Los cinco secretos de Franco para evitar que su dictadura fuese aplastada durante 40 años
Entre 1923 y 1930, Miguel Primo de Rivera se enfrentó a los terratenientes, las clases adineradas, el Ejército, los catalanistas y la Iglesia; el del Ferrol, por el contrario, se mantuvo alejado de estos problemas para mantenerse en la poltrona
Francisco Franco: la trágica infancia de un niño maltratado con golpes e insultos
![Francisco Franco](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/historia/2023/01/09/frnaco-R2JFCACotmrq4QYHhSSXuuL-1200x840@abc.jpg)
Miguel Primo de Rivera no fue precisamente africanista. El artífice de la 'dictablanda' estaba convencido de que las campañas en Marruecos vaciaban las arcas del Estado y segaban demasiadas almas. Pero su fallo fue intentar convencer de ello a los militares que llevaban años batiéndose el cobre, y el fusil, en una caldero hirviendo como era el norte de África. En 1924 no se le ocurrió otra cosa que partir con una amplia comitiva hacia la base de La Legión, en Ben Tieb, para meterles en la cabeza que aquello de la expansión colonial había tocado a su fin desde el famoso, y triste, desastre de 1898. Fue aguerrido, pero también algo inconsciente.
El episodio fue de película de Berlanga. Primo, orondo, recio y de mostacho poblado -¡cómo olvidar su faz!- se personó con sus adláteres ante el jefe de la unidad; un tipo flacucho, no demasiado alto y con voz de pito (o atiplada, como la nombran ahora los historiadores). No parecía que el entonces teniente coronel Francisco Franco fuera a dar excesivos problemas. Arrancó el mitin. Que si la falta de dinero, Paquito; que si nos echamos encima a la opinión pública cada vez que hay que llenar un ataúd en Marruecos. Pero el legionario, erre que erre con que nadie se movía de África. Y, por si fuera poco, se unieron a la trifulca los subordinados que por allí andaban.
Decir que el alboroto fue en aumento es quedarse corto. Aquello era una granada sin anilla presta para causar la debacle. «Fue tal la tensión que hubo, que José Sanjurjo, que acompañaba a la comitiva, le dijo al Conde de Romanones que había estado a punto de sacar su pistola porque veía que la situación se iba a descontrolar y que se iban a liar a tiros entre africanistas y los que iban en comandita con Primo de Rivera». El que habla a ABC es el escritor e investigador histórico Gerardo Muñoz Lorente. Y lo hace con la sabiduría que le da haber escrito 'La dictadura de Primo de Rivera' Los seis años que le costaron el trono a Alfonso XIII' (Almuzara, 2022).
Al final, la sangre no llegó ni al río ni a la arena del campamento. Primo de Rivera se marchó airado protegido por sus hombres y Franco rebajó los ánimos matones de sus colegas. Poco después, el del Ferrol le entregó por escrito su renuncia; se negaba a participar en un ejército que abandonara a África a su suerte, o eso dijo. Pero el dictador fue mucho más listo. «No la aceptó para no hinchar más el problema. No debió disgustarle aquello, porque, poco después, le nombró el primer director de la Academia Militar de Zaragoza», añade Muñoz. Supo perdonar el del mostacho, sin saber que, a la larga, aquel hombre regiría el destino del país durante cuatro décadas.
![Miguel Primo de Rivera y Orbaneja, marques de Estella, en 1920](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/historia/2023/01/09/primoderivera-U06671374050Hnc-660x371@abc.jpg)
El episodio quedó oculto por la censura. Típico. «Hubo varios periodistas que lo escribieron, pero no se publicó, solo en un periódico de Argentina, y le costó la cárcel al autor. El otro reportero que lo dio a conocer fue Víctor Ruiz Albéniz, posterior jefe de prensa durante la Guerra Civil y abuelo de Alberto Ruíz Gallardón», desvela Muñoz. Y no era para menos, ya que se correspondía con el enésimo enfrentamiento de Miguel Primo de Rivera contra los mismos estamentos que le habían aupado hasta el poder. Algo nada recomendable.
En palabras del investigador, autor también de 'El Desastre de Annual' –sabe del tema, vaya–, esta fue una de las pocas veces en las que Primo de Rivera fue más listo que Franco. El del Ferrol apuntó y, años después, ya en 1939, tras la rendición de las tropas republicanas y aquello de «vencido y desarmado el ejército rojo», tomó nota de los errores de su antecesor e intentó darles la vuelta. Y, según Muñoz, no pudo salirle mejor. «Sus movimientos internos no tuvieron nada que ver con los de Primo. Supo moverse con inteligencia en ese sentido para perpetuarse en el poder», sentencia.
Enfrentamientos directos
Uno de los primeros errores de Primo de Rivera fue darse de bruces contra los poderes oligárquicos y las clases pudientes de España. Para empezar, impulsó medidas para favorecer a los trabajadores de las grandes urbes, donde la población estaba más concentrada. «Con excepción de alguna reforma timorata para el ámbito rural que no se aplicó por la oposición de los terratenientes y los grandes empresarios, centró sus esfuerzos en las ciudades», completa. También permitió huelgas como válvula de escape, siempre que fueran por motivos laborales, y creó una ley de 'casas baratas' que primó la compra frente al alquiler.
Si hasta 1924 se habían construido apenas 1.290 viviendas en ciudades como Madrid, Barcelona, Valencia y Sevilla, esta cifra se multiplicó a mayores hasta la crisis económica de 1930. Además, el dictador estableció ayudas fijas que cubrían entre el 10 y el 20% del coste de la compra y obligó a los Ayuntamientos a seleccionar terrenos específicos para levantar este tipo de casas. Por último, basó su sistema sindical en los Comités Paritarios. Creados mano a mano con la UGT y el PSOE, aprobaban leyes sobre cuestiones de trabajo y solucionaban los conflictos entre la patronal y los obreros. Todo esto entró en conflicto con los grandes empresarios. Franco, en palabras de Muñoz, «evitó estos enfrentamientos directos sabedor de que solo le conseguirían enemigos políticos
Algo parecido pasó con la Iglesia. Primo de Rivera le dio la espalda en algunos ámbitos concretos. «Favoreció a la UGT en lugar de a los sindicatos católicos. Y eso que era un hombre muy religioso que impuso la educación católica en las escuelas», añade. Su golpe más duro fue el combate frontal contra el uso del catalán en los centros de culto. Aunque algunos obispos del resto de España le apoyaron, el Vaticano no vio con buenos ojos ese golpe de mano. «Desde el Concilio de Trento estaba autorizado que se usaran las lenguas vernáculas en la liturgia», sentencia Muñoz.
![El dictador, Miguel Primo de Rivera, en su despacho](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/historia/2023/01/09/dictador-U25216521647COZ-660x371@abc.jpg)
Aquello hizo estallar un nuevo conflicto y hubo un enfrentamiento total entre ambas partes. «Según los obispos no había que confundir el regionalismo y el independentismo con el uso del catalán en el ámbito privado, y el religioso. Franco no cometió ese error», sentencia.
El impacto no pudo ser mayor para una Iglesia que había dado el apoyo desde el principio a Primo de Rivera como mal necesario para salvaguardar el tradicionalismo. En el dossier 'La Iglesia y la Dictadura de Primo de Rivera (1923-1929)', Francisco Martí Gilabert especifica que la jerarquía eclesiástica dio su apoyo al dictador con abrazos y muestras de cariño públicas. En una circular del 27 de septiembre dirigida por el obispo de Madrid a sus diocesanos, le ofrecía su adhesión y apoyo moral. Y añadía que sus prelados no podían enmudecer. «Deber religioso y gravísimo es mirar por el bien de la Patria y colaborar en él, llegando, si fuese preciso, al sacrificio».
El catalanismo fue uno de los problemas que más se le enquistaron. «Primo de Rivera era capitán general de la cuarta región militar cuando dio el golpe de Estado, y le apoyó la burguesía catalana porque dijo que iba a respetar la mancomunidad, hoy la Generalitat, y respetar la industria catalana», explica el autor. Pero no fue así.
Tensión en el Ejército
Aunque el sector más peligroso con el que se topó fue el de los militares. Con ellos no había empezado bien sus andaduras. Cuando proclamó la dictadura el 13 de septiembre de 1923, apenas contaba con los apoyos de cuatro generales en Madrid a las órdenes de Cavalcanti. Y poco más. No fue hasta que el rey Alfonso XIII aceptó que el Ejército se posicionó de su lado. «Tenemos la razón y por eso tenemos la fuerza», repitió una y otra vez hasta que logró convencer al monarca. «Al principio, para tener el mayor número de apoyos, jugó con una ambigüedad muy calculada, pero que le pasó factura», desvela Muñoz.
![El general Miguel Primo de Rivera, en 1926, tras una conferencia con Su Majestad Alfonso XIII](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/historia/2023/01/09/riveraprimo-U61025012482FNl-660x371@abc.jpg)
Primo de Rivera hizo tantas promesas como estamentos y opiniones discordantes había dentro del Ejército. «Dejó entrever que iba a hacer muchas cosas», sentencia Muñoz. Aunque era abandonista -le cesaron dos veces como Capitán General por oponerse a la expansión española en Marruecos-, mintió a los africanistas diciéndoles que era muy tarde para retirarse. Y ni aún así se ganó su cariño a largo plazo. «Los africanistas sintieron mucho odio hacia él. No les inspiraba confianza», incide el autor en declaraciones a este diario.
Con el arma de Artillería sucedió algo similar. Él sostenía que los ascensos debían ser por méritos de guerra. «Quiso imponer esto para tener contentos a los africanistas, con los que había tenido varios rifirrafes», añade Muñoz. El problema arribó cuando los artilleros se negaron. «En Artillería tradicionalmente no se permitía. Sus oficiales, cuando salían de la Academia de Segovia, prometían por su honor no aceptar ascensos que no fueran por antigüedad. Además de otros factores, suponían que, quien actuaba de forma heroica en batalla, cumplía con su deber, y no tenía que ser premiado por ello», explica. Llegaron a apelar la atención del rey, y este quiso mediar, pero no sirvió de nada. «Muchos quedaron dolidos y se convirtieron luego en republicanos», finaliza.
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Según Muñoz, Franco, a cambio, no se enfrentó a ningún sector militar. Y otro tanto hizo con los grandes capitales y los terratenientes. «Primo de Rivera era muy conservador, muy religioso, pero un verso libre. Se dejaba llevar por sus impulsos de justicia social derivados de la caridad cristiana. Franco, en ese sentido, fue mucho más duro, además de mucho más sanguinario», desvela el autor.
Si hay algo que no se puede negar al artífice de la 'dictablanda' es que le reconocieron sus apuestos. Uno de ellos, el futuro dirigente socialista Indalecio Prieto, quien admitió que no había mandado matar a nadie. «Sí fomentó la represión con personajes como Unamuno o Blasco Ibáñez, pero no era un corrupto y no era partidario de los ajusticiamientos en masa».
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