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La salvaje práctica del medievo que mata hoy a miles de mujeres en todo el mundo

En Tanzania se calcula que cada año se asesinan a más de cinco mil mujeres por brujas y en la República Centroafricana hay encarceladas muchas más. Hasta Naciones Unidas ha tenido que tomar cartas en el asunto

Diseccionando la leyenda negra de la Inquisición

Israel Viana

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Han pasado más de cinco siglos desde que la 'brujería' apareció en los textos legales de muchos países de Europa. Desde ese momento y hasta la actualidad, por extraño que parezca al tratarse de una práctica brutal e irracional que tiene su origen en la Edad Media, todas aquellas personas con reputación de brujas han sido objeto de una persecución masiva en muchas partes del mundo. Y aunque la mayoría de los gobiernos en los que se produjo este tipo de ataques y asesinatos de mujeres por «brujas» no reconocen este crimen, no quiere decir que se haya erradicado del todo.

Cuenta Silvia Federici en 'Brujas, caza de brujas y mujeres' (Traficantes de Sueños, 2021), que en las raíces de la nueva persecución «podemos encontrar muchos de los factores que ya instigaron las cazas de brujas de los siglos XVI y XVII, entre ellos, la religión y la regurgitación de las inclinaciones más misóginas como fundamentos de la justificación ideológica». Desde 2008, de hecho, asegura esta filósofa e historiadora italo-estadounidense que las cifras de asesinatos cometidos con el pretexto de la brujería se han disparado en gran parte del planeta.

Solo en Tanzania se calcula que cada año se asesinan a más de cinco mil mujeres por brujas. Muchas de ellas son acuchilladas hasta la muerte sin que la justicia real haga nada por impedirlo o castigarlo. A otras las entierran o las queman vivas, como hizo la Inquisición durante siglos. En algunos países, como la República Centroafricana, las cárceles están llenas de mujeres acusadas también de ser brujas. En 2016, por ejemplo, se ejecutó a más de cien, las quemaron en la hoguera los soldados rebeldes, quienes, «siguiendo los pasos de los cazadores de brujas del siglo XVI, hicieron negocio con las acusaciones y obligaron a la gente a pagar amenazándola con la probabilidad de su ejecución», apunta Federici.

En 'El abogado de las brujas', publicado originalmente en 1983 y reeditado por Alianza Editorial en 2010, Gustav Henningsen describió el proceso inquisitorial que se produjo en Logroño a principios del siglo XVII, con dos mil acusados y casi cinco mil sospechosos. Fue uno de los más copiosos conocido hasta ahora. Recuerda cómo se extendió el pánico desde Francia hasta el País Vasco español, cómo se puso en marcha la silenciosa maquinaria de la Inquisición y cómo situó al país «al borde de un holocausto después de más de ochenta años en los que el Tribunal del Santo Oficio se opuso a quemar brujas».

La caza de Vera

De todas las fuentes existentes que consultó este investigador fallecido en octubre, considerado durante años el mayor experto mundial en el fenómeno de la brujería, se centró especialmente en el pueblo pirenaico de Vera de Bidasoa, donde la caza de brujas llevada a cabo por los celosos curas del lugar alcanzó dimensiones sorprendentes. Según las estadísticas que los inquisidores de Logroño enviaron a sus superiores de Madrid en 1611, solo en esta localidad se realizaron 32 confesiones por brujería. En ellas se atribuía el mismo delito a otras 187 personas. Si sumamos ambas cifras, nos habla de 219 brujas, el 39% de la población total.

Lo ocurrido en Vera de Bidasoa es un ejemplo perfecto para observar cómo se desencadenaba esta caza de brujas que, tristemente, llegó hasta nuestros días en otras partes del mundo y en sus diferentes versiones. Henningsen no solo consultó las investigaciones judiciales secretas de la Inquisición, sino otras fuentes como cartas e informes de testigos presenciales, algunos de los cuales, decían no depender del Santo Oficio. Era, por lo tanto, una cacería mucho más amplia de la que podemos imaginar.

Durante la gran persecución, los inquisidores del Tribunal acudieron a Vera en dos ocasiones. La primera fue en 1609, cuando el licenciado Juan del Valle Alvarado se alojó con su comitiva en casa del párroco octogenario Domingo de San Paúl, comisario inquisitorial de la localidad vecina de Lesaca. El anciano se esforzó por descubrir brujas en su zona, en una tarea en la que también se ensañó un joven párroco, Lorenzo de Hualde. En la segunda, en 1611, se presentó un edicto de gracia para todos los miembros de una supuesta secta diabólica, por el que se dio un salvoconducto a todas aquellas que reconocieran ser brujas. La comitiva envió al Tribunal 339 confesiones y las arrepentidas ofrecieron los nombres de otros 1607 miembros de la supuesta organización. Viendo el número, se reinstauró la pena de hoguera para todo aquel que no hubiera confesado.

