Cinco errores garrafales que provocaron la debacle de Napoleón en España: «Esta maldita guerra me ha perdido»
En su nuevo ensayo, el doctor en Historia Agustín R. Rodríguez González ahonda en los fallos del Sire a la hora de plantear su campaña peninsular
Aciertos y errores históricos de 'Napoleón': «No te cuenta que España fue la tumba del ejército de Bonaparte»
Si algo bueno tenía Napoleón Bonaparte era su capacidad para agachar la 'tête' y reconocer los errores. Durante su último exilio, en el que tuvo tiempo de sobra para darle vueltas a los fallos que había cosechado durante su extensa vida como militar, el Sire admitió que en la península había arrancado, allá por 1808, su pesadilla más atroz. Y así lo escribió en sus memorias: «Esa maldita guerra de España fue la causa primera de todas las desgracias de Francia. Todas las circunstancias de mis desastres se relacionan con este nudo fatal: destruyó mi autoridad moral en Europa, complicó mis dificultades, abrió una escuela a los soldados ingleses... Esta maldita guerra me ha perdido».
Los datos le avalan. En 'Napoleón y la locura española', el historiador François Malye sostiene que Bonaparte perdió en los campos de batalla hispanos nada menos que 110.000 hombres. La tercera campaña más sangrienta para su ejército tras la alemana de 1813 –con 254.000– y la rusa –243.000–. Aunque, como siempre, las cifras varían atendiendo al historiador al que se acuda. La triste realidad para el corso es que la 'Grande Armée' se desangró poco a poco durante los doce años que duró el conflicto peninsular. Y los soldados franceses lo sabían, lo sufrían y se quejaron por ello en una serie de pintadas con tiza que todavía perviven en las casas del territorio: «España, fortuna de los generales, tumba de los soldados».
A los altos mandos del ejército francés les sucedía otro tanto. El general Maximilien Sébastien Foy, por ejemplo, equiparó la campaña rusa a la peninsular y dejó escrito que, si Napoleón «hubiese escapado a su ruina» en Waterloo, «lo hubiese encontrado en cualquier otra parte distinta a Bailén o Moscú». Y todo, por culpa de un nuevo sistema de combate, la guerrilla, que convirtió cualquier villa, poblado o bosque en una pesadilla para la 'Grande Armée'. Por desgracia, Bonaparte respondió con toda su ira contra el pueblo, como bien explica Malye: «Pueblo saqueados, quemados, mujeres violadas y poblaciones pasadas por las armas... Cualquier medio era bueno para vengarse del horrible espectáculo que brindaban sus camaradas apresados y torturados».
Y lo peor es que todo ello ha sido pasado por alto por el director Ridley Scott, quien no ha dedicado ni un fotograma –revisen la película, no les engaño– a la llamada 'locura española' de Napoleón. Cosas de un 'biopic' que prefiere centrarse en la relación entre el Sire y Josefina o en las victorias más destacadas del corso. Ya lo explicó a ABC el historiador Ernest Bendriss, autor de 'Eso no estaba en mi libro de historia de Napoleón' (Almuzara): «Es un error que no te cuenten que España fue la tumba del ejército francés». De hecho, en declaraciones a este diario, el autor es partidario también de que fue en la península donde el Sire perdió a los hombres más aguerridos de la Guardia Imperial –se vio obligado a reclutar hombres más bisoños para la campaña de Moscú– y le costó más desvelos.
Errores de bulto
¿Cuáles fueron los errores de Napoleón en España?, ¿por qué diantres nuestro país se convirtió en la tumba de su ejército? A estas preguntas –amén de otros tantos temas– ha intentado responder el doctor en Historia por la Universidad Complutense Agustín Ramón Rodríguez González en su nuevo ensayo, 'El fin de la armada ilustrada' (Ediciones Tercios Viejos). A lo largo del texto, el experto mantiene que la idea original del corso era «asegurar los principales accesos ultra pirenaicos en País Vasco y Cataluña» y mantener una fuerza de ocupación en Madrid y Barcelona. «Todo lo más, eran de temer algunos disturbios, que serían tajante y duramente aplastados por las tropas imperiales de ocupación», añade. Para él, la conquista no iba a durar más de unos meses.
El fin de la armada ilustrada
- Editorial Tercios Viejos
- Páginas 365
- Precio 24,95 euros
Pero sus planes no tardaron en fracasar. El primer error de Napoleón, en palabras de Rodríguez, fue entender que su ejército aplastaría todos los conatos de resistencia en un suspiro: «Aunque los ejércitos españoles fueron derrotados en los primeros encuentros formales, como era previsible, los planes napoleónicos encontraron un serio obstáculo con la épica resistencia de ciudades como Zaragoza y Gerona y, en general, con el levantamiento en masa de la población española y con el decisivo fracaso de la invasión de Andalucía». El colmo fue la derrota de Dupont en Bailén. Esta extensa lista alentó la resistencia y permitió el desembarco británico en Portugal. Poco pudieron hacer los galos, que vieron además cómo sus comunicaciones acababan cortadas, para mantener el terreno.
Huelga decir que, para Rodríguez, Napoleón cometió el error de no contar con que los británicos tenía el poder naval. «El desembarco inglés fue hecho posible por su absoluto dominio del mar, junto con el regreso a España del ejército español en Dinamarca», desvela el experto.
