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ABC Cultural

Carrero Blanco

Los absurdos errores que, según el acólito de Franco, condenaron a los nazis en la IIGM

En su libro más conocido, el almirante cargó contra el Tercer Reich por su torpeza durante la invasión de la URSS

Manuel P. Villatoro

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Luis Carrero Blanco, delfín del dictador, cumplía a rajatabla aquello de ser más papista que el Papa. Paul Preston y Gonzalo Fernández de la Mora, polos opuestos en lo ideológico, están de acuerdo en que la única obsesión del almirante era servir a Francisco Franco y hacer cumplir sus máximas de norte a sur del país. Coincidía con él en (casi) todo. Y, como no podía ser de otra forma, también en la opinión sobre la derrota de Alemania en la Segunda Guerra Mundial. En su obra, 'España y el mar' –obra de tres tomos–, el militar acertó al afirmar que la invasión de Adolf Hitler de la URSS había sido un desastre por culpa de la torpeza del OKW –'Oberkommando der Wehrmacht'– y que los ejércitos del Reich debían haber entrado en el país como libertadores, en lugar de como conquistadores.

Más allá de su ideología, que poca descripción necesita, lo cierto es que el devoto gerifalte de Franco era un analista militar al que tener en cuenta. Los muchos dossieres que escribió sobre la marina así lo demuestran. En 1938, por ejemplo, elaboró 'Esquema para un plan de operaciones navales en el Mediterráneo', en el que dio indicaciones para enfrentarse a la Segunda República en el mar. Apenas dos años después escribió una serie de informes en los que analizó la posible participación de España en la Segunda Guerra Mundial. Todos ellos fueron reseñables.

Invadir Rusia

Fueron muchos los expertos de la época –entre ellos, una infinidad de veteranos militares– que atribuyeron la derrota de la Alemania nazi a la decisión de Adolf Hitler de invadir Rusia en el verano de 1941; la mítica 'Operación Barbarroja'. Y Luis Carrero Blanco no fue menos. En 'España y el mar', el jerarca cargó contra el 'Führer' por haber replicado los errores que ya habían cometido siglos atrás Francia y Suecia. Lo hizo, eso sí, de forma velada y atribuyendo la victoria a la estrategia de Iósif Stalin, enemigo tradicional de la España franquista como cabeza visible del comunismo:

«[Durante la invasión], Stalin decidió cambiar de plan a la vista del empuje de las tropas germanas y aplicar la vieja receta de la estrategia rusa de buscar la colaboración del espacio y del invierno para desgastar al invasor; hacer lo mismo que hizo Pedro el Grande contra Carlos XII de Suecia en 1708 y Alejandro I contra Napoleón en 1812; retirarse hacia el este, arrasando todo el terreno abandonado al enemigo, y esperar a que el alargamiento de las líneas de comunicación de éste y la crudeza del clima le debilitasen. Después sería ocasión de batirlo».

A su vez, insistió en que Hitler «cayó en la trampa soviética por dos veces». En primer lugar, «yendo a la guerra en 1939», pues la invasión de Polonia beneficiaba a la URSS. Después, «tratando de invadir la inmensidad de Rusia». Y, vaya si le saldría caro. «El 'Führer' pagó por su error como Napoleón y como Carlos XII».

Carrero Blanco y Franco, en los años setenta, junto a los ministros del Régimen ABC

Carrero Blanco se unió así a la opinión del general alemán Heinz Guderian, perfeccionador de la 'Blitzkrieg' y, a la postre, uno de los máximos detractores del 'Führer' por su obsesión de conquistar Ucrania. El militar germano, que había estudiado las expediciones militares previas contra Rusia, desaconsejó personalmente a Hitler atacar e insistió en que lanzarse de bruces contra la Unión Soviética era una verdadera locura. Repitió lo mismo después de que la 'Operación Barbarroja' se retrasase cuando el Tercer Reich se vio obligado a intervenir en Yugoslavia y Grecia. Así lo explicó en sus memorias, 'Recuerdos de un soldado':

«El invierno y la primavera de 1941 transcurrieron en una horrible pesadilla. El renovado estudio de las campañas de Carlos XII de Suecia y de Napoleón I, y de la que esperábamos con preocupación, ponía claramente ante nuestra vista todas las dificultades del teatro de operaciones y demostraba nuestra falta de preparación para la ingente empresa».

Pero Hitler, como era habitual en él, obvió el consejo de Guderian y del resto de oficiales y ordenó comenzar la 'Operación Barbarroja' un mes después de lo que estaba previsto. Una verdadera locura. «Los éxitos obtenidos hasta entonces, sobre todo la victoria conseguida en Occidente en un tiempo sorprendentemente corto, habían ofuscado de tal modo a la jefatura suprema, que esta había borrado de su lenguaje la palabra imposible», dejó escrito en sus memorias el general alemán. Junto a él, otros tantos oficiales desaconsejaron al líder abandonar el plan y mantener la paz con la Unión Soviética. De lo contrario, sabían, Alemania podría ser aplastada por multitud de frentes.

