualidad, ha quedado registrada en el 'Mein Kampf' ('Mi lucha'), sus memorias. En las mismas explica que, tras enterarse del comienzo de las hostilidades, se unió al ejército. «El 3 de agosto de 1914 presenté una solicitud directa ante S.M. el Rey Luis III de Baviera, con la petición de poder ser incorporado a un regimiento bávaro». Su petición fue admitida y se incorporó al Regimiento List, con el que combatió en el Rin y en Flandes. El posterior 'Führer' fue, por tanto, un voluntario dispuesto a luchar por el legado de la antigua Prusia.
A partir de este punto, la realidad es que Hitler habla poco en el 'Mein Kampf' de su participación directa en la Primera Guerra Mundial. Afirma que luchó en la batalla de Somme a finales de 1916 (la cual definió como «un infierno» en el que tuvo que resistir un «huracán de artillería») hasta que cayó herido el 7 de octubre de 1916. A continuación, fue enviado a retaguardia hasta «finales de 1917», cuando se reincorporó a su antigua unidad. Su testimonio siempre es general y no se centra en los pormenores de vida en el frente, sino en el sentimiento de la sociedad alemana.

Tan solo hay un momento en el que sí narra un suceso de forma detalla, y ese es el ataque con gas que sufrió en la noche del 13 de octubre, cuando se hallaba en un búnker ubicado en una colina cerca a Ypres. Mientras descansaba, las tropas inglesas arrojaron gas mostaza en el interior de la fortificación. «Al amanecer, fui presa de terribles dolores que […] se hacían más intensos. A las siete de la mañana, tropezando y tambaleándome, me dirigí hacia la retaguardia con los ojos ardiendo». Como bien recordó una y otra vez a partir de entonces, las toxinas le provocaron una ceguera que le acompañó durante varios meses.
Aquejado de ceguera, Hitler fue trasladado, como él mismo señaló, hasta el hospital de Pasewalk, en Pomerania. El investigador David Lewis afirma que se le apartó tanto del frente de batalla porque, por entonces, los médicos entendían que los soldados aquejados de alguna 'histeria' (cualquier trastorno psicológico provocado por estar en el frente de batalla) podían 'contagiar' al resto de combatientes que se recuperaban en los hospitales y hacer que decayera de forma drástica la moral. Con todo, el derrotismo no evitó que multitud de psicólogos de la época abandonaran la seguridad de sus hogares para tratar de paliar estas dolencias invisibles que se extendían por centenares entre los hombres que debían defender su patria.
Heroico
Esta versión de su participación en el conflicto es real, aunque incompleta. Es cierto que Hitler fue asignado a la 1ª Compañía del 16º Regimiento Bávaro de Infantería de Reserva (conocido, en efecto, como Regimiento List), pero la verdad es que, durante la mayor parte del tiempo, fue un cabo 'Radfahrer' (mensajero ciclista). El líder nazi obviaba este dato y dejaba entrever que había combatido en las trincheras como un soldado más. Craso error, pues el trabajo de los correos de la época era muy peligroso y respetado por los mandos. De hecho, siempre se presentaba voluntario para las misiones más difíciles y, según historiadores como Thomas Childers, «las ejecutaba con notable distinción».

Ejemplo de ello es que fue herido dos veces mientras custodiaba un mensaje y que obtuvo dos condecoraciones (la Cruz de Hierro de 2ª Clase y la Cruz de Hierro de 1ª Clase) por ello. Él, por el contrario, dejó que la propaganda nazi extendiera que la última medalla la había ganado tras capturar en solitario a siete soldados franceses. Tampoco escribió que la ceguera de la que tanto se enorgullecía no era culpa del gas, sino que era «histérica», un término que, en la época, hacía referencia a cualquier dolencia provocada por una crisis nerviosa o estrés postraumático.
O no...
Ya en Alemania, Hitler fue tratado por Edmund Forster, entonces un reputado experto en los problemas de la mente. Con todo, tan cierto como esto es que este médico era un firme defensor de que los soldados que sufrían problemas mentales eran unos vagos y unos cobardes que no querían volver a la batalla y que estaban dispuestos a exagerar cualquier dolencia para escapar de su deber.
«Los histéricos de guerra producirán todos los síntomas imaginables por el miedo al frente», explicó el doctor en 1922. Por ello, solía tratar a estos pacientes de forma brusca y como «niños llorones» a los que se les había cazado inventándose una enfermedad para no ir a clase.
De esta guisa atendió Forster a Hitler en 1918. Con 'amor duro', y ansioso por demostrar que el 'cabo bohemio' era un miedoso que quería regresar a casa. Aunque pronto abandonó esta idea cuando el futuro líder nazi le insistió en que quería regresar al campo de batalla junto a sus compañeros. Quizá por ello, el psicólogo se propuso convencer de alguna forma a aquel militar de que no padecía en realidad ningún problema físico. Así pues, un día se presentó en la habitación del paciente con una vela apagada y, tras revisarle los ojos, se dispuso a llevar a cabo una curiosa terapia de shock. El episodio lo narra de forma pormenozarizada Álvaro Lozano en su obra 'La Alemania nazi'.
En sus palabras, lo primero que hizo fue engañarle confirmándole que jamás recuperaría la vista.
«Cabo, tengo que informarle de que el gas ha hecho que sus ojos no puedan recuperarse. Siéntese. Muestre lo que un soldado que ha ganado la cruz de hierro es capaz de hacer. El problema es que ha desarrollado cataratas y no volverá a ver».
A continuación le dijo que, a pesar de todo, existen milagros capaces de devolver la vista.
«La voluntad puede producir hechos insólitos y superar la debilidad del cuerpo ¿Es usted uno de esos hombres? Los hombres corrientes permanecen ciegos, sin embargo, los hombres extraordinarios se fuerzan a ver de nuevo. ¿Tiene usted la fortaleza de conseguir lo imposible?».
Tras ello, encendió la vela y convenció a Hitler de que, si podía ver la llama, sería una prueba absoluta de sus cualidades únicas como ser humano y de que Dios le había escogido para llevar a Alemania hasta la victoria contra los enemigos exteriores e interiores. Tras escuchar estas palabras, el 'cabo bohemio' murmuró que, casi por arte de magia, el velo que cubría sus ojos se había levantado y la llama había aparecido frente a él. «Todo sucedió como yo quería. Hice el papel de Dios y le devolvía la vista a un insomne ciego», explicó poco después el propio doctor.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete