El germen de la F1 en España: de Madrid al circuito fantasma de Sitges que todavía puedes visitar

No es la primera vez que las carreras pisan la capital; a comienzos del siglo XX, los automóviles tomaron Guadarrama y el Autódromo de Terramar

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Inauguración del autódromo nacional. Un aspecto de las tribunas y de las pistas del autódromo de Sitges durante la carrera inaugural ABC

Es oficial: en Madrid rugirán los motores de los monoplazas durante una década, entre 2026 y 2035. Sí, la Fórmula 1 llega a la capital del reino. O más bien regresa, porque ya se había dejado ver por estos lares de forma intermitente desde 1913, el mismo año en el que el circuito de Guadarrama acogió el primer Gran Premio (GP) organizado por el RACE en España. Y vale, estamos de acuerdo en que poco se parecían aquellos vehículos con los actuales Aston Martins y Ferraris de rigor, pero también lo es que fueron los pilares sobre los que se erigieron las actuales carreras.

Guadarrama

Quiso la fortuna que la carrera arribara a nuestras fronteras en tiempos de Alfonso XIII, un excelso aficionado al automovilismo que hasta encargó un deportivo a la firma Hispano-Suiza en 1911. El monarca aupó sin pudor este gran premio: fondos, promoción... El mismo ABC publicó, el 11 de junio de 1913, que «Su Majestad el Rey» se dignó «a ofrecer premios consistentes en copas» el mismo día de la carrera, lo mismo que «Sus Altezas Reales, los infantes Doña Isabel y Don Carlos», el Ayuntamiento de Madrid y «los ministerios de Fomento y la Guerra». El cóctel de emoción y gasolina sacudía la capital.

Como bien explicaba el diario, el gran premio arrancaría apenas unas jornadas después: «El domingo 15 del corriente se celebrará la carrera internacional de automóviles, organizada por el Real Automóvil Club de España, en la que tomarán parte 20 coches inscritos de las principales marcas». Por desvelar, ABC desvelaba hasta la cuantía de los premios: 20.000 pesetas para el ganador, y 5.000 para el segundo clasificado. «El primer coche saldrá a las diez en punto de la mañana, y los demás irán saliendo del mismo punto a intervalos de tiempo prudenciales», insistía el diario. En total, los participantes darían tres vueltas a un trayecto de 103 kilómetros; unos 300 en total.

El circuito en el que se celebraría la carrera no era permanente, lo que hace que el trayecto todavía se pueda visitar. Abarcaba parte de las provincias de Madrid y Segovia y, aunque sorprenda, no contaba con las medidas de seguridad de las que hoy disfrutamos. Aunque sí es cierto que ABC hizo públicos algunos consejos; el principal, «vigilar que ningún obstáculo pueda, accidentalmente o por mala intención, obstruir el camino que han de seguir los corredores». Con todo, también se prohibía «terminantemente al público circular por la carretera del circuito, estacionarse en ella o atravesarla» y se obligaba a detenerse «a toda clase de vehículos en las carreteras, caminos y carriles que dan acceso al circuito, a 20 metros». El trayecto se dio a conocer con luces y taquígrafos:

«Los coches salen de La Granja y van a subir el Puerto de Navacerrada, pasando, por Valsaín; del Puerto de Navacerra van al cruce de la carretera con la de Madrid a La Coruña; de este cruce van, por la carretera de Madrid a La Coruña, a Guadarrama, siguiendo hasta el alto del León. De este bajan hasta San Rafael, en donde al llegar a la bifurcación toman la carretera de la derecha para dirigirse a Revenga y llegar a Segovia; llegados a Segovia, sin entrar en la población, vuelven a la derecha delante de la llamada Puerta de Madrid, yendo de aquí a encontrar la carretera de Segovia a La Granja, para una vez llegados a este punto comenzar la segunda vuelta, pues el recorrido completo es de tres vueltas, que terminan en La Granja».

La prueba la ganó Carlos Salamanca sobre un coche Rolls Royce de 40 CV con un tiempo de cuatro horas, cincuenta minutos y cuarenta y seis segundos.

Terramar

Hubo que esperar una década para que se celebrara el II Gran Premio de España. En 1923, Barcelona dio la bienvenida a un circuito con mucha historia, y que todavía se puede visitar a pesar de que ha quedado como una suerte de fantasma alejado de las carreras más populares: el Autódromo de Terramar. Su construcción se extendió durante 300 días y, con unos costes de cuatro millones de pesetas, se convirtió en una referencia mundial del automovilismo. No en vano todavía es considerada la cuarta pista más antigua del mundo después de las de Brooklands, Indianápolis y Monza. A su vez, fue la primera pista permanente construida en nuestro país; hasta entonces, el resto habían sido concatenaciones de carreteras.

La carrera se llevó a cabo el mismo día de la inauguración: el 28 de octubre de 1923. Y lo cierto es que fue acogida con entusiasmo por un público que llenó las instalaciones a pesar de la fortísima lluvia que había tomado Sitges. Los premios eran algo más cuantiosos que en Guadarrama: 50.000 pesetas para el vencedor, 20.000 para el segundo clasificado, y 10.000 para el tercero. Amén de una de serie de copas promocionadas por varias organizaciones como el propio RACE.

La victoria la obtuvo el galo Albert Divo con un tiempo de dos horas, cuarenta y ocho minutos y ocho segundos. La velocidad que alcanzó fue casi el doble que Salamanca: 142 kilómetros por hora. Una cifra nada desdeñable para la época.

Aunque se convirtió en un circuito referente en Europa y en el mundo, el Autódromo cayó en desuso por una mezcla de catastróficas desdichas. La poca seguridad, el escaso público que acudía a las pruebas... Aquel cóctel terminó por condenar a este óvalo. Así, apenas dos años después de su inauguración, ya no se celebraban carreras. La actividad retornó a partir de 1932, tras una fuerte inversión económica, pero la llegada de la Guerra Civil detuvo las competiciones y lo convirtió en campo de entrenamiento de soldados. En las décadas posteriores fue preservado y actualizado y, aunque hoy se celebran eventos, no acoge grandes carreras.

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