Carmen Díez de Rivera, la musa de la Transición
Juguetes rotos
Su vida quedó trastocada para siempre al enterarse de que el hombre con el que quería casarse era su hermanastro
Carmen Díez de Rivera, víctima del amor furtivo de Sonsoles de Icaza y Serrano Súñer

La vida de Carmen Díez de Rivera fue una tragedia griega. Podría haber inspirado a Sófocles o Esquilo. Pero no fueron los dioses quienes la castigaron sino el destino, un destino terrible. Tenía 17 años cuando quiso contraer matrimonio con Ramón Serrano Suñer, ... al que conocía desde su infancia. Fue en ese momento cuando se enteró de que la boda era imposible porque ambos eran hermanastros. Sonsoles de Icaza, su madre, no tuvo valor para decírselo y encargó a su hermana y a un sacerdote que le revelara la verdad: que su nacimiento había sido fruto de la relación extramatrimonial con Serrano Suñer, ministro y cuñado de Franco.
otros juguetes rotos
Había venido al mundo en 1942 y Carmen se había criado como la cuarta hermana de la familia, siendo educada por su padre no biológico como una hija. Nunca pudo superar el dolor de esa renuncia, que, según confesión propia, le generó un sentimiento de soledad y abandono a lo largo de toda su vida. Murió a los 57 años de un cáncer de mama en 1999, tres años después que su madre, marquesa de Llanzol, una mujer elegante y de extraordinaria belleza que había inspirado al modisto Balenciaga. Carmen Díez de Rivera tuvo mala suerte en el ámbito personal, pero eso no fue obstáculo para hacer una carrera política junto a Adolfo Suárez y convertirse en una figura clave de la Transición.
Culta, intuitiva, dominadora del inglés, el francés y el alemán, fascinaba a los medios de comunicación y a los políticos europeos que viajaron a La Moncloa cuando ella era jefa de Gabinete del presidente Suárez. Desempeñó el puesto durante casi un año hasta las primeras elecciones democráticas en 1977, cuando decidió renunciar al cargo porque no estaba de acuerdo con la creación de UCD y creía que era un partido artificial. Fue clave en la legalización del Partido Comunista en abril de ese año y en las reformas políticas que llevó a cabo su mentor.
El desengaño fue tan brutal que decidió entrar en un convento de clausura
Dando un salto hacia atrás en el tiempo, cuando Carmen supo en 1960 que su enlace era imposible, el desengaño fue tan brutal que decidió entrar en un convento de clausura de las carmelitas en Arenas de San Pedro (Ávila). Luego se fue a Malí a ejercer como misionera laica. Y, más tarde, se refugió durante un tiempo en París, donde se hizo amiga de Michelle Vian y conoció a Jean-Paul Sartre.
Tras su vuelta a Madrid, acabó la carrera de Filosofía y Letras en la Complutense y empezó a trabajar en Revista de Occidente con Soledad Ortega, amiga de su madre. Entró en TVE a finales de los años 60 por mediación del Rey Don Juan Carlos, que recomendó a Suárez, entonces director general del ente, su contratación. El político abulense quedó fascinado por la sinceridad y la personalidad de Carmen, que le dijo que no entendía cómo una persona de su edad podía ser fascista. Fue el inicio de una estrecha colaboración que suscitó rumores de que ambos eran amantes. Ella siempre lo desmintió.
Tras su ruptura con el fundador de UCD, solicitó el ingreso en el PSP de Tierno Galván tras declararse socialista, feminista, ecologista y europeísta. El PSP fue absorbido por el PSOE, y ella volvió a colaborar con Suárez en 1987 como integrante de las listas del CDS al Parlamento Europeo. Duró solamente un año en Estrasburgo porque abandonó las filas del partido tras la decisión de Suárez de entrar en la Internacional Liberal. Pidió el carnet del PSOE en 1989, con González en el poder, en el que militó durante diez años hasta su muerte.
Unos meses antes, muy afectada por la enfermedad, había abandonado su escaño de eurodiputada. En la recta final, contó su dramática peripecia a la periodista Ana Romero, que tuvo acceso a sus diarios. Ello dio origen a un libro que contribuyó a trazar un perfil humano y político de la mujer que siempre preservó su vida íntima. Fue incinerada y sus cenizas fueron llevadas al cementerio del convento de Arenas en el que se había refugiado cuatro décadas antes. Apodada la Musa de la Transición, su leyenda se ha ido eclipsando con el paso del tiempo. Manuel Vicent escribió que «era aquella chica rubia de la que todo el mundo estaba enamorado». Lo fue.
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