ENFOQUE
La verdad tras la muerte de Ernest Hemingway: «Usó el alcohol para atenuar los dolores y la depresión»
La prensa consideró el suicidio en 1961 del premio Nobel de literatura, arquitecto de un estilo incisivo y ágil, como un triste accidente

El 3 de julio de 1961 lloró a mares la literatura, sollozó el periodismo y se enjugó más de una lágrima los fabricantes de whisky cuando los diarios de todo el globo desvelaron la muerte de Ernest Hemingway . El impacto de lo ... sucedido sorprendió tanto a la sociedad que, en principio, algunos medios de comunicación como The Pratt Daily Tribune se hicieron eco de la versión de su mujer y hablaron de un error fatal mientras limpiaba una escopeta de caza. Nada extraño, pues este titán de la prosa sencilla y las frases incisivas atesoraba varias armas de fuego en su hogar tras años dedicados a la caza y a los safaris. ¿Había otra opción? A primera vista, parecía imposible que uno de los autores más laureados del mundo hubiera muerto por otra causa.
Sin embargo, jornada a jornada, la verdad se abrió camino de forma lenta pero inexorable. Así, cuando la noticia cruzó el charco y arribó hasta nuestras fronteras, ABC fue premonitorio al afirmar que Hemingway se había transformado en un «hombre cansado y deprimido» en los últimos años de su vida. Un sujeto al que ya no le templaba el ánimo la que se había convertido en su medicina favorita: la bebida. Su compañera inseparable durante casi medio lustro, pero también la maldición que exacerbó sus miedos y obsesiones. « Detrás de su aparente vitalidad se escondía un pesimista y se escudaba un tímido» , escribió este periódico. Y no le faltaba razón, pues hasta sus propios hijos confirmaron años después que, en la sombra, sus inseguridades le atormentaban.

Al final, los millones de lectores que le seguían se toparon con la triste realidad: Hemingway, el hombre que había ganado el Premio Nobel de literatura en 1954 , se había quitado la vida en su casa de Sun Valley mientras su mujer descansaba en otra habitación. Se podría decir que gracias a que sabía manejar armas, pero lo cierto es que no hacía falta ser un maestro del tiro para introducirse los cañones en la boca y atravesarse la sesera. Ya descorchada la verdad brotaron también, cual espuma de cava navideño, otras tantas falacias repetidas hasta la saciedad. De la noche al día, los medios pasaron de ratificar que el autor había «vivido sus últimos meses en una clínica» donde luchaba contra la hipertensión , a confirmar que, en realidad, había sido tratado en un centro especializado para superar una depresión que le perseguía, incansable, desde hacía varios años.
Fueron necesarios muchos meses para que los medios de comunicación pudieran separar los mitos de los hechos fehacientes. Para que se desvelara, al fin, cómo había sido el último viaje a través de la laguna Estigia del reportero que se dejó seducir por España tras cubrir la Guerra Civil como corresponsal internacional. Sin embargo, ningún experto se había interesado en las últimas décadas por este enigma periodístico. Al menos, hasta el 2020; año en el que Lázara Isabel Guerra Valido, licenciada en educación musical y trabajadora del Museo Ernest Hemingway de la Habana (Cuba) como guía e investigadora, se propuso analizar la forma en la que la defunción del personaje había sido narrada por la prensa, el impacto que la noticia había tenido en todo el mundo y, en definitiva, la última parte de la vida del autor. La más oscura.

El resultado ha sido el nacimiento de un libro, «Un gran impacto», que ha visto la luz en España gracias a la Asociación de Melilla para la UNESCO y que, junto a una conferencia en la que se ahonda en la biografía de Hemingway, se puede descargar ya de forma gratuita a través de un código QR o de un enlace subido a su página web. Según explica a ABC Juan José Florensa , miembro de la entidad y uno de los impulsores de este proyecto social, el objetivo no es solo divulgar la cultura, que también, sino dar la posibilidad a una autora cubana de publicar una investigación que es a la par interesante y novedosa. Algo que le resultaría casi imposible en su país por culpa de las dificultades económicas que atraviesa el museo.
Su esposa informó a la prensa de que se había disparado mientras limpiaba un arma
Juan Antonio Vera Casares , doctor en Ciencias de la Educación y presidente de la organización, es de la misma opinión. «Hemos organizado varias publicaciones que buscan divulgar el conocimiento científico, histórico, creativo y literario. Como en todas ellas, el apoyo a esta obra ha sido total. Desde la presentación del libro, hasta la maquetación o la edición, han sido trabajos realizados y sufragados por la Asociación de Melilla para la Unesco», confirma a ABC.
Vida y muerte
Aquellos que crean en el destino podrán decir que, desde que EE.UU. vio nacer a Hemingway en 1899, su vida parecía encaminada hacia el triste final que tuvo. Valga como ejemplo que uno de los primeros relatos que escribió para un periódico local trataba de un campesino que se quitaba la vida. Y, ya en la adultez, su padre le marcó el camino, como el mismo autor escribió, «pegándose un tiro» en la cabeza para huir de sus miedos y obsesiones. Malos presagios.
Popular pero tímido, viril pero inseguro… Resulta innegable que Hemingway tuvo dos caras, aunque supo esconder a la perfección la que podía avergonzarle. Y le fue bien, pues nadie vaticinó la tragedia hacia la que se dirigía. El mismo Gabriel García Márquez afirmó en una de sus columnas que «no parecía pertenecer a la raza de los hombres que se suicidan» porque, «en sus cuentos y novelas, el suicidio era una cobardía».
Tampoco se puede obviar que la muerte le convirtió en el gran autor que fue. De hecho, para él todo comenzó con un asesinato: el del archiduque Francisco Fernando . El mismo crimen que, en junio de 1914, desató la Primera Guerra Mundial . La contienda le atrajo de tal forma que se presentó voluntario en la Cruz Roja para viajar a Europa. Quería ir al frente y esa era la única forma de lograrlo debido a un problema de visión.

En el viejo continente se curtió, se sintió hipnotizado por la Parca y afinó sus dotes de reportero. Características que le valieron, a la postre, ser contratado por la North American Newspaper Alliance para cubrir la Guerra Civil española. «El espíritu aventurero de Hemingway, sus experiencias como conductor de ambulancias en el frente italiano y sus aptitudes periodísticas fueron méritos suficientes para poder aspirar a ser corresponsal de guerra», confirma a este periódico José Manuel Álvarez Martínez , licenciado en Filología Inglesa y profesor asociado del departamento de filologías inglesa y alemana en la Universidad de Granada
Por su parte, el investigador y divulgador histórico José Luis Hernández Garvi , autor de obras como «La desaparición de Agatha Christie y otras historias sobre escritores misteriosos, excéntricos y heterodoxos» o «La Guerra Civil española en 50 lugares» , afirma a ABC que Hemingway llegó a España más por amor que por trabajo. Quería a este país desde que, una década antes, visitara Pamplona y quedara prendado con las corridas de toros. «La fiesta constituye una especie de confirmación de que no solo el hombre, sino la humanidad toda, está enfrentada y emplazada con la muerte, igual que el torero ante el toro», escribió. Por estos lares, el norteamericano y una de sus futuras esposas, Martha Gellhorn, recorrieron las trincheras buscando entrevistarse con soldados y oficiales republicanos.
Hemingway pasó los últimos años de su vida convencido de que le espiaba el FBI
Con todo, Garvi es partidario de que existe cierto halo de misticismo alrededor del periodista. «La única batalla que vio desde la primera línea fue la de Guadalajara , y cuando estaba a punto de terminar. No presenció combates directos contra los italianos», señala. En lo que sí acierta de lleno la leyenda es en que Hemingway estableció su cuartel general en el hotel Florida , ubicado por entonces en la madrileña plaza de Callao. «junto a otros tantos corresponsales y personajes famosos como Errol Flynn, John Dos Passos, Antoine de Saint-Exupéry (el autor de «El principito») o George Orwell ». En el corazón del edificio, un portento para la época, la habitación del norteamericano siempre estaba llena de whisky, la que fue su bebida predilecta junto a los daiquiris dobles bien cargados.
Hemingway se enamoró de España, en parte, por su relación con la muerte a través de la contienda y la fiesta de los toros. Así lo explica Garvi, quien señala además que la capital le sirvió de inspiración para elaborar novelas como «Adiós a las Armas» , «Por quién doblan las campanas» , «Hombres en guerra» o «La quinta columna» , su única obra de teatro. Es cierto, por tanto, que aquí vivió su cénit como autor, pero también su declive personal.
Triste final
Después de la Guerra Civil no supo sentar cabeza. Fue de esposa en esposa en busca de una media naranja que compartiera sus inquietudes literarias y periodísticas, pero que no le hiciera sombra. Difícil combinación. A nivel profesional pasó por altos y bajos. Por un lado, cubrió la Segunda Guerra Mundial y afirmó, faltando a la verdad, que había sido de los primeros en liberar París de los nazis. Por otro, las pocas obras que escribió recibieron duras críticas de los medios de comunicación. Todo aquello le medró el ánimo.
Al final se retiró a Cuba, donde tenía una residencia, para descansar, disfrutar de la vida y codearse, ya a finales de los años cuarenta, con figuras de la talla de Ava Gardner . Con ellos, presumía, podía beberse hasta dieciséis copas sin caer redondo.
Los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial le granjearon todavía más desgracias. El matrimonio con la que fue su última mujer, Mary Welsh , pronto se transformó en una pesadilla llena de discusiones y alcoholismo. Poco después uno de sus hijos quedó malherido en un accidente de coche y, ya en 1951, fallecieron su madre y una de sus exesposas más queridas, Pauline . Amante de las buenas comidas en su juventud (en el madrileño bar Chicote recuerdan todavía su buen gusto), no tardó en verse doblegado por el sobrepeso y la hipertensión . Por si fuera poco, en 1954 sobrevivió a dos accidentes aéreos. Uno de ellos fue tan grave que la prensa le dio por muerto y publicó su esquela. Con todo, sus allegados creyeron que obtener el Premio Nobel de Literatura acabaría con sus fantasmas.

Pero no fue así. Para entonces, una depresión aparecida de la nada se había extendido hasta tal punto por su organismo que, en el primer borrador del discurso de aceptación del Nobel, incluyó una referencia a la muerte: «Nada consuela a un escritor además de su trabajo, excepto el suicidio» .
Perdido, en su última década aumentó la, ya de por sí, ingente cantidad de bebida que ingería. Poco le importó que el médico le ordenara no volver a tomar una copa. «Después de los accidentes de avión, utilizó el alcohol de manera incontrolada para atenuar sus dolores. Harto de su vida depresiva en Cuba, abandonó la isla en 1960 y volvió a EE.UU.», añade Álvarez.
En ese precario estado, su esposa le internó en la Clínica Mayo . Allí, los médicos intentaron paliar sus males con un método tan poco recomendable como los electroshocks . El remedio fue peor que la enfermedad, pues destruyó su capacidad para escribir. Salió del centro el 22 de enero de 1961 y, el 2 de julio, acabó con su vida después de haber intentado suicidarse varias veces. Con él se marchó la razón que le llevó a caer en aquella depresión. «Las causas son todavía una gran incógnita, lo cual no hace más que aumentar su leyenda», finaliza Álvarez.
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