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Crimen sin castigo

Crimen sin castigo

«Tanto dolor se agrupa enmi costado que por dolerme duele hasta el aliento»

(Miguel Hernández)

Despojados de sus vidas, los ojos secos, las gargantas en carne viva, golpeados por una justicia que no lo es para ellos, sacudidos por el espanto y la pérdida, con el frío del desconsuelo calándoles hasta los huesos, habitan en los santuarios que han erigido para las hijas muertas: el centro y horizonte de su existencia. «A veces pienso, ya ves qué cosas -toma aliento María del Mar Bermúdez, la madre de Sandra Palo- si mi niña tendrá frío, si se estará mojando cuando veo que llueve y llueve y me acuerdo de aquel padre coraje de Jerez que iba a la tumba de su hijo a taparla con un plástico para darle calor... Luego, me asomo por la ventana y me parece que mi hija está a punto de volver, que viene corriendo por la calle...». Hoy llueve en Madrid a primera hora de esta mañana en que caminamos con los padres huérfanos de Sandra hacia el tren. Es un recorrido a trompicones porque a cada paso hay alguien que para a María del Mar para decirle que «adelante», «ánimo» o para abrazarla, para asirle con fuerza el brazo y mirarla; para sonreírle. Un tipo de unos 40 años, trajeado y con corbata, se ha echado a llorar cuando la ha visto y sólo ha podido decir «yo tengo una niña como Sandra». Y a un paso del convoy, el humorista Jorge Cadaval, que también la ha reconocido, se acerca y la estrecha contra él y le pide el teléfono. Son las estaciones perpetuas de un camino desde la cruz, que los Palo emprendieron hace 7 años cuando cuatro asesinos, tres menores de edad, violaron a su hija, la reventaron bajo las ruedas de un coche, y azuzaron su agonía entre las llamas encendidas con una botella de gasolina.

Sólo tres meses después de tan atroz bestialidad, los Palo ya habían reunido 1.200.000 firmas para endurecer la Ley del Menor, que nuestras Cortes habían aprobado en 2000 durante el Gobierno de José María Aznar. Una legislación que dos años después de que las adolescentes de San Fernando Iria Suárez y Raquel Carlés mataran a su compañera Clara García de 32 puñaladas «para ver lo que se sentía», permitía que la tal Iria, que no había dado ni el menor atisbo de arrepentimiento, saliera de permiso para disfrutarlo junto a sus padres. Fue el 6 de mayo, 19 días antes del segundo aniversario del crimen de Klara y a 11 jornadas de que se consumara el infame asesinato de Sandra.

Pero tan gran número de apoyos, que fueron entregados al PP por consejo del entonces abogado de la familia -hoy sustituido «por pérdida de confianza»-, no sirvieron para casi nada. «Para que pueda personarse la acusación particular en los juicios de menores a la que antes se impedía hasta pronunciar el «yo te acuso» y poco más». Lo dice Francisco Palo. Por eso han vuelto a empezar convocando una manifestación y volviendo a recoger más firmas. El contador, siete años después, se vuelve a poner a cero. Y arranca un día más desde la estación de Atocha el AVE