Alcohol, sexo y mentiras en Núremberg: los trapos sucios del juicio contra el nazismo, al descubierto
Cientos de periodistas de todo el mundo se alojaron en el castillo Faber durante un año para informar de los juicios más famosos de la historia. Aunque habían cubierto otras guerras, descubrir la «planificación sistemática y fría de los asesinatos en masa del nazismo, los dejó muy impresionados»
Represión, censura y muerte: crear arte y literatura bajo el yugo de los regímenes comunistas
En noviembre de 1945, el mundo entero tenía los ojos puestos en Núremberg. Por primera vez en la historia, los responsables políticos y militares de un gobierno genocida iban a rendir cuentas por sus actos de barbarie. El corresponsal chino Xian Qian lo ... calificó como «el gran acontecimiento». Al llegar a la ciudad alemana, escribió: «Los turistas ya no vienen por las atracciones culturales o históricas, que están reducidas a escombros. Tampoco por su célebre pan de jengibre. Núremberg es hoy el centro de atención del planeta entero porque aquí se están llevando a cabo los juicios contra 23 de los principales criminales del régimen nazi».
Aquel proceso, sobre el que se han escrito innumerables libros y rodado películas, fue la respuesta internacional frente a las atrocidades de Hitler y sus secuaces. El cómputo de la mayoría de estudios es de seis millones de muertos. Nada más terminar el juicio, el Instituto de Asuntos Judíos de Nueva York los situó entre 5.659.600 y 5.673.100, una cifra similar a la que había revelado poco antes Adolf Eichmann, el arquitecto de la «solución final», como se llamó a este asesinato masivo, deliberado y sistemático de los judíos europeos.
El balance más desolador lo publicó, en 2017, el Holocausto Memorial Museum de Washington a través de su 'Enciclopedia de Campos y Guetos'. El resultado fue un mapa de 42.500 campos de concentración, guetos y factorías de trabajos forzados que provocaron entre 15 y 20 millones de muertos o internados. En su mayoría fueron judíos, pero también gitanos, homosexuales y otros grupos perseguidos por el nazismo. «Las cifras son más altas de lo que originalmente pensamos», aseguró el director del German Historical Institute de Washington, Hartmut Berghoff.
Estados Unidos, la potencia que llevó la batuta del juicio, dejó claro desde el principio que el Estado de derecho debía triunfar por encima de la sed de venganza y de cualquier sensacionalismo. Sin embargo, la expectación fue tal que, del 20 de noviembre de 1945 al 1 de octubre de 1946, más de quinientos periodistas de todo el mundo acudieron a Núremberg y hubo que buscarles un campamento. La tarea no fue fácil, pues la mayoría de los edificios de la ciudad estaban hechos pedazos o habían desaparecido, literalmente, por las bombas. Lo hallaron, finalmente, en la localidad cercana de Stein: un castillo confiscado a los fabricantes de artículos de papelería Faber que había sobrevivido al conflicto sin daños significativos.
Diez camas por habitación
Este enorme complejo sirvió como lugar de trabajo y como residencia para los corresponsales, que vivieron hacinados en habitaciones de hasta diez camas. A menos de siete kilómetros, en los calabozos del Palacio de Justicia de Núremberg, hombres como Rudolf Hess, Hermann Göring, Joachim von Ribbentrop y Martin Bormann esperaban sus condenas a muerte o sus cadenas perpetuas, soportando los testimonios de las víctimas y las terribles imágenes de los campos de concentración con sus montañas de cadáveres. Algunos lo hacían impasibles, otros con orgullo por el deber cumplido y varios hasta arriba de drogas adquiridas en la prisión.
'El castillo de los escritores'
![Imagen - 'El castillo de los escritores'](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/historia/2024/05/20/Nuremberg-el-castillo-de-los-escritores-U52833253088oBa-224x330@diario_abc.jpg)
- Autor: Uwe Neumahr
- Editorial: Taurus
- Páginas: 332
- Precio: 22,71 euros
«Aunque los corresponsales estaban familiarizados con las atrocidades de otras guerras, les impresionó profundamente la planificación fría y sistemática de los asesinatos en masa. Las imágenes mostradas en el tribunal no solo sirvieron de prueba, sino que tuvieron consecuencias psicológicas para muchos de ellos. Willy Brandt, posterior canciller alemán y entonces periodista en Núremberg, dijo que algunos compañeros no lo soportaron y pidieron a los directores de sus periódicos que los llevaran de vuelta a casa. Él mismo aseguró que estuvo a punto de tirar la toalla. Otros recurrieron a las borracheras, hasta el punto de que el alcoholismo se convirtió en un problema importante entre los periodistas del castillo, muchos de los cuales fueron despedidos por la imagen negativa que daban», explica a ABC Uwe Neumahr.
Este filólogo alemán es autor de 'El castillo de los escritores' (Taurus), un ensayo en el que se sumerge en la actividad frenética que se vivió en aquel edificio histórico donde los periodistas y escritores más reconocidos del mundo no solo informaron de las atrocidades de los nazis que se destaparon en Núrember, sino que convivieron, se pelearon, bailaron hasta el amanecer y se drogaron y emborracharon como si no hubiera mañana para anestesiar los recuerdos de lo visto y escuchado en el juicio. «Los estadounidenses beben como si les pagaran por ello, y es frecuente que sean enviados de vuelta por caer en un 'delirium tremens'», comentó el escritor Wolfgang Hildesheimer.
El romance con el juez
Hasta vivieron romances como el de Rebecca West con el juez principal. «Esta historia de amor es, quizá, la causa de que Albert Speer, ministro de Armamento y amigo íntimo de Hitler, salvara la vida, porque hubo un punto muerto entre los jueces sobre la cuestión de si debía ser condenado a muerte. El voto del juez Biddle, amante de Rebecca, fue decisivo en el veredicto en contra de esta pena. Acababan de regresar de unas vacaciones románticas en Praga. La aventura también influyó en el artículo de West sobre el juicio, ya que se lo envió a Biddle para que lo leyera antes de su publicación», recuerda el filólogo.
En el ensayo se relata por primera vez la vida de aquel lugar tan peculiar e importante para conocer lo que aconteció en torno al juicio más famoso de la historia y a sus testigos. Hablamos de celebridades como Walter Lippmann, dos veces Premio Pulitzer y el escritor político más influyente del siglo XX; Augusto Roa Bastos, premio Cervantes; Robert Jungk, premio Nobel Alternativo; el mítico corresponsal de la Guerra Civil española, John Dos Passos, y Erika Mann, entre otros. «A todos les resultó difícil encontrar el lenguaje correcto. Muchos artículos sobre las atrocidades de los campos fueron escritos de manera extremadamente objetiva y sin emociones. Era la armadura psicológica que erigieron muchos corresponsales», cuenta Neumahr.
Un corresponsal de Pravda señaló que, en un espacio tan reducido como el castillo, los corresponsales estaban expuestos a situaciones de mucha tensión. La presión de la competencia era grande, en particular entre los estadounidenses. Reporteros que hasta hacía poco habían conversado amistosamente en el desayuno, podían convertirse en enardecidos adversarios mientras iban a la caza de una exclusiva y querían tener una primicia.
Emmy Göring, la mujer de Hermann Göring, recibía oleadas de solicitudes de entrevistas y los molestos fotógrafos estaban al acecho de las otras esposas de los acusados. La foto de Associated Press que ilustra este reportaje muestra cómo el periodista Wes Gallagher sale corriendo de la sala de audiencias para ser el primero en hablar por teléfono con el extranjero comunicar la sentencia. Esa competencia provocaba también que algunos reporteros exagerasen sus artículos o dieran noticias falsas destinadas a lograr una mayor divulgación o a hacer propaganda. Incluso un autor como Alfred Döblin simuló ante sus lectores haber estado en las sesiones, aunque ni siquiera fue a Núremberg.
La Guerra Fría
«Hay diferencias entre los artículos occidentales y los soviéticos –subraya Neumahr–. Los segundos no eran libres de escribir lo que querían, tenían que seguir unas pautas. La principal, mostrar a los acusados como demoníacos. De hecho, antes del veredicto, estos corresponsales exigieron al unísono que todos los nazis fueran ejecutados. Como se sabe, algunos fueron absueltos, pero los reportajes soviéticos no se anduvieron con rodeos pidiendo su muerte. En el caso de 'The New York Times', en cambio, se tuvieron en cuenta los sentimientos de los lectores y no utilizaron las imágenes que los soviéticos pudieron ver».
La desconfianza de las grandes potencias en la incipiente Guerra Fría llevó a los corresponsales soviéticos y occidentales a permanecer a cierta distancia en el castillo. El Kremlin, en concreto, mantenía las riendas cortas de sus periodistas y les daba instrucciones precisas de cómo debían comportarse. Una palabra equivocada en sus crónicas no solo podía suponer su inmediata retirada de Núremberg y el fin de sus carreras, también podía acarrear represalias contra sus familias.
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