Los 548 días de pesadilla que una niña judía sefardí pasó oculta de los nazis: «Vivíamos cinco en una habitación»
Rosina Asser Pardo, la Ana Frank griega, describió en un pequeño cuaderno las jornadas de privaciones y pavor que pasó con su familia
El secreto histórico para salvar la España vaciada
![Rosina posa en Salónica junto a una amiga en 1943, tras ser liberadas](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/historia/2023/10/13/rosina2-RzUsffZQzRCyS3pa5y7thPL-1200x840@abc.jpg)
Ni muñecas, ni vestidos. El regalo que cambió la vida a la pequeña Rosina Asser Pardo, de mofletes generosos y cabello ondulante, fue una libreta con portada bermellón que halló olvidada en su casa. Apenas sumaba ocho páginas –alguien había arrancado el resto– y ... podía adquirirse a unos diez céntimos de euro actuales. Sin embargo, para esta judía de origen sefardí se transformó en un lienzo sobre el que plasmar los sinsabores de su corta vida y de los 548 días, con sus noches, que pasó oculta de los nazis en una habitación de la ciudad griega de Salónica. Un año y medio de pesadilla, entre abril de 1943 y octubre de 1944, con el pan como lujo y la libertad como anhelo.
«Hasta que descubrimos la existencia del diario en la década de los ochenta, mi madre guardó silencio sobre la guerra y el Holocausto». Víctor Asser responde a ABC desde Suiza, y de forma muy escueta: su trabajo como asesor de banca no le deja un minuto. Se maneja poco con el español a pesar de su ascendencia sefardí, cosas que pasan, pero guarda gran afecto a la península por Rosina, que soñaba con visitarla. «Cuando la libreta llegó a nuestras vidas trajo todos los recuerdos reprimidos y se convirtió en el tema central de las conversaciones», añade. Aquello fue como descorchar una botella; la anciana se centró en divulgar sus vivencias y hasta escribió un libro autobiográfico.
Renovación
En aquella obra, Rosina dejó sobre blanco por qué había guardado silencio y por qué había obviado la libreta durante décadas: «Quería apartar de mi mente la imagen de la muerte. La ira y la indignación que había sentido al escribirlo me hacían detestar su recuerdo». Para ella fue un salto al vacío que obtuvo recompensa: la popularización de su testimonio gracias a una rápida traducción al inglés.
Sin embargo, hasta ahora ese libro no había arribado a España. «Esta semana lo presentamos en Madrid bajo el título '548 días bajo un nombre falso' (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo)», desvela a ABC Álvaro García Marín, encargado de la traducción y de contextualizar el ensayo.
Marín se muestra orgulloso. Y para no estarlo, pues sabe que la anciana sonreiría al saber que se sigue cumpliendo el objetivo máximo de su vida: evitar que el Holocausto caiga en el olvido. «Debemos subrayar este tipo de testimonios porque están en parte ligados a nuestro país. ¿Hasta qué punto no podemos considerar que fueron judíos españoles?», explica. En este punto aflora un minúsculo reproche hacia una sociedad que, quizá por el avance inexorable del tiempo, tiende a desligarse y apartar de su memoria las barbaridades perpetradas por Adolf Hitler: «¿Cómo es posible que no sintamos una vinculación directa y emocional con aquello?».
Llegan las bestias
Ambos nos guían a través de la vida de la Ana Frank helena; un símil que a ella jamás le gustó. «No aspiro a que se nos compare. Tan solo quiero que mi familia sepa cómo me marcó ese período», dejó escrito. Cierto es que poco o nada se parecieron sus infancias. Rosina, la mediana de tres hermanos, vino al mundo en Salónica en 1933. «Su nacionalidad era griega, pero sus padres, Haim y Efyenía Pardo, hablaban judeoespañol en casa», explica García. No eran pobres, ni mucho menos; contaban con un negocio que les permitía vivir de forma holgada y que hizo muy fáciles los primeros años de la niña.
Pero todo cambió cuando los alemanes ocuparon Grecia en abril de 1941. Rosina, aunque no superaba las ocho primaveras, recordó aquellos días en su cuaderno rojo: «Un sábado citaron a todos los israelitas de entre 18 y 45 años. Papá tenía que ir». Cuando regresó, la familia quedó estremecida: «Dijo que les estaban moliendo a palos». Con aquellos golpes se abrieron las puertas del averno. En un suspiro, los invasores sacaron de sus casas a los judíos y les enviaron a un gueto.