Borracho de poder
Con todo, Rodríguez es partidario de que estos primeros errores de bulto se sumaron a otros tantos políticos y militares: «El primero y más evidente fue el de atacar a un aliado fiel, como el reino de España, sin motivo ni necesidad algunos, convirtiéndolo en un enemigo que, al final, resultó fatal para sus ambiciones». Tampoco calculó que se enfrentaba a un pueblo con una fuerte personalidad histórica que, aunque pasaba por un bache provocado por la mala situación de su monarquía, no iba a quedarse quieto ante «la imposición de un nuevo rey, José Bonaparte, y un completo cambio de legislación y administración». Su obsesión por arrebatar el norte peninsular e integrarlo en Francia fue ya el colmo.
Y la lista continúa. A nivel militar, el doctor en Historia sostiene que, borracho de poder tras haber vencido en las batallas de Austerlitz y Gena, no analizó bien el territorio al que enviaba a sus hombres: «Una simple mirada a un mapa hubiera debido bastarle para comprender que la Península Ibérica forma un gran espacio, interrumpido por grandes cadenas montañosas que hacían las comunicaciones interiores largas y dificultosas y convertían las operaciones de grandes ejércitos en mucho más complicadas que en la gran llanura europea». Y no ya solo por los movimientos de tropas, sino por la dificultad para aprovisionar a los ejércitos.
Los cinco errores de Napoleón en España
1-Entender que España caería en pocos meses y pensar que sus gentes no plantearían una defensa a ultranza en determinadas ciudades.
2-Obviar que se enfrentaba a un pueblo con una fuerte personalidad histórica y creer que aceptarían a su hermano como monarca.
3-Pensar que sus hombres podrían vivir de la rapiña y no calcular las dificultades que tendría aprovisionarse en un terreno montañoso.
4-Robar, quemar y destruir poblados españoles, lo que alentó a la guerrilla.
5-Descuidar por completo la importancia del mar. Más, cuando los británicos disponían de la flota más potente de Europa.
Es probable que pensara que sus hombres podrían valerse de la práctica de 'vivir sobre el terreno', un eufemismo que hacía referencia a la rapiña perpetrada en poblados y ciudades, pero eso fue otro error. «Aquella forma de aprovisionarse en cada pueblo por el que pasaba un destacamento suponía un auténtico saqueo de un territorio a menudo pobre y en el límite de la subsistencia», explica Rodríguez. Al final, aquello forjó el mejor caldo de cultivo para la aparición de la guerrilla. Y no era para menos, según el experto: «Los franceses saqueaban cualquier riqueza, incluso en casas particulares; usaban iglesias como cuarteles y cuadras... Eso nos permite entender mejor la masiva resistencia popular a una invasión y un régimen impuesto por la fuerza». Nada que ver con las pretendidas reformas que prometía el corso.
Un error llamado mar
Aunque lo que más le duele a Rodríguez, como buen interesado y experto en el mundo naval, es que Napoleón obviara la importancia de los mares al atacar una península. «Tendría que haber pensado en la dificultad de las vías terrestres para las comunicaciones y el transporte logístico, así como el hecho evidente de que se enfrentaba a un territorio con un muy extenso y variado frente costero». De hecho, tampoco tuvo en cuenta que, para sitiar plazas fuertes especialmente molestas, necesitaba pertrechos como trenes de artillería y municiones; elementos clave que, para arribar de forma rápida a la península, debían ser transportados en buques.
Otro error en este sentido fue obviar que, al avanzar por tierra sin apoyo naval, iba a dejar el flanco costero expuesto a las armadas británica y española para atacar a sus hombres por mar. «Eso le exigió, ante la casi inexistencia de fuerzas navales napoleónicas, el tener que vigilar la costa con fuertes guarniciones y fortificaciones, en detrimento de su misión principal», sostiene el experto. Por último, el corso tampoco tuvo en cuenta que las cadenas montañosas ubicadas cerca del litoral eran el territorio idóneo para que se asentaran las guerrillas, tan molestas para el ejército galo. «Desde Cataluña al Mar de Alborán, y en el Cantábrico, los montes era el refugio ideal para los españoles, por lo que la conjunción de esas flotillas anfibias y de las partidas del interior montañoso podía tener efectos muy graves sobre las guarniciones napoleónicas», completa Rodríguez.
Al final, el mar fue decisivo para asestar el golpe definitivo al pequeño corso. El amplio dominio de las aguas por parte de las escuadras anglo-españolas convirtió en inexpugnables los dos mayores centros de resistencia peninsulares: Cádiz y Lisboa. Desde estos puertos, españoles y británicos tuvieron la capacidad de recibir pertrechos y refuerzos. Y, por si fuera poco, también pudieron planear contraataques contra los flancos y la retaguardia de la 'Grande Armée'. «Todo ello constituyó la base inicial de una contraofensiva que llevó a la victoria», finaliza Rodríguez. Y no le falta razón, de nada le sirvió a Bonaparte acudir en persona al frente y sostener el frente. Para entonces, Europa había entendido, gracias a nuestros antepasados, que los galos no eran invencibles.
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