Desvelado: la gran mentira con la que la República justificó las matanzas de Paracuellos
Pedro Corral analiza las ejecuciones perpetradas en Madrid durante 1936: «La República está enterrada en Paracuellos»
En su ensayo, sostiene que la idea de que fueron organizadas para acabar con la quinta columna es una falacia
El general catalán que quiso acabar con el himno español: ¡hizo un concurso para cambiarlo!
![Francisco Largo Caballero, en 1936](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/historia/2024/03/06/largocaballero-RyC7ZEr249VhmF70HGT2uqL-1200x840@diario_abc.jpg)
Madrid olía a pólvora y a muerte en el noviembre de 1936. Cuatro meses después del estallido de la sublevación militar, el joven médico suizo Georges Henny, delegado del Comité Internacional de la Cruz Roja, estaba compungido por las filas y filas de cadáveres que poblaban las calles de la capital. Muchos de ellos, reos acusados de 'derechistas' y extraídos de las cárceles a la fuerza. Harto, el día 2 escribió una carta al presidente del Gobierno, Francisco Largo Caballero, con varias peticiones; la más importante, considerar a todos los encarcelados «prisioneros de guerra». El objetivo era proteger su vida bajo el paraguas del derecho del Viejo Continente y evitar que fueran fusilados por milicianos enfervorecidos.
Debió pedir demasiado. El 4 de noviembre, el socialista acusó la recepción del documento y obvió aquella solicitud: «En su día contestaré a los otros extremos de su carta». Es triste, pero el silencio administrativo se explicó en un suspiro. Tres jornadas después arrancaron las matanzas de Paracuellos; esas que costaron la vida a entre 2.500 y 5.000 reos acusados de pertenecer al bando sublevado durante los primeros compases de la Guerra Civil. «Su responsabilidad se ha difuminada en la historia; el PSOE ha querido limpiarse el expediente de Paracuellos con Santiago Carrillo. Sin embargo, esta documentación que he recabado demuestra que la Cruz Roja interpeló a Largo Caballero para que garantizase la vida de los prisioneros».
El que habla a ABC es el escritor Pedro Corral, y viene con ganas de agitar la historia que nos habían contado sobre este genocidio. Por eso ha escrito '¡Detengan Paracuellos!' (La Esfera). Porque ya tocaba analizar las verdades y las mentiras de las matanzas, porque muy pocos se habían zambullido en la documentación oficial de la Cruz Roja Internacional, y porque todavía se desconocen los nombres de muchos héroes. «La República está enterrada en Paracuellos. No es una apreciación subjetiva; así lo sintieron los que actuaron para paralizar las matanzas. Republicanos de conciencia como Melchor Rodríguez, Luis Zubillaga, Mariano Gómez, Mariano Sánchez-Roca o Feliciano López. Todos estaban convencidos de que aquello fue el fin de todos los valores y principios por los que ellos habían luchado», completa.
Mitos fuera
Pero medio millar de páginas dan para mucho, y Corral las ha exprimido hasta la última palabra para analizar todo lo que rodea a Paracuellos; desde los antecedentes hasta las repercusiones. Con la documentación destruye mitos y señala realidades de esas que se esconden bajo la alfombra. La primera, la falacia mil veces repetida de que las matanzas se sucedieron a partir del 7 de noviembre de 1936. Sí, es cierto que ese fue el día en el que las extracciones se generalizaron y los reos comenzaron a ser trasladados hasta Paracuellos y el soto de Aldovea. Sin embargo, también lo es que «esas sacas ya se veían produciendo desde septiembre en algunas cárceles como la de Ventas», al norte de Madrid.
El ejemplo más claro es el de Colmenar Viejo. «Allí, las milicias ya habían solicitado que se pusiera a los prisioneros a su disposición. Los asesinaron en la carretera; no llegaron a pisar el pueblo», añade el experto. Las cifras estremecen, y, según Corral, suelen obviarse: «Antes de Paracuellos, el ritmo de asesinatos en las calles era de 200 por día. Las grandes sacas de noviembre y diciembre –se hicieron en dos tandas– no fueron más que la reproducción de un 'modus operandi' que ya aplicaba la checa de Fomento, creada por la Dirección General de Seguridad, en las prisiones desde octubre de 1936». La mente del investigador es una enciclopedia; no necesita ojear datos ni nombres.