Matthew Hopkins

Un caso más llamativo y fuera de España es el que se produjo cuatro décadas después en Inglaterra, un país que también creyó fervientemente en la existencia de las brujas gracias a Jacobo I. El Rey, incluso, escribió un libro: 'Demonologie'. Gracias a esta tendencia, hubo personajes que dedicaron parte de su vida a investigar supuestos casos de brujería entre mujeres inocentes, con el único objetivo de ganar dinero. Tal es el caso de Matthew Hopkins y John Stearn, dos infames cazadores que cometieron todo tipo de abusos.

Desde que se conocieron en 1644, este equipo comprobó que podía convertir la caza de brujas en un negocio muy rentable. Lo primero que hicieron fue contratar los servicios de «buscadoras», mujeres que examinaban los cuerpos de las acusadas para encontrar en ellas marcas del diablo, como lunares, cicatrices, verrugas y cualquier señal que se les ocurriera. La primera población con la que se cebaron fue Manningtree, donde acusaron a 36 mujeres de pactar con Satanás y practicar magia negra. Fueron ahorcadas 19. Fue el comienzo de su carrera, que sembró el terror en la campiña inglesa.

Un mes después llegaron a Bury St Edmunds, en Suffolk, donde investigaron a un centenar de personas sospechosas de practicar la brujería. En solo un día condenaron y ejecutaron a 18 personas, de las cuales 16 eran mujeres. En un segundo juicio consiguieron acusar a 60 más. Sus procedimientos fueron tan cuestionados por la prensa de la época, aunque a ellos poco les importó lo que se dijera de ellos, mientras el dinero entrara en sus bolsillos. Siguieron su camino e hicieron lo propio en pueblos como Huntingdonshire, Bedfordshire, Cambridgeshire, Northamptonshire, Norfolk, Suffolk y Essex.

Los métodos que usaban eran de lo más aleatorios e inverosímiles que uno pueda imaginar, además de crueles. Por ejemplo, pinchaban a sus víctimas con agujas, cuchillos y punzones y, si no sangraban, eran brujas. Otro de los más comunes empleados por la pareja era atar al acusado a una silla y arrojarlo a un río o estanque. Si flotaba, era culpable, pero si se hundía y se ahogaba antes de poder ser rescatado, era inocente. El resultado, por lo tanto, casi siempre era el mismo: la muerte. Hopkins y Stearne se retiraron del negocio en 1647 sin ser juzgados ni condenados por sus actos.

La caza actual

Lejos de ser una práctica del pasado, en algunos países nos sorprenden en ocasiones con estas partidas caza. En India, explica Federici, son rampantes las cifras de asesinatos de brujas, especialmente en los «territorios tribales», como por ejemplo la tierra de los adivasi, donde se están desarrollando procesos de privatización de tierras a gran escala. Y el fenómeno se está extendiendo. «Ahora sabemos que han matado brujas en Nepal, Papúa Nueva Guinea y Arabia Saudí», escribe la historiadora. La diferencia es que, a día de hoy, la tecnología contribuye a esa persecución y hasta se pueden descargar grabaciones de asesinatos de supuestas brujas en internet y manuales que explican cómo se puede reconocerlas.

En 2008, sin embargo, se produjo un aumento de la resistencia de las mujeres contra esta vieja cacería. En India, sobre todo, se han movilizado y van de aldea en aldea combatiendo los rumores sobre la existencia de brujas que esparcen las autoridades locales, los cazadores de brujas y otros perseguidores más o menos sigilosos. Otras reúnen pruebas y presionan a las autoridades, que a menudo no muestran mucho interés en perseguir a los asesinos.

Según la organización Red de Información sobre Brujería y Derechos Humanos, en la última década se han denunciado más de 20.000 episodios en más de 60 países de los que más de 5.000 fueron asesinatos. Las víctimas son, en su mayoría, ancianas, niños y personas con albinismo. Los expertos en la materia piensan que, lejos de ser una práctica del pasado, el fenómeno ha aumentado en todo el mundo. En el verano de 2021, Naciones Unidas adoptó por primera vez una resolución condenando las violaciones de los derechos humanos relacionadas con acusaciones de brujería.

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