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Los 650.000 inocentes de Madrid: la tragedia silenciosa de los niños sin padres

La novela 'Las semillas del silencio: una historia de gentes sin historia basada en hechos reales' (Kailas) recuerda la historia de los bastardos abandonados

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Ilustración en 1861 de cómo funcionaba el torno en la Inclusa de Madrid. ABC
César Cervera

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Vertedero de niños, refugio de bastardos, el país de nunca jamás sin retorno, el reino de los que no tienen padres… La historia rara vez pone el foco en el umbral más oscuro de la sociedad: el lugar donde van a parar los menores sin apellidos, sin nombre, sin familia, sin infancia. En cuatro siglos más de 650.000 niños y niñas, los llamados 'hijos del vicio', acabaron abandonados en la Inclusa de Madrid, que era el nombre que tradicionalmente se ha dado a los orfanatos y casas de acogida castizos. No es que Herodes los persiguiera, es que no tenían padres que los protegieran de los monstruos.

La novela 'Las semillas del silencio: una historia de gentes sin historia basada en hechos reales' (Kailas) recupera el testimonio de algunos de estos bastardos abandonados basándose en documentos e historias reales, incluido el relato de un familiar de la autora. Soraya Romero Hernández (Madrid, 1983), periodista hispano-suiza, ha volcado en esta ficción todas las indagaciones acumuladas sobre su bisabuela Gerónima López de la Cruz y sobre los bajos fondos de finales del siglo XIX. «La mayoría de estos hijos bastardos estuvieron condenados a vivir en el más absoluto desamparo, explotados por las familias que los prohijaban y abocados a una vida miserable, cuando no a la muerte», señala Romero en el arranque de su obra.

Estos precarios orfanatos se hacían cargo con atención industrial de los menores abandonados y se dedicaban a buscarles acomodo en alguna familia que quisiera sacarles rentabilidad, tanto por el dinero que recibían para su manutención como por la posibilidad de emplearlos como criados o labriegos. «Los ecos de la Inclusa de Madrid, una institución ya desaparecida que constituye uno de los ejes principales de esta historia, resuenan más que nunca en la actualidad: el lucro de la fertilidad y de la infertilidad, el juicio y culpabilización de las mujeres por sus distintas circunstancias reproductivas y las profundas distinciones de clase en el acceso a la maternidad o a la decisión de renunciar a ella», explica en el prólogo del libro la historiadora María Cáceres-Piñuel, cuya tesis sobre el tema sirvió de faro a Soraya Romero Hernández para montar su novela.

El curioso origen de la palabra

Los pescadores del Tíber se quejaban ya en la Antigua Roma de que al recoger las redes encontraban numerosos cadáveres de neonatos arrojados a sus aguas, mientras que a la puerta de los templos aparecían muchos. Algunas instituciones asumieron la labor de salvar, proteger y dar cobijo a esos niños, que en la Edad Media se consideraron responsabilidad de la Iglesia. En España fue especialmente conocido por este trabajo caritativo el monasterio extremeño de Guadalupe al que muchas localidades intentaron imitar.

En 1563 se fundó en Madrid junto a la Puerta del Sol la Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad y las Angustias, un convento dedicado a la recogida de los niños recién nacidos que eran abandonados en las calles, iglesias o portales de la capital. El convento de la Victoria se extendió por un conjunto heterogéneo de edificios, unidos entre sí por pasadizos, que funcionaban de manera caótica y siempre con más menores a su cargo de lo que podía asumir.

El origen de la palabra 'inclusa' viene de la veneración de la Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad y las Angustias por una imagen de la Virgen de la Paz que los soldados españoles trajeron en el siglo XVI de Flandes. Tras la toma de la ciudad de Enkhuizen por las tropas españolas, la imagen fue encontrada entre las ruinas de una iglesia y regalada a Felipe II, quien a su vez la donó a la mencionada cofradía. A oídos madrileños, la palabra extranjera de difícil pronunciación Enkhuizen pasó a ser Inclusa, generalizándose con el tiempo para designar a todas las casas de acogida españolas donde se criaba a los niños expósitos.

Detalle de la portada de 'Las semillas del silencio'. ABC

Si bien en su primer año hay constancia de que se recogieron 74 niños, en el tránsito de los siglos XVIII al XIX se alcanzó la cifra de 1500 al año. Tal fue el colapso de almas y tragedias que, en 1801, el conglomerado de edificios se trasladó a otro edificio situado en la calle del Soldado, hoy calle Barbieri, que anteriormente había sido la cárcel de mujeres de la Villa, y tres años después a la cercana calle de la Libertad. Posteriormente, ocuparía un enorme caserón en el nº 66 de la calle Mesón de Paredes.

La primera parada de los expósitos era el torno, el lugar donde se depositaba el bebé manteniendo el anonimato y sin necesidad de cruzar palabra con nadie. Un miembro del personal hacía guardia permanente al otro lado del rudimentario aparato para que los menores no esperaran mucho sin atención.

Tener un estricto registro de los ingresos permitía, llegado el caso, que algún familiar arrepentido pudiera encontrar al bebé abandonado

Era bastante frecuente que junto a la criatura apareciese una nota aclarando si estaba o no bautizada, su nombre, de tenerlo; y algunos detalles sobre la clase social de su familia. Contar con un estricto registro de los ingresos permitía, llegado el caso, que algún familiar arrepentido pudiera encontrar al bebé abandonado. Es el caso de 'Las semillas del silencio', cuya autora ha podido responder muchas preguntas sobre el pasado gracias a esos archivos congelados en el tiempo.

El epicentro del libro está en una familia burguesa acomodada que vive el escandaloso embarazo de su primogénita, lo cual obliga a desplegar, para prevenirse de las habladurías, un entramado de mentiras con el objeto de que la niña resultante no existiera a ojos de su sociedad. Según la investigación de la autora de 'Las semillas del silencio', su bisabuela fue abandonada en la Casa de la Maternidad de la Real Inclusa de Madrid el 5 de diciembre de 1874 y pasó su infancia a cargo de distintas amas de cría a los que pagaba la Inclusa. Por distintos vericuetos de la vida, Gerónima acabó sus días en Candeleda, un hermoso pueblo a la vera de Gredos.

Además, personajes históricos como el fundador de la Cruz Roja española, Nicasio Landa; el antiguo alcalde de Madrid, José Osorio y Silva, y su mujer, Sofia Troubetzkoy; el poeta José Martí, la escritora Emilia Pardo-Bazán, el pediatra Mariano Benavente o el filántropo suizo Henry Dunant, se entremezclan con otros ficticios para completar este retrato de la España de la época y de sus gentes.

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