![Pedro Corral, sostiene una maqueta del Polikarpov I-15, Chato](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/historia/2024/03/06/corral-U47060776804caQ-760x427@diario_abc.jpg)
La segunda falacia es la más controvertida: la máxima de que fue el general Mola quien afirmó que iba a conquistar la capital con sus tropas, más aquellas que se escondían en el interior de las cárceles. Corral, sustentándose en la documentación, no opina lo mismo: «Julius Ruiz ya había apuntado que esa quinta columna podía ser una invención del PCE. Fue citada por primera vez el 3 de octubre, en un artículo de 'Pasionaria' en 'Mundo Obrero'. He encontrado que, ese mismo día, otra figura clave del partido, Domingo Girón, dijo que Mola iba a atacar con cuatro columnas, y que ellos, los comunistas, eran la quinta que iba a detener a aquel fanfarrón».
¿Equivocación? Corral lo duda: «Es posible que no se enterara de la consigna para crear la fabulación de que la quinta columna iba a acabar desde dentro con la resistencia del Frente Popular en Madrid, cuando realmente no existió hasta los primeros meses de 1937, como señala bien Javier Cervera». El autor es partidario de que aquello fue una justificación para la limpieza de retaguardia. «Entender que Paracuellos se montó para aniquilarla es una falsedad brutal. Lo que había en las cárceles eran profesionales liberales, militares retirados, obreros, religiosos, mujeres...», completa.
Detengan Paracuellos
![Imagen - Detengan Paracuellos](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/historia/2024/03/06/paracuellos-U78156622886sht-224x330@diario_abc.jpg)
- Editorial La Esfera
- Páginas 520
- Precio 23,90 euros
Por último, derriba el mantra de que Paracuellos era un episodio condenado a sucederse. «Se pudo evitar desde el minuto uno. Había los recursos y la fuerza para que no se llevase a cabo, pero no se quiso», explica el autor. Si ha habido divulgadores que han repetido hasta hartarse esta mentira, Corral hace lo propio durante nuestro encuentro. Una y otra vez insiste en que, «cuando la República quiso, paró las matanzas, como hizo Melchor Rodríguez en dos ocasiones». Y, por otro lado, recuerda que «el embajador británico mandó una propuesta general de intercambio de rehenes políticos en octubre a ambos bandos y hasta puso a su disposición a la 'Royal navy'». La respuesta de unos y otros, sin embargo, fue una negativa.
Héroes y villanos
Todos estos –y otros tantos– afluentes los vertebra un personaje hasta ahora apartado de los focos de la historia: Henny. Un pediatra de 29 años que abandonó un puesto cómodo en el Hospital Cantonal de Ginebra para acudir a Madrid como delegado de la Cruz Roja. «Se preocupó por las víctimas de la guerra más allá del bando en el que estuviesen. Los ejemplos son numerosos: el intento de evacuación de los civiles del Alcázar de Toledo, la devolución a sus padres de los niños a los que la guerra había sorprendido en colonias escolares en la otra zona...», explica Corral.
Gracias a sus cartas, el autor ha descubierto que hubo más villanos en Paracuellos que Santiago Carrillo, entonces Consejero de Orden Público: «No se puede negar que la cadena de mando de la ejecutoria de las sacas y las matanzas fue comunista, lo mismo que el 'consejillo' de la Dirección General de Seguridad. Además, al frente de las Milicias de Vigilancia de Retaguardia (MVR), responsables de las sacas y ejecuciones, se hallaban otros dos miembros del partido. Pero también es cierto que en ellas predominaban los socialistas y los miembros de la UGT. Al final, en los pelotones de ejecución había hasta afiliados de Izquierda Republicana, el partido de Azaña». Y eso, sin nombrar al propio Largo Caballero, señalado por la misiva del 2 de noviembre de 1936.
Parece que Henny metió el dedo en el ojo al Gobierno. El 8 de diciembre de 1936, el avión de la embajada francesa en el que viajaba junto a dos periodistas y a dos niñas fue ametrallado; él se salvó de milagro. ¿Quién fue el culpable? Es la enésima pregunta que intenta responder Corral en su ensayo. «Reúno todos los testimonios y pruebas, pero hay incógnitas. Por mi parte, no tengo duda de que el objeto del ataque era el doctor. Fue un Polikarpov I-15 republicano el que atacó desde abajo, y con una ráfaga corta para alcanzar los depósitos de combustible y que al avión cayera incendiado y pareciera un accidente», explica.
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