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Segunda Guerra Mundial

De Moscú a Odessa: el martirio de la División Azul en los campos de concentración de Stalin

Morir en el campo de batalla no era el peor destino para los divisionarios españoles; muchos acabaron sus días en las temibles prisiones soviéticas, aunque, en la actualidad, se desconoce el número exacto

Las confesiones más íntimas antes de morir ahorcado del nazi que gaseó a millones de judíos en la Segunda Guerra Mundial

Detalle de un divisionario en la Segunda Guerra Mundial Augusto Ferrer-Dalmau
Manuel P. Villatoro

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El infierno se desató aquel 10 de febrero de 1943. Un averno gélido en las cercanías de Leningrado . Ese día, casi cuarenta batallones soviéticos, unos ochenta carros de combate y más de un centenar de piezas de artillería se lanzaron, cual tifón, sobre seis mil soldados españoles. Fue la batalla más dura de la División Azul en la Segunda Guerra Mundial . Una que se cobró la vida de un millar de defensores e hirió a otros tantos solo en la primera jornada. El nombre todavía resuena en los libros de historia: Krasny Bor .

Esta parte es la que se suele contar. Lo que se obvia de forma habitual es que, después de esta contienda, los rusos capturaron a una buena parte de los voluntarios españoles que defendían la zona y los deportaron a sus campos de concentración . Un número indeterminado, por cierto, ya que todavía existe controversia sobre las bajas que sufrió esta unidad en el conflicto. Allí, los miembros de la División Azul vivieron una auténtica pesadilla a cargo de sus captores. Trabajos forzados, hambre, frío... Así, hasta que fueron repatriados tras la muerte de Iósif Stalin .

Horror en los campos

Y es que, las muertes de divisionarios no tuvieron su punto y final en el campo de batalla. Para los soldados españoles que luchaban por el Reich, había algo más duro que despedirse de su vida en un rudo combate contra el Ejército Rojo . Ser capturados implicaba acabar en los temidos campos de concentración soviéticos. No en los que formaban parte del GULAG (la Dirección General de Campos de Trabajo) , como se suele creer, sino aquellos que dependían de la GUPVI (la Administración General para los Asuntos de los Prisioneros de Guerra y los Internados). Diferente sobre el papel aunque, en la práctica, y como explica el historiador Carlos Caballero Jurado en «La División Azul», «las dos caras del mismo fenómeno».

El doctor en Historia Contemporánea Xavier Moreno Juliá afirma en «La División Azul. Sangre Española en Rusia, 1941-1945» que el paso de los miembros de esta unidad por los campos de concentración soviéticos puede dividirse en tres etapas. La primera, llamada «los años del hambre» , abarca desde 1941 a 1945 y se corresponde con la más dura. En esta fase, la falta de comida y las enfermedades fueron la tónica habitual. En la segunda (1946-1948) las cosas mejoraron, quizá por las negociaciones entre ambos gobiernos para favorecer la liberación de los presos. La última, aquella que se desarrolló entre 1949 y 1956, fue conocida como «los años de resistencia» antes del regreso a la patria.

Según desvela a ABC Gustavo Morales , coautor de «División Azul: las fotografías de una historia» junto a Luis Eugenio Togores , la presencia de los divisionarios en los campos de concentración soviéticos fue minoritaria hasta 1943. «Pasaron por ellos menos de medio millar, unos 450, la mayor parte de ellos capturados cuando se quedaron sin municiones en la batalla de Krasny Bor , en febrero de 1943, cuando apenas unos miles de divisionarios se enfrentaron a 44.000 tropas soviéticas de élite y lograron rechazar la ofensiva de los estalinistas», explica el periodista en declaraciones a este diario.

