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ABC Cultural

Las confesiones más íntimas de El Lobo, el topo de Franco que detuvo a 320 etarras: «Vivía un suplicio»

Desde que se supo que Mikel Lejarza había sido un infiltrado de ETA, en 1975, el exespía han concedido dos entrevistas clandestinas a ABC en las que reveló algunos de los peores momentos de su aventura

Cartel de amenazas distribuido por ETA, de Mikel Legarza ABC

Israel Viana

Madrid

«La forma de asesinar de ETA ha terminado, pero queda la simiente y será muy difícil que desaparezca». Quien así se ha expresado este martes, en un céntrico hotel madrileño, sabe de lo que habla. Es Mikel Lejarza, 'El Lobo', un espía reclutado por el SECED, la agencia predecesora del CNI y creada durante la dictadura de Franco, que estuvo infiltrado en la banda terrorista hasta conseguir decapitarla por primera vez. El famoso topo aparecía ayer en público, por primera vez, casi cincuenta años después de protagonizar la mayor operación policial contra la organización vasca.

Lejarza, con peluca, barba postiza y gafas pintadas, pertrechado por varios miembros de seguridad ataviados con mascarillas de la bandera de España, ha presentado el libro escrito junto con el periodista Fernando Rueda: 'Secretos de confesión: 50 aniversario de la Operación Lobo' (Roca). Es la segunda parte de 'Yo confieso' y en él ofrece un retrato más íntimo y personal del espía. «Me veis con estas pintas, pero no me queda otra», advirtió a los presentes, recordando la odisea vivida durante décadas, en las que estuvo amenazado y perseguido por los terroristas y sus simpatizantes.

El exespía lleva más de media vida en el anonimato, desde que su identidad se hizo pública en 1975. En todo este tiempo se han escrito novelas y rodado películas sobre su hazaña, mientras él vivía se veía obligado a vivir escondido por miedo a las represalias. A pesar de ello, cree que la 'Operación Lobo' se cerró antes de lo que él hubiese querido, pues tenía la esperanza de haber seguido ascendiendo en el escalafón y contribuir a la disolución definitiva de la banda tras la amnistía del 77. Aún así, gracias a su trabajo se detuvo a 320 supuestos etarras.

Para algunos fue un traidor que merecía la muerte. Para otros, incluido él mismo, un héroe sin recompensa ni reconocimiento a lo largo del medio siglo transcurrido. «Me parece bien que hagan una película de mi vida. Es una forma de reconocer mi trabajo, del que otros, en cambio, han obtenido tantas medallas. Porque es increíble que yo tenga más reconocimiento del Mossad israelí y del FBI, que de España», se quejaba en 2004.

La captación

'Desarticulado un importante comando de ETA', anunciaba ABC en su portada del 20 de septiembre de 1975. Bajo el titular, la fotografía de nueve de los terroristas detenidos. En las páginas interiores, otros artículos de apoyo como 'El Gobierno reafirma su postura de seguir combatiendo el terrorismo con todos lo medios legales' y '1975: un año decisivo contra ETA'. Pero, ¿cómo llegó El Lobo hasta allí? ¿Cuánto tuvo que sufrir y qué peligros corrió? ¿Cómo consiguió que nadie lo descubriera?

Lejarza lo ha explicado a este periódico en dos conversaciones exclusivas y clandestinas, desde la que mantuvo con nosotros en 1995, en México DF, hasta la de 2019 en España. En esta última dejó declaraciones tan contundentes como esta: «No es el miedo lo que me mantiene oculto, pero todavía hoy debo tener muchas precauciones. ETA ha sembrado tanto el País Vasco de pasquines con mi fotografía, intentando ponerme una imagen de traidor, que se ha creado un germen de rabia hacia mi figura. Cómo no va a haber precaución, más que antes».

Lejarza nació en Areatza, Vizcaya, y era hijo de un panadero. Desde muy joven se movió en los círculos de la izquierda abertzale, antes de mudarse a Basauri. Fue en esta otra localidad donde fue captado por la Policía franquista. Así lo contaba él en 1995: «Era diciembre de 1973. El atentado contra Carrero Blanco había conmocionado a la Policía y a los servicios secretos españoles, que entonces contaban con muy poca información sobre ETA. Un pariente que trabajaba en la Brigada Político Social me habló de la posibilidad de trabajar en contra de ETA. El cursillo del SECED en 1974 fue muy corto. Me enseñaron tácticas de evasión, sistemas para enviar mensajes cifrados, pero nada de técnicas de infiltración. Lo que sí me enseñaron fue a tener confianza en mí mismo, que es lo más importante para una persona que se va a infiltrar en una organización así».

