María de Molina, la madre coraje que sobrevivió como reina en un mundo de hombres
Fue algo más que una reina, madre y abuela de reyes. Fue una mujer con gran sentido de Estado, que supo ganarse el respeto de sus súbditos y la consideración del resto de las monarquías de la época. Viuda desde muy joven, le tocó vivir una de las épocas más turbulentas de la historia castellana, pero, sin embargo, logró mantener el prestigio y la autoridad real
La Historia también pertenece a las mujeres. Puede que su escaso relato en las crónicas y literatos de la época hayan contribuido a un desconocimiento sobre el protagonismo femenino hoy. Sin embargo, se pueden mencionar a muchas figuras de gran relevancia que contradicen todo lo que se da por supuesto en la Edad Media, entre ellas, sin duda, María de Molina , un personaje extraordinario en el mundo hispánico y en el curso de los acontecimientos históricos, tanto, incluso, como lo sería más tarde Isabel la Católica .
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María de Molina fue Reina consorte de Castilla durante el reinado de su esposo Sancho IV «El Bravo» (hijo de Alfonso X ), así como regente por partida doble con su hijo Fernando IV y su nieto Alfonso XI. Es decir, una mujer que contribuyó en tres reinados distintos a lo largo de su vida, y cuya actuación política fue decisiva para la continuación de la Corona castellana. Se desconoce cuándo y dónde nació exactamente, aunque la historiografía la sitúa alrededor de 1260. Su nombre real es María Alfonso de Meneses, hija de Don Alfonso de Molina (hermano de Fernando III), y de su tercera esposa Doña Mayor Alfonso de Meneses. Por tanto, prima del Rey Alfonso X, y tía segunda de Sancho IV, con quien contrajo matrimonio.
La polémica de un matrimonio
La unión marimonial entre María de Molina y Sancho IV estuvo llena de controversia desde el primer momento. El parentesco por consanguinidad hizo que la Iglesia no aceptara el casamiento, de modo que se les negó la dispensa papal. El Papa Martín IV calificaba a los esponsales de «nupcias incestuosas, gran desviación e infamia pública». Por otro lado, supuso también un desafío del aún Infante Sancho a su padre el Rey Alfonso X, ya que éste había comprometido a su hijo con Guillerma de Montcada, hija del vizconde de Bearne. Toda una serie de problemas que caerían posteriormente sobre la Reina, quien tendría que luchar por que sus hijos fuesen reconocidos como legítimos. Pero no todo acababa aquí, pues tendría que sufrir, además, las infidelidades de su esposo con otras mujeres, entre ellas una prima de Doña María, con las que tuvo otros hijos.
En medio de lo que fue una auténtica batalla diplomática para conseguir la dispensa papal , murió Sancho IV el 25 de abril de 1295, antes de que fuera otorgada la misma. Por tanto, María de Molina, en solitario y sin legitimidad papal, tuvo que desafiar los diferentes obstáculos que impedían reconocer a su hijo Fernando como heredero de Castilla.
Sola en un mundo de hombres
Con la muerte de Sancho IV empezó para Doña María un período en el que se batió contra todos y todos con tal de que su hijo conservara la Corona, que con tanta furia anhelaban el resto de hijos de Sancho. Estaba sola y era la encargada de gobernar un reino en nombre de un niño, cuyos derechos estaban cuestionados y medidos por una guerra civil. Esto fue aprovechado por los nobles , quienes creían que era el momento idóneo para conseguir una buena posición en una corte gobernada por una mujer y un niño. Pero lo que aún no sabían es que Doña María era lo suficientemente fuerte e inteligente como para conseguir bandear los inconvenientes que se le fueron presentando.
Al día siguiente del funeral de Sancho IV, el Príncipe Fernando fue proclamado Rey ( Fernando IV ). La Crónica de Jofré de Loysa relata con detalle los primeros días de María de Molina como regente, demostrando ser una mujer «muy prudente y circunspecta» y «firme» . La Reina regente pronto se incorporó a sus nuevas obligaciones y buscó los apoyos necesarios entre la nobleza y el pueblo, para que se unieran a su causa, y conseguir la estabilidad del reino. Trabajó hasta la saciedad, pues no solo aprobó los asuntos generales del reino, sino que se dedicaba a resolver asuntos particulares de algunos representantes en jornadas exhaustivas desde la mañana temprano hasta las tres, sin descansar, demostrando su capacidad de trabajo y su habilidad política. Ángela Vallvey , en su nuevo trabajo «Breve historia de las españolas. De las apiculturas prehistóricas al 8-M» , define a María de Molina como «La reina obstinada», por su increíble tenacidad para gobernar.
No obstante, se trató de uno de los momentos más duros en la vida de la regente, donde tuvo que hacer frente en pocos años a más retos de los que muchas personas encaran en toda su vida: la perdida de su esposo Sancho IV, su nombramiento como tutora y gobernadora del reino, las pretensiones y sublevaciones de la nobleza, la difícil proclamación de su hijo, la amenaza de Portugal, o su enemistad con Jaime II de Aragón . No obstante, su actuación frente a todos estos problemas evidenció su enorme talla política , ya que fue capaz de batirse con todos.
La Reina viuda fue asedidada por varios aspirantes a su lecho, mientras trataba de defender los derechos de su hijo
Hubo varios intentos por parte de los consejeros del reino para que Doña María contrajese matrimonio de nuevo, ya que era una viuda relativamente joven y con obligaciones políticas nada corrientes para una mujer de la época. Tanto el Infante Pedro como el Infante Enrique lo intentaron, pero ella ni siquiera consideró la propuesta, y las rechazó rotundamente. Una vez más, la Reina mostró que en astucia superaba a todos. Mantuvo su determinación de evitar un matrimonio, a sabiendas que esto le podía acarrear bastantes problemas.
La influencia diplomática de la Reina
En su larga trayectoria política, María de Molina siempre tuvo presente la defensa de «los bienes de la Corona» y del «bien común» , según describió el historiador Enrique Florez , en el siglo XVIII. Incluso cuando Fernando IV consiguió la mayoría de edad, Doña María siguió teniendo gran influencia, pese a que éste la intentó apartar de los asuntos del reino. El joven Rey resultó ser nada astuto para hacer frente a las artimañas nobiliarias, por lo que María de Molina, ya muy delicada de salud , volvió a aparecer en escena para resolver los diferentes conflictos con los nobles rebeldes. Una de las cualidades que más impactó a los historiadores fue su capacidad negociadora, y la búsqueda permanente de la concordia para contener las excesivas ambiciones de la nobleza, que tantas veces pusieron en peligro el reino.
María de Molina llegó a ser una Reina popular , querida y admirada en su tiempo. Es más, los Concejos le mostraron gran lealtad y respaldaron sus iniciativas de gobierno a través de las Cortes, tanto en el periodo de regencia como en el gobierno de su hijo. Su habilidad y experiencia para administrar los conflictos políticos volvieron a ser de gran utilidad acuando su hijo Fernando IV murió en 1312, y de nuevo tuvo que resolver la disputa por la custodia de su nieto Alfonso XI , que solo tenía un año de edad.
Al poco tiempo, 1 de julio de 1321 , María de Molina falleció en Valladolid. Su testamento, dictado dos días antes, da prueba de su grandeza moral al exponer sus mandas y perdones en él. Gracias a su labor como Reina, abuela y madre consiguió la estabilidad dinástica de la Corona. Sin su valor y sacrificio, posiblemente, Castilla hubiese tomado un rumbo muy distinto en la Historia.
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