Bajarse al moro
El Gobierno marroquí retira a su embajador en Madrid sin dar la más mínima explicación y una buena parte de los líderes de la oposición a Aznar -políticos, periodistas- echan la culpa al Gobierno del PP. Desconocen las razones de tal decisión pero, en principio, de entrada, responsabilizan al Gobierno español. Ante una deducción tan disparatada cabría preguntarse si ha podido mediar algún tipo de soborno, pero hay que desechar inmediatamente tal sospecha. Serían demasiados los vendidos. No habría dinero en Marruecos para tanto. Así que hay que buscar la explicación en otro tipo de motivaciones.
La política internacional es el campo en el que el sedicente progresimo está menos dispuesto a aceptar cualquier tipo de éxitos a la «derecha». Quizá aún menos que en la cultura. Con González el país puede ser respetado desde Toronto a Chiloé, desde Amsterdam a Vladivostok, pero con Aznar... Con Aznar hay que volver al masoquismo nacional aun cuando se trate de Marruecos. Cuando la que nos representa en el exterior es la derecha resurgen los sentimientos antinacionales, España ya es otra cosa. En esta situación la oposición es capaz de actuar en contra del Gobierno aun cuando con ello vulnere los intereses del país. Y esto llega a hacerse a ojos cerrados. Por principio. Se reconoce que no hay el más mínimo indicio de la voluntad del Gobierno de Marruecos para tomar una decisión tan grave, pero eso no impide que se carguen las culpas al Ministerio de Piqué.
¿Se puede ser más cerrilmente antipatriota?
Los que hablan del «patriotismo constitucional» y los que están con los que predican el «patriotismo constitucional» han preferido dar la razón al contrario, al vecino. In dubio, están con los otros. In dubio, tiran piedras contra el propio tejado.
Los hemos oído en las emisoras, los hemos leído en sus reflexiones, los hemos visto en las pequeñas pantallas: se muestran solidarios con el joven Rey de Marruecos; justifican la coz diplomática a España. En un ejercicio de sensatez hacen repaso de los contenciosos de los dos países: la desazón que provocan las críticas de la prensa española al muy sensible régimen marroquí (no leen por lo que se ve las críticas sistemáticas de la prensa francesa); las tensiones étnicas y religiosas en Ceuta y Melilla en estos tiempos fundamentalistas; el explosivo crecimiento demográfico frente a la regulación de la inmigración; la posición española ante el posible desenlace del problema saharaui (posiblemente la clave del desplante diplomático)... Pero sea lo que fuere ¿por qué la oposición al Gobierno tendría que colocarse a favor de las posiciones marroquíes y en frente de la política exterior española? ¿Qué seducción puede ejercer un régimen tan corrupto y reaccionario como el de Marruecos sobre esta parte «progresista» de la sociedad española hasta el punto de estar a su lado incluso en cuestiones como la del Sahara?
Algunos intentan justificar su desvergüenza traidorzuela con argumentos de seguridad. Piensan que Marruecos es explosivo y por tanto es preciso ceder. Ceder con la emigración, con la pesca, con el Sahara, de tal manera que renuncien a la tentación de Ceuta y Melilla. Con un desconocimiento total de Maquiavelo pontifican con la necesidad de extremar los buenos modos. Llegan a poner por encima los intereses de los vecinos a los propios. Olvidan la dureza de la diplomacia francesa para con España lo mismo en el campo cultural (desde la Leyenda Negra) que en el del terrorismo.
Pero si en el caso del vecino francés se podría explicar la actitud entreguista de muchos de nuestros compatriotas a un increíble complejo de inferioridad, ¿cómo justificarla en el caso marroquí?
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