Mikel Lejarza, en el centro, junto a Fernando Rueda EFE

La muerte de cerca

El SECED era el servicio de espionaje que había creado el almirante Luis Carrero Blanco en octubre de 1972. Lejarza fue, por lo tanto, uno de sus primeros integrantes, en una de las época de mayor actividad de ETA. No hay que olvidar que, un año después, la banda asesinó en la calle de Claudio Coello de Madrid al mismo presidente del Gobierno franquista. En septiembre de 1974, otra bomba causó una matanza en la cafetería Rolando, muy próxima a la sede de la Dirección General de Seguridad en la Puerta del Sol. Fue ahí donde El Lobo entró en acción, después de una larga y difícil labor de acercamiento a la organización.

Tan eficaz fue que consiguió llegar a tratar de tú a tú a los líderes de ETA. Para ello utilizó como tapadera su profesión de decorador, lo que le permitió conocer a un sinfín de arquitectos en media España. Según contó años después, con este trabajo montó una red de pisos que sirvieron de escondite a los comandos desplazados a Madrid y Barcelona para cometer atentados. Así se convirtió en una pieza clave dentro de la organización.

«Mi trabajo pronto dio sus frutos. Gracias a los datos que proporcioné, se consiguió interceptar una maleta con abundante documentación de ETA, la primera importante que se conseguía sobre la banda desde su fundación», reveló a ABC en 1995. Sin embargo, para mantener su tapadera tuvo que poner su vida en peligro en varias ocasiones. En julio de 1975, por ejemplo, estando en una reunión de la cúpula etarra en Sokoa, Francia, estalló una bomba en la vivienda. Por suerte, no causó víctimas. Lejarza sabía que eso iba a ocurrir y tuvo que tener la sangre fría para aguantar el miedo con los nervios a flor de piel.

Entrevista a Mikel Lejarza, en 1995 ABC

Don Juan de Borbón

Unos días después, su vida volvió a estar en peligro: la Policía le descubrió cuando iba en un coche con unos etarras por el paseo de la Castellana, lo que desencadenó un tiroteo. Los agentes desconocían que él era un topo dentro de aquel peligroso comando y comenzaron a disparar. Volaron más de cien balas en el centro de Madrid, que costaron la vida a uno de los terroristas. Una vez más, escapó por los pelos.

También vivió de primera mano el intento de secuestro de Don Juan de Borbón: «Un día, me encuentro con 'Smith' y 'Chao', que me llevan a un piso de Hendaya, donde permanezco escondido. Me entero de algunas cosas y paso información al SECED, como la que evitó el secuestro del Monarca, que se encontraba en una embarcación en Mónaco en agosto de 1974». Lejarza asimismo reveló a este diario algunas de las conversaciones íntimas que mantuvo con los terroristas, como aquella en que un compañero le contó que había sacado los ojos con destornilladores a tres gallegos que fueron secuestrados, torturados y asesinados después de haber sido confundidos con policías.

«En junio de 1975 pasamos a España y, un mes después, gracias a los datos que proporciono, se desarrolla la primera gran operación en la que son detenidas 150 personas en toda España, no solo de ETA, también de organizaciones de extrema izquierda como el FRAP y la UPGA, las cuales tenía relación con ETA», relató a continuación.

El fin de la tapadera

Fue en esos días cuando El Lobo comenzó a ser consciente de que su falsa identidad estaba levantando las primeras sospechas dentro de ETA: «Aquello era un suplicio. Era como vivir dentro de una pecera en la que, en cualquier momento, otro pez, más grande y peligroso, te podía devorar. Aprovechaba cualquier momento, por la tarde, para echar una cabezada. Lo que ocurre es que, todavía hoy, casi no puedo dormir por la noche», admitía.

Decidió entonces poner fin a su aventura: «Un día, Yon y Ezquerra me dijeron que querían hablar conmigo y me llevaron en coche hasta dos bancos de la Ciudad Universitaria de Madrid. Allí me comentaron que les había llegado, de mano de independentistas catalanes, que yo era un infiltrado. Se lo había dicho la BBC, comentó». En ese momento, Lejarza fingió estar indignado y amenazó con dejar ETA. Contó que, incluso, les entregó su arma allí mismo. Le creyeron. Había estado en demasiados enfrentamientos con la Policía como para que el soplo fuera cierto.

Días después, sin embargo, ambos terroristas fueron detenidos. Fue su última acción, porque ETA no volvió a saber nada de Mikel Lejarza. Desapareció. Para despedirse de los terroristas, aún tuvo el valor de mandarles una carta contándoles la verdad. Después, comenzó una vida en la clandestinidad que continúa todavía hoy, más de una década después de que la banda anunciara su cese definitivo de la lucha armada.

«He dedicado mi vida a salvar otras y me he convertido en un proscrito», subrayaba en 1995.

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