El cerebro tras 'La sociedad de la nieve': «Soñé con los muertos de los Andes hasta que escribí su historia»
El uruguayo Pablo Vierci, autor del libro homónimo en el que se basó J. A. Bayona, presenta en Madrid una reedición de su obra
Lo que es verdad y lo que no en 'La Sociedad de la Nieve', la película de Bayona sobre la tragedia de los Andes
El invierno se despide con enojo de la capital; de buena mañana no sobran los guantes. Pablo Vierci, sin embargo, se presenta a la entrevista con una chaqueta fina y la camisa abierta. El verdadero frío lo sufrió en 2022, cuando rodó con Juan Antonio Bayona 'La sociedad de la nieve' en Sierra Nevada. «Fue muy duro: ventiscas, subidas a 3.000 metros, el COVID...». Al autor del ensayo homónimo en el que se basa la película sobre la tragedia de los Andes de 1972 se le escapan algunas lágrimas cuando evoca aquellos cuatro meses; para él, amigo íntimo de los pasajeros de aquel vuelo maldito, era algo especial. «Ya soy mayor...». La voz se le entrecorta antes de continuar: «Algo me decía que no iba a volver de aquello».
Pero cada día que pasaba en las montañas españolas merecía el sufrimiento. Para Vierci, las escenas alumbradas eran un faro en el que guiarse; una deuda cumplida con aquellos chicos que sobrevivieron 72 días «usando como combustible» la carne de sus compañeros fallecidos. Tal perfección llegaron a alcanzar las recreaciones de los actores, que sintió que su trabajo ya estaba hecho: «Me da vergüenza decirlo, porque tengo mujer, hijos y nietos, pero le comenté a 'Jota' varias veces que no me hubiera importado morir allí». Por fortuna, la Parca no le escuchó y regresó a Montevideo para continuar con una labor en la que no ceja: explicar que, a pesar de los palos en las ruedas que te ponga la vida, «nunca hay que claudicar».
El de Vierci es un discurso de vida y optimismo; de bondad y de crecimiento humano. En las distancias cortas –tanto como una mesita de café– se muestra amigable y cercano. Hablar con él es hacerlo con ese abuelo entrañable que nos daba la mano de pequeños. Y por eso resulta difícil plantearle algunas cuestiones sobre un tema tan delicado como comer carne humana. Pero el uruguayo se hace cargo; sabe que es el portavoz oficioso de los vivos, aunque sobre todo de los muertos. «Yo no estaba en el viaje, pero conocía a la mayoría de ellos. Fui compañero de clase de algunos como Fernando Parrado, uno de los supervivientes, y era el único al que le gustaba escribir. Sabía que era mi responsabilidad contar lo que habían sufrido», explica a ABC.
Otra visión
Hasta su llegada solo sabíamos los hitos de aquella tragedia: un equipo de rugby uruguayo fletó un avión para viajar a Chile, 40 pasajeros y 5 tripulantes cayeron en los Andes por un error de apreciación del piloto, los supervivientes se vieron obligados a comer la carne de los muertos para sobrevivir... Lo narrado una y mil veces. Vierci, no obstante, se propuso ir al corazón de la historia: poner el foco sobre la comunidad que se formó allí arriba entre «un grupo de chicos que se enfrentaron al trauma de saber, a través de la radio, que no les iban a rescatar». Para ellos fue como sobrevivir en otro planeta, como bien recuerda: «He visitado el lugar en el que cayeron, el valle de las Lágrimas, y es como estar en Marte».
Así nació el ensayo que hoy reedita Alrevés: 'La sociedad de la nieve'. Para poner sobre la mesa que, tras el impacto del Fairchild Hiller FH-227D y la muerte de once de los pasajeros, los supervivientes hicieron un pacto escalofriante, pero necesario. «Establecieron que, si morían, sus compañeros podrían usar sus cuerpos para alimentarse», explica. Para Vierci, aquello supone el mejor ejemplo de la bondad que queda en el ser humano cuando le arrebatas todo. La pregunta, sin embargo, es obligatoria: «¿No le parece injusto que se comieran a los primeros fallecidos, cuando no se habían podido pronunciar?». Y la respuesta, instantánea: «No, estoy convencido, y ellos también, de que habrían estado de acuerdo».
Vierci no rehúye hablar de lo mecánico: el cómo «los rugbistas» cortaban trozo a trozo los cadáveres congelados, los dejaban secar en el fuselaje del avión y los mezclaban con nieve para ocultar su regusto. Hasta nos responde a una cuestión que, admite con sorna, le hacen en todas las entrevistas: «¿A qué diantres sabe la carne humana?». «Me lo han explicado una decena de veces, pero prefiero que lo digan ellos. Aunque es igual que si le preguntas a alguien con un órgano trasplantado cómo se siente. Es algo que hay que vivir», confirma. Él prefiere centrarse en otros temas; entre ellos, el debate que, tras el rescate de los 16 supervivientes, brotó en la sociedad: si era ético y cristiano practicar el canibalismo en caso extremo.
Más allá de la carne
«Los miembros del equipo eran muy religiosos, nos criamos en el colegio Stella Maris, regentado por los Hermanos Cristianos Irlandeses. Fue difícil, pero los supervivientes dieron una conferencia de prensa el 28 de diciembre en la que explicaron que, para ellos, fue como tomar la comunión», sentencia. La alternativa, morir de hambre, era una suerte de suicidio; un tabú para la Iglesia. «Respetaron la vida a ultranza. El mismo Papa Pablo VI avaló su comportamiento», desvela. Aunque está convencido de que «la sociedad entendió a partir de entonces lo que habían hecho y lo aceptó», también comprende que se generaran tensiones con los parientes de los fallecidos. «Me alegra que mi libro, y la película, hayan servido para que se cierren viejas heridas. Las familias de los que no volvieron no la habían visto juntos y, cuando las reunimos en una misma sala de cine, se generó una sensación de paz y armonía increíble», señala.

Hoy, más de medio siglo después de los acontecimientos, el uruguayo solo siente respeto y admiración hacia sus colegas: «Se aferraron a la vida. Allí arriba morir era algo dulce, implicaba escapar del infierno. Ellos, sin embargo, se negaron a dejarse ir». Y subraya, además, una de las muchas bondades de la película de Bayona: captar esa idea de que, en contra de lo que mostraron largometrajes como 'Viven', en el valle de las Lágrimas no hubo buenos ni malos. «Eran muchos, es normal que hubiera 'rispideces', pero lo predominante fue la bondad. Los más fuertes ayudaron psicológicamente a los jóvenes para que no se derrumbaran, no tuvieron problemas a la hora de repartirse a diario los cigarrillos, que era lo único que tenían...», completa.
Aprovechamos y le damos la vuelta a la pregunta: «¿Hay algo que no le haya gustado de la película?». Sonríe. «Nada, es perfecta. Lloré con muchas de las escenas», responde. Tan perfecta, como para obtener una docena de premios Goya, desde luego. Para Vierci, sin embargo, el mayor premio es que las nuevas generaciones conozcan este hecho. Eso, y volver a dormir tranquilo. «Hasta que escribí esta historia, soñaba con muchos de ellos. Ya no», finaliza.
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