Campaña a campaña

Y de lo general, a lo particular. A continuación, Carrero Blanco analizó –y atizó con el palo del guiñol– a Hitler por no culminar los grandes avances pergeñados durante las primeras semanas de invasión:

«La campaña de la primavera de 1942 se orientó según el mismo plan: avanzar tomando como objetivos la línea del Volga y la región petrolífera del Cáucaso. Los éxitos de esta campaña fueron brillantes sobre el mapa; pero el invierno llegó de nuevo sin que la maniobra hubiera sido rematada».

Una vez más se unió a las opiniones de Guderian, partidario de que el dictador nazi no debería haberse entretenido en Ucrania, sino haber avanzado hacia el corazón mismo de la Unión Soviética.

Tampoco se mordió la lengua el gerifalte español al hacer referencia a los altos oficiales de la 'Wehrmacht' y del Partido Nazi. Y es que, en sus palabras, «el Ejército Rojo dispuso también de la cooperación y la torpeza de todos estos dirigentes». Su argumentación no era superficial, sino que se basaba en datos contrastado:

«Hasta la derrota en Stalingrado, el ejército alemán ocupó un territorio habitado por el 40% de la población soviética (unos 80 millones), en el que se encontraba el 44% de la red ferroviaria de la URSS, en el que se producía el 63% del carbón, el 68% del hierro, el 58% del azúcar, el 60% del aluminio y el 38% del ganado y en el que había 56.000 empresas industriales. Aunque los sóviets se llevaron 32.000 de éstas y unos 20 millones de personas a las regiones orientales de la URSS, la conquista habría sido francamente importante si los alemanes no hubiese cometido un grave error...».

¿Cuál era ese grave error que cometieron las tropas nazis? Uno que también subrayaron, años después, los miembros de la División Azul: obviar los sentimientos de la población. «Entraron en la URSS como colonizadores, y no como libertadores». Carrero Blanco achacaba esta mentalidad a la política exterior de Hitler y Alfred Rosenberg, responsable 'de facto' de los territorios ocupados por el Tercer Reich:

«Su política fue desastrosa. En lugar de tratar de conquistarse las simpatías de las poblaciones, que tantas esperanzas habían puesto en los alemanes, y en lugar de utilizar a los prisioneros para luchar contra el régimen aborrecido, éstos fueron tratados por los hombres de la Gestapo como seres inferiores y en forma tan inhumana que pronto se ganaron el odio de los rusos».

Brutalidad

Según Carrero Blanco, cargar contra la población provocó que se generara una molesta guerrilla tras las líneas alemanas que no dejó descansar a los soldados teutones. «Fue una de las más graves complicaciones que tuvo el sostenimiento del frente», explicó. No le faltaba razón. En la práctica, cuando el calendario marcaba 1942, más de 60.000 rusos conformaban las filas partisanas y combatían en un vasto territorio de 14.000 kilómetros cuadrados. Una fuerza en la sombra que causó más de un quebradero de cabeza a contingentes como el IX Ejército, el cual tuvo que organizar varias partidas por los bosques para intentar acabar con ellos.

Para el militar español, en definitiva, la natural soberbia alemana –de Hitler sobre los mapas y de los soldados sobre el terreno– fue el germen que derivó en el aplastamiento virtual de las fuerzas armadas del Tercer Reich en la Unión Soviética. Y no solo eso, sino que logró unir a un pueblo que odiaba sobremanera a su líder tras décadas de hambrunas, sufrimientos y barbaridades:

«La soberbia de los hombres de Hitler, exacerbada por su fácil victoria sobre Francia, hizo que la invasión de la URSS, que pudo dar lugar a la caída del régimen soviético, provocase, por el contrario, una unión de las masas soviéticas al calor del sentimiento patriótico, que el régimen comunista, mucho más hábil, supo explotar en su provecho. Para el desgraciado ruso maltratado por las SS y la Gestapo, la tiranía del NKVD era, a fin de cuentas, un mal menor. Si los hombres de la policía soviética eran tan crueles como los agentes de la Gestapo, por lo menos eran rusos».

Acertó en su diagnóstico el ministro de la dictadura. Carrero Blanco estaba convencido de que el nazismo provocó un viraje espectacular a la Unión Soviética: hizo que obviara la división que se había generado durante la guerra civil entre blancos y rojos y le dio un enemigo único contra el que cargar. «Ya no se trató más, ni en la prensa ni en las emisiones radiadas, de la patria socialista, ni de problemas universales, sino que se fomentó el patriotismo ruso y se habló solo de la Madre Patria». En sus palabras, hasta el tradicional «sectarismo religioso» se hizo a un lado para proclamar la guerra santa contra el invasor.

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