Divisionario, en la tumba de uno de sus compañeros

Aunque la mayor parte de los historiadores confirma que es difícil generalizar debido a que en cada recinto se actuaba de forma distinta, la realidad es que el día a día de los divisionarios recluidos en estas prisiones fue un verdadero infierno. Como ejemplo, Morales explica a ABC el devenir de «ciento treinta divisionarios» que, «junto a otros setenta españoles de izquierdas», padecieron todo tipo de tropelías en los «once campos de concentración levantados en Karagandá , en la entonces república soviética de Kazajistán ».

Ejemplos existen muchos, y de ellos se hicieron hasta películas en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial en España. «En los tiempos más duros del campo de concentración de Cheropoviets , que albergaba a dos mil prisioneros, morían de hambre y extenuación tres docenas de presos al día. También sufrían el hambre y los malos tratos niños y mujeres de los españoles republicanos allí encerrados. Cuando los vieron, los divisionarios azules renunciaron a parte de sus raquíticas raciones para que los niños y mujeres contaran con más alimentos», explica el coautor de «División Azul: las fotografías de una historia».

Rencor en Rusia y España

Los republicanos a los que se refiere Morales eran soldados españoles que se habían negado a adquirir la nacionalidad soviética o combatientes que no habían querido servir en el Ejército Rojo a pesar de compartir sus ideales. Algunos se cebaron con los divisionarios. Ejemplo de ello fueron nombres propios como Felipe Pulgar o César Astor . Ambos, presos que odiaban las ideas por las que combatía la División Azul y que se dedicaban a mantener el orden a golpes entre el resto de reos.

Uno de los miembros de la División Azul definió a Astor como «un individuo repugnante, un reptil» y «un traidor que ha dañado a sus compatriotas con sus delaciones» . El primero tampoco esquivó los comentarios de los divisionarios por sus barbaridades. «Fue un traidor, cuya biografía no puede ser más repelente. Su semblanza física no era menos deleznable», escribió, tras la Segunda Guerra Mundial , uno de los reos que compartió prisión con él.

Otros republicanos, sin embargo, actuaron como verdaderos hermanos con los divisionarios. El buen trato fue muchas veces mutuo, según Morales. «Fue una pesadilla para no olvidar. Aunque hubo casos de tremenda humanidad El capitán Palacios cuenta, en su libro “ Embajador en el infierno ”, que a su campo llegaron españoles republicanos, mujeres y niños incluidos, que al principio no les dirigían la palabra. Pero los guripas hicieron una colecta de lo poco que tenían para alimentarles. Por supuesto que se impuso la nacionalidad sobre las ideologías».

La División Azul en la batalla de Krasny Bor Augusto Ferrer-Dalmau

El periplo de estos reos de la División Azul continuó hasta que el dictador soviético abandonó este mundo. «Tras la muerte de Stalin, en 1954, los españoles fueron trasladados en tren hasta el puerto de Odessa , en Ucrania . Compartieron travesía los 250 divisionarios liberados con unos pocos comunistas españoles, 36, que también volvían en el buque griego “ Semiramis ”. El dos de abril de 1954 desembarcaron en Barcelona. Se produjeron encuentros muy emotivos y también sorpresas porque algunos guripas habían sido dados por muertos y sus “viudas” se habían vuelto a casar», explica el periodista español.

De regreso en España, el gobierno de Francisco Franco prefirió olvidarse de ellos. «Las autoridades hicieron que desde Barcelona fueran dispersados a sus lugares de origen los excombatientes de la División 250 porque, en aquellos años, España comenzaba a alinearse con las potencias occidentales vencedoras de la Segunda Guerra Mundial . Había terminado un cautiverio de doce años, a treinta bajo cero en invierno, con una comida escasa y un trabajo en régimen de esclavitud y bajo la brutalidad de los guardianes de los campos de concentración comunistas», finaliza Morales.

A vueltas con las cifras

Expertos como el mismo Juliá afirman en su magna «La División Azul. Sangre Española en Rusia, 1941-1945» lo difícil que resulta, todavía hoy, hacer una valoración del precio humano de la División Azul y confirmar cuántos españoles pasaron por los campos de concentración de Stalin y cuántos se dejaron la vida en el campo de batalla. «Una unidad que englobó a unas 45.000 personas a lo largo de más de tres años de existencia, fundamentalmente en un frente de combate, difícilmente puede devengar cómputos exactos», admite en la mencionada obra.

Cifras sobre muertos existen, eso es innegable, así como de heridos, enfermos, congelados, mutilados, desertores y prisioneros. No obstante, suelen variar de forma considerable atendiendo a la fuente a la que se acuda.

Uno de los primeros en zambullirse en las turbias aguas que suponen las cifras fue Emilio Esteban-Infantes y Martín , general de la misma División Azul y militar durante medio siglo. En «La División Azul (Donde Asia empieza)», ensayo escrito más de una década después de la Segunda Guerra Mundial , confirmó que los sucesivos relevos de españoles en el frente ruso provocaron 3.934 fallecidos, 8.466 heridos y 326 desaparecidos. Por ser los más cercanos a los oficiales, estos datos han sido los esgrimidos por Ramón Salas Larrazábal , militar que participó el la Guerra Civil por el bando sublevado y, a la postre, uno de los historiadores más prolíficos sobre el conflicto fratricida.

Destacamento de comunicaciones de la División Azul española ABC

Según afirma el propio Larrazábal en su dossier «La División Azul» (publicado en 1989 en la revista «Espacio Tiempo y Forma») estas cifras, las «oficialmente contadas», denotan que un alto tanto por ciento de soldados españoles se dejaron la vida en la Segunda Guerra Mundial . «Por Rusia habían pasado más de 47.000 españoles, de los que muy cerca del 10 por 100 quedaron para siempre en la estepa rusa», añade. El historiador incluye en estos datos a los miembros de la Legión Azul , los dos millares de soldados que, después de que fuera disuelta la División Azul, decidieron continuar su particular lucha contra el comunismo.

Pero las conclusiones de Esteban-Infantes sobre las bajas de la División Azul no fueron las únicas. Ni mucho menos. Una década después de que publicara su obra, el también militar y combatiente en la Segunda Guerra Mundial José Díaz de Villegas y Bustamante hizo su propia estimación basándose en los registros de la Compañía de Sanidad. En su libro, «La División Azul en línea», afirma que se produjeron «3.590 muertos, 8.482 heridos y 326 desaparecidos, de los cuales, la mayor parte prisioneros de guerra».

De forma más reciente, ya en los años ochenta, el germanista Gerald R. Kleinfeld y el hispanista Lewis A. Tambs confirmaron en sus obras (una de ellas, publicada en español como «La División Española de Hitler. La División Azul en Rusia») los datos ofrecidos por sus predecesores. Aunque, como era de esperar, con algún que otro cambio sutil. En sus palabras, fallecieron 4.500 españoles a manos del Ejército Rojo y la División Azul tuvo que lamentar 8.000 heridos, 7.800 enfermos y 1.600 casos de congelación.

Ellos, por su parte, también elevan el número de combatientes patrios que participaron en la Segunda Guerra Mundial por el bando de Adolf Hitler hasta los 47.000. Unos 2.000 más que otros tantos autores.

Entre las últimas cifras que se han barajado destacan las de Francisco Torres quien, basándose en los datos de la Fundación División Azul y en los registros militares, ha llegado a la conclusión de que la División Azul contó 4.954 muertos, 8.700 heridos. 2.137 mutilados, 1.600 congelados, 372 prisioneros y 7.800 enfermos. Aunque tampoco faltan las de José Luis Jiménez Rodríguez, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad Rey Juan Carlos y autor de «De héroes e indeseables: la División Azul» (Espasa, 2007). En su dossier «La contribución de la División Española de Voluntarios a la invasión de la URSS» afirma que «los muertos ascienden a entre 4.800 y 5.000, a las que hay que añadir los heridos, los 2.137 mutilados y los al menos 115 fallecidos en campos de concentración soviéticos».

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