![Parte del diario de Rosina, escrito en griego](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/historia/2023/10/13/diario1-U35583661362jKW-624x350@abc.jpg)
Y luego llegó la marca… «El 25 de febrero nos pusieron insignias. […] Eran como unas estrellas amarillas de tela. ¡Oh! Cuando lleguen los ingleses, me decía, las voy a enmarcar todas juntas para acordarme del calvario que estamos pasando», añadió.
Pero el monstruo del nazismo jamás se quedaba saciado. Tras recluir a los judíos, los alemanes iniciaron su traslado en trenes hacia los temidos campos de concentración y exterminio. «Por entonces nadie sabía a dónde iban; pero tenían claro que, los que se marchaban, jamás regresaban», insiste González. La inocencia infantil de Rosina no fue venda suficiente. Como el resto, la niña sabía lo que implicaba ser seleccionada para formar parte de uno de aquellos convoyes. «Un día nos enteramos de una mala noticia. ¡Nos enteramos de que iban a deportarnos!», concretó.
Año y medio
El horizonte de la deportación fue un triste acicate para la familia. Rosina escribió que, «como la mayoría de la gente», sus padres llamaron a un millar de puertas en busca de ayuda. No querían arriesgarse a escapar del país. Su salvador fue un viejo amigo: un médico apellidado Caracotsu que les ofreció su casa para esconderse. «Fue como si hubiera llegado un ángel para rescatarnos», explicó la pequeña. El traslado no fue instantáneo. Los Asser acudieron a su nuevo hogar poco a poco, sin levantar sospechas. «Primero fui yo con mi hermana pequeña Denise, por la noche vino mi hermana Lili y, a la noche siguiente, papá y mamá». Ahí comenzó el encierro y la escritura del diario, como bien explica García: «La libreta le fue muy útil para entretenerse y no perder la cordura».
Fue dura la vida en el piso de la calle Tsimiski 113. Haim y Efyenía dieron un nuevo nombre a cada una de sus pequeñas para que, si los alemanes entraban en la vivienda, tuvieran una oportunidad de sobrevivir. La chiquilla pasó a llamarse Rula Caracotsu, y se lo repetía cada día para no olvidarlo. «Para mantener la farsa, el cuaderno lo escribió en griego, y no en judeoespañol, que era su idioma habitual», desvela García. Años después, ya como anciana, Rosina recordaba con tristeza las estrecheces: «Dormíamos los cinco en una habitación, en tres camas».
![Sobre estas líneas, la portada del libro. En ella se incluye el pasaporte emitido por las autoridades griegas bajo la ocupación alemana](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/historia/2023/10/13/portada-U57176008863ekb-624x350@abc.jpg)
El hambre, como ella misma recordaba, fue una compañera incansable durante aquella locura: «Nuestras cenas a la luz de la lámpara de petróleo consistían en yogur, sopas de pan con leche o pan con aceite y sal».
Aunque la niña admitió que el miedo a que los alemanes les descubrieran superaba todo lo demás. En una ocasión, una patrulla de la Gestapo se presentó en la puerta de la casa. Toc, toc, toc. Todo parecía perdido. «Al oírlo, cerramos con llave desde dentro del dormitorio», escribió Rosina. Unos se escondieron en el armario; otros, en el balcón. «Llamaron, vieron que la llave estaba echada... y se marcharon», escribió. Aquello le marcó para siempre: «Hay veces que uno cuenta el tiempo que pasa al ritmo de los latidos del corazón. Y, aunque sea un niño, lo recuerda para toda la vida».
Nueva vida
Rosina despertó de aquel mal sueño año y medio después, y con energías renovadas. Ir al colegio, estudiar, disfrutar de una buena cena... Las pequeñas cosas que podía hacer en libertad se convirtieron en regalos que paladeó con gusto. Aunque escondió el cuaderno; los recuerdos eran demasiado duros para ella. Pero, cuando sus hijos hallaron la libreta en los ochenta, comenzó una nueva vida; otra más. Víctor lo tiene claro: «Mi madre luchó por preservar la memoria del Holocausto y fue una revolucionaria que combatió por los derechos de las mujeres en la Grecia de posguerra».
Los últimos años los pasó de colegio en colegio. «Contaba a los niños su historia y vivía de forma pacífica rodeada de sus amigos y sus diez nietos», sentencia su hijo. Rosina se marchó en mayo de 2020, pero, para Víctor, estará a su lado mientras la llama del recuerdo siga viva: «Tengo en mi memoria el momento más hermoso que compartí con ella. Fue cuando le mostré a mi pequeña recién nacida en la sala de maternidad. No olvidaré su respuesta: 'Muchas gracias'».
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete