30 aniversario
Alcalá 20: «Otra vez el pavor de la muerte sobre Madrid»
Con 82 muertos, fue uno de los peores incendios de la historia de Madrid, en un mes que ya había dejado otros 274 fallecidos en la capital en dos accidentes aéreos
« Otra vez el pavor de la muerte sobre Madrid », titulaba ABC un día después de que la capital viviera uno de los incendios más mortíferos de su historia. No era para menos, pues junto al 11-M , no se recuerdan en la capital días tan dolorosos como aquellos. En apenas tres semanas se habían producido más de 300 muertos en tres tragedias diferentes, sin contar el choque de dos convoyes de metro en la estación de Menédez Pelayo , que dejó 90 heridos: el 27 de diciembre de 1983, un Jumbo se estrellaba poco antes de aterrizar en Barajas , causando 181 muertos; el 7 de diciembre, un Boeing 747 de Iberia y un DC-9 de Aviaco impactaban en la misma pista, dejando 93 muertos, y el 17 de diciembre, se producía el fuego de la discoteca Alcalá 20, con otros 82 muertos.
Esta última tragedia, de la que hoy se cumplen 30 años, quedó marcada en la memoria de los madrileños, que no habían vivido nada parecido desde que, en 1928, otro incendio se cobrara la vida de casi un centenar de personas en el Teatro Novedades .
Eran las 4.45 de la madrugada del 17 de diciembre de 1983, apenas un minuto después de que el DJ parara la música y el personal de la sala ordenara a los jóvenes abandonar el local, ubicado en los sótanos del Teatro Alcázar . Ninguno de los casi 200 que aun permanecían en la discoteca poniéndose el abrigo o apurando sus copas podían imaginarse que, en apenas unos segundos, la discoteca donde poco antes se divertían bailando despreocupados se convertiría en una trampa mortal de fuego, humo, cenizas y escombros.
«¡Fuego, fuego!»
La chispa de un cortocircuito prendió las cortinas y las llamas se propagaron rápidamente por todo el local, decorado con más de 5.000 kilos de textiles, plásticos y cartón piedra, materiales todos altamente inflamables. Contaba a ABC el fotoperiodista Javier Bauluz , primer español galardonado con el Premio Pulitzer y superviviente de aquella tragedia, que vio el humo cuando comenzaba a salir por detrás del escenario. Pronto se escucharon gritos de «¡fuego, fuego!», pero muchos de los clientes se mofaron creyendo que era una broma, hasta que ya no pudieron hacer nada.
En menos de medio minuto el humo se extendió por la sala, por los dos palcos que flanqueaban la pista, donde murieron las primeras víctimas por asfixia. Tras caer inconscientes al suelo por la falta de aire, eran alcanzados por las llamas. «Sentí que iba pisando cuerpos», relataba uno de los supervivientes que consiguió abandonar el local desesperadamente, en el mismo lugar donde otra persona fallecía aplastada contra una valla. «No veía nada. No sé ni cómo estoy vivo. Mientras subíamos por la escalera de caracol que conduce a la salida principal, oíamos voces angustiosas por abajo que llamaban a la tranquilidad. Pero creo que fuimos los últimos en salir. Los de abajo se debieron quedar en el ropero», contaba otro .
Fue allí donde los bomberos se encontraron amontonados al menos 20 cadáveres. Quizá fue ese el primer lugar cerrado que encontraron, pensando que estarían protegidos de las llamas, o quizá porque trataron de hacerse con sus pertenencias antes de salir del local, creyendo que tenían tiempo suficiente. Muchos otros jóvenes trataron de huir por las puertas de emergencia, pero se las encontraron cerradas o bloqueadas en lo que fue una trampa mortal. Otros intentaron usar extintores que no funcionaban. Un camarero, incluso, trató de enfrentarse a las llamas con un sifón, pero sus esfuerzos fueron en vano. La tragedia se había consumado. El humo ya había alcanzado la puerta de la discoteca, desde donde pronto fue muy difícil acceder para rescatar a los supervivientes.
Un cadáver cada dos o tres minutos
De las 82 víctimas, 36 murieron por asfixia o aplastamiento, 32 carbonizadas y otras 13 más intoxicadas. La última víctima fue la hija de un matrimonio que vivía en uno de los pisos superiores del edificio y cayó por la terraza al vacío. «Estábamos durmiendo y mi padre nos llamó a todos porque había mucho humo. Salimos a la terraza del otro edificio, donde hacía mucho aire y no podíamos ni respirar. Mi padre dijo que íbamos a pasar a la terraza del otro edificio y empezó a ayudarnos. Pasamos todos. María José, pobrecita mi hermana, fue la última y cayó», contaba a ABC la hermana de la víctima .
Fue visto y no visto. Apenas 25 minutos después de comenzar el incendio en Alcalá 20, y en medio de una gran confusión, los bomberos, ayudados por unidades de oxígeno, se adentraban metro a metro para comenzaron a extraer los primeros cadáveres que había quedado atrapados en las distintas salidas de emergencia de la sala.
Desde las 5 hasta las 6.30 de la madrugada se vivieron los momentos más dramáticos. Nadie pensaba que las víctimas fueran tantas. Cada dos o tres minutos salía un nuevo cuerpo calcinado . Tanto es así que pronto se quedaron sin camillas, camilleros ni ambulancias. Siguieron apareciendo cadáveres y se tuvieron que utilizar los coches de la Policía para trasladas a los muertos. A las 7 de la mañana, cuando ya amanecía, los bomberos introducían dos potentes focos para iluminar aquella sala devorada por las llamas y evacuar a las últimas víctimas. Poco después, la calle Alcalá aparecía repleta de gente que lloraba desconsoladamente porque no encontraba a sus hijos o a sus amigos .
«Irregularidades del local»
La discoteca Alcalá 20 se había inaugurado tres meses antes sin guardar, tal y como dijo la sentencia de la Audiencia Provincial de Madrid 11 años después, «la más elemental diligencia». Por ello, se condenó a dos años de cárcel a los cuatro propietarios del la sala , al electricista que puso la «deficiente» instalación eléctrica y al inspector del Ministerio del Interior que «no vio las muchas irregularidades del local», aunque la condena a este último fuese rebajada considerablemente por el Tribunal Supremo.
El Estado fue declarado responsable civil subsidiario por los jueces y tuvo que pagar 2.000 millones de pesetas (12 millones de euros) en indemnizaciones a las familias de las víctimas, aunque esa ayuda no llegó hasta 1997.
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