El héroe español al que el entorno abertzale califica de «genocida» y acusa de destruir San Sebastián en 1813
Varias asociaciones e historiadores vascos aseguran que fue el general Castaños, responsable de la primera derrota de Napoleón en campo abierto durante la batalla de Bailén, quién ordenó que el asedio, quema y asesinato de los vecinos de la ciudad durante la Guerra de Independencia

Cuando se cumplió el bicentenario de la Guerra de la Independencia contra las tropas de Napoleón , varios historiadores y asociaciones vascas realizaron nuevas interpretaciones de algunos de los episodios de esta, con el objetivo de ensombrecer y ensuciar el papel de uno de ... sus protagonistas: el general Francisco Javier Castaños . Dos siglos después, todos ellos culpaban al héroe español de la batalla de Bailén de haber dado la orden de destruir, saquear y quemar la ciudad de San Sebastián.
La campaña se inició con la publicación, en 2012, de « Donostia 1813. Quiénes, cómo y por qué provocaron la mayor tragedia en la historia de la ciudad », de Iñaki Egaña. Un libro en el que el historiador culpaba a Castaños del asedio, quema, destrucción y asesinato de los vecinos de San Sebastián. «Hay un dato muy significativo: tras el primer ataque fracasado de julio de 1813 son hechos prisioneros unos 300 británicos heridos. Los franceses los guardan en la iglesia de San Vicente, donde son atendidos por familias donostiarras, y allí algunos de esos ingleses y portugueses ya avisan de lo que puede venir. Explican que el general Castaños, jefe del Ejército del Norte entonces, una especie de Mola de 1936, les ha dicho que hay que tomar la ciudad y pasar a todos sus habitantes a cuchillo», contaba el autor en una entrevista al diario « Naiz » en 2013, en la que aseguraba que, «en porcentaje, los muertos son muchos más en Donostia [que en el bombardeo de Guernica], no solo en las primeras horas sino en el invierno posterior. El Ayuntamiento de Donostia sacaría dos manifiestos en enero y marzo de 1814 en los que compararía esa matanza con la de Moscú y afirmaría, incluso, que la Humanidad nunca había conocido una catástrofe semejante».
A esta tesis se sumó después un grupo de donostiarras de «sensibilidad abertzale» —tal y como los describió « El Diario Vasco »—, mediante la publicación de un manifiesto en el que también se culpaba de lo ocurrido al general Castaños. Su título era: « Donostia sutan, 1813-2013 » («San Sebastián en llamas, 1813-2013»). Y en él se decía que «los generales españoles Álava y Castaños, responsables de la masacre, y el británico duque de Wellington negaron su implicación y echaron la culpa a los propios donostiarras y a las tropas francesas que habían ocupado la ciudad durante cinco años. Una falsedad que se mantuvo por años. Similar a la del bombardeo nazi de Guernica en 1937, achacado a los propios vascos». Para, finalmente, solicitar que se llevara a cabo un homenaje especial a las víctimas «sin apologías militaristas».
Los elogios al general Castaños
Esta imagen difiere considerablemente de la que pudieran hacerse los lectores de prensa españoles por los artículos que se publicaron al día siguiente de la muerte del general Castaños, el 24 de septiembre de 1852, con 94 años. No hubo, además, ni un solo diario que no dedicara la práctica totalidad de sus páginas a elogiar la figura del héroe de la batalla de Bailén , el hombre que había sido responsable de la primera derrota de Napoleón en campo abierto. El mismo que había servido al Ejército español durante ocho décadas y había fallecido abrumado por las condecoraciones, pero sin ningún gesto de altivez, orgullo o superioridad.
«Dos grandes sentimientos han llenado la vida de Castaños. El amor a sus reyes y a su país, y la práctica de la beneficencia. Al primero consagró su sangre y al segundo todos los bienes de su tierra. El más antiguo, el más ilustre de nuestros generales, ha muerto pobre», revelaba « La Gaceta ». Otros diarios como « Nación » y « El Católico » salían de luto, contando como el héroe español había recibido el grado de capitán de infantería con 10 años de manos del Rey Carlos III y cómo había dedicado toda su vida a servir al Ejércitos. «El estampido del cañón, resonando tristemente cada media hora, ha anunciado ayer a los habitantes de la capital una calamidad nacional: la muerte del más ilustre de sus hijos [...] El pueblo madrileño, sin distinción de partidos, edades y sexos, amaba al venerable guerrero con ese cariño respetuoso que inspira toda reputación que se ha conservado pura de todo contacto sospechoso en la dilatada serie de nuestras disputas políticas», añadía « La España ».
¿Cómo podía un general con semejante reputación y tan querido por todos haber podido ordenar la destrucción de San Sebastián y el asesinato de sus vecinos? ¿Cómo semejante acto había podido pasar desapercibido a los ojos de la prensa? Para apoyar la teoría y buscar adeptos, sus promotores llegaron a poner en marcha un blog en el que ofrecían materiales históricos. En él compartieron cerca de ochenta testimonios supuestamente recogidos durante los meses siguientes al 31 de agosto de 1813, en el que testigos de aquella masacre relataban haber oído a los soldados que «tenían orden del general Castaños de arrasar la ciudad y pasar a cuchillo a sus habitantes».
«¿Qué motivo tenía el general español Castaños?»
Al manifiesto publicado en mayo de 2012 se adhirieron figuras públicas como la escritora Toti Martínez de Lezea y la exdirectora del Instituto Vasco de la Mujer, Txaro Arteaga. También otras caras conocidas de la política y la cultura de la comunidad autónoma, como Félix Soto, Jexux Arrizabalaga, Joseba Álvarez y Jon Urruxulegi, así como la Asociación de Víctimas del Genocidio de Donostia y la asociación Herria. El colectivo Bilgune Feminista aseguró, además, que las mujeres sufrieron especialmente en el asedio de 1813, porque fueron violadas en masa. Y, por último, los historiadores Josu Tellabide y Antonio Mendizabal. Este último, junto a Egaña, llegó a ofrecer una conferencia bajo el título «¿Qué motivo tenía el general español Castaños para ordenar la quema de Donostia y pasar a cuchillo a sus habitantes?».
Retrocediendo a los hechos, tras la victoria en la batalla de Bailén el Castaños entró triunfal en Madrid y los franceses emprendieron la retirada. Pocos meses después, Napoleón en persona regresó con un ejército poderoso para vengarse en la batalla de Tudela. En 1812, el general español viajó a Vizcaya y proclamó la constitución en todos los municipios de la región que no estaban bajo la dominación gala. Y en mayo de 1813, los aliados ingleses al mando de Wellington lanzaron la ofensiva definitiva que condujo a la batalla de Vitoria y al comienzo del famoso asedio de San Sebastián, que se encontraba en poder de los franceses.
Sin embargo, para entender lo ocurrido hay que tener en cuenta un dato importante: que Castaños fue destituido por razones políticas el 12 de agosto y que abandonó el País Vasco inmediatamente después, tras recibir numerosos homenajes en Bilbao. Fue entonces cuando las guerrillas guipuzcoanas rodearon San Sebastián para recuperar la ciudad, pero a los mandos británicos y portugueses, aliados de España contra los franceses, no debió parecerles suficientes como para enfrentarse a la guarnición de 3.000 hombres que había dejado Francia. Así que acudieron a sustituirlos y liderar el asalto.
La supuesta orden del general Castaños
En el primer intento, sin embargo, muchos de los soldados anglo-portugueses se olvidaron del combate para dedicarse a saquear y fueron derrotados. Según el historiador bilbaíno Juanjo Sánchez Arreseigor —que acaba de publicar el libro « ¡Caos histórico! Mitos, engaños y falacias » (Actas, 2019)— muchos de estos «amenazaron a los donostiarras con torturarlos o matarlos si no revelaban dónde escondían el dinero y los objetos valiosos. Para justificar sus acciones y al mismo tiempo aterrorizar a sus víctimas, algunos de estos soldados saqueadores aseguraron que el general Castaños había dado la orden de matar a todo el mundo en la ciudad, pero que ellos podrían salvarse si entregaban su dinero».
Sánchez Arreseigor defiende que, en realidad, el general Castaños nunca ejerció el mando sobre las tropas portuguesas o británicas, por lo que nunca podría haber ordenado semejante ataque. De hecho, no ejercía ya mando alguno en aquel momento, ya había sido destituido. Tras ese primer asalto, los donostiarras lograron enviar mensajes solicitando alguna explicación por lo ocurrido. El general Miguel Ricardo de Álava, el mismo que había prevenido el saqueo de Vitoria cerrando las puertas de la ciudad, les prometió que no existía ninguna intención por parte de Castaños ni del Ejército español de destruir la ciudad. También desmintió las amenazas que proferían los soldados lusos e ingleses en referencia al héroe de la batalla de Bailén.
A las 11 de la mañana del 31 de agosto, los británicos se lanzaron de nuevo al asalto de San Sebastián. Tras dos horas de combate, la explosión de un polvorón abrió una grieta en la muralla por la que las tropas anglo-portuguesas pudieron entrar en la ciudad. Los franceses se atrincheraron en las calles y los edificios del centro para comenzar a retirarse poco después, mientras combatían, hacia el castillo. Esa fue la segunda vez que los asaltantes se lanzaron al saqueo.
Un «holocausto»
«Algunos oficiales mostraron indiferencia ante las atrocidades. Otros intentaron contenerlas, pero algunos fueron heridos o incluso muertos por sus propios hombres. Los pequeños incendios provocados por la batalla se extendieron, pues nadie se ocupaba de apagarlos. A la mañana siguiente, casi toda la ciudad había ardido. No hay ningún género de duda sobre la responsabilidad de los anglo-portugueses como ejecutores directos de la destrucción de San Sebastián», explica el historiador bilbaíno, que califica la acusación de Egaña de «absurda». Y añade: «El móvil no se sostiene y tampoco existían los medios, porque Castaños nunca tuvo mando sobre las tropas anglo-portuguesas. Tampoco se entiende porque Wellington y su subordinado, el general Graham, que dirigía el asedio, iban a mancharse las manos haciendo ellos el trabajo sucio. De hecho, les avergonzaba mucho lo sucedido e intentaron, de forma bastante mezquina, esquivar su responsabilidad».
Sánchez Arreseigor asegura en su libro que todos los testimonios concuerdan en que el saqueo surgió de los soldados rasos, los cuales, ansiosos de botín, aprovecharon su oportunidad para enriquecerse a costa de los vecinos. San Sebastián fue saqueada y los incendios la arrasaron, pero el número de víctimas no pasó de unas pocas decenas sobre una población de 9.000 habitantes. Aún así, el manifiesto «Donostia sutan 1813-2013» califica aquel atropello de «holocausto». El autor argumenta, por su parte, que «nadie intentó llevar a cabo el supuesto plan de aniquilar a los donostiarras. La soldadesca desenfrenada buscaba dinero, alcohol y sexo, pero no sangre. Gracias a eso la ciudad se pudo reconstruir, porque una ciudad son sus habitantes. Los edificios se pueden reemplazar; la gente, no».
Cada 31 de agosto se revive este asedio en San Sebastián mediante una serie de actos y representaciones en las que no se hace referencia a la culpabilidad de Castaños. El general madrileño, por su parte, nunca mostró el más mínimo odio contra sus supuestas víctimas tras la guerra. De hecho, se construyó una mansión junto a San Sebastián para pasar temporadas en ella. Y hasta convenció a la Reina Isabel II para que visitara la ciudad todos los veranos, impulsando el turismo de la zona.
Un siglo después de su muerte, ABC recordaba las cláusulas que dispuso Castaños en su testamento , impropias de alguien de su estatus, y todavía conmovían a los lectores. Estas decían: «Dispongo que se me amortaje con el uniforme más viejo que tengo, el que solía llevar al Consejo. Pasadas veinticuatro horas, mi cadáver será conducido al campo santo, el de San Nicolás, y colocado en el suelo, y no en un nicho, por donde transiten las gentes. Que lleve solo una losa de mármol, lisa, sin más inscripción que mi nombre, edad y el día de mi fallecimiento». La Reina Isabel II no accedió y ordenó que se celebrara un funeral de Estado y que fuera enterrado en el Panteón de Hombres Ilustres de Madrid, donde permaneció hasta 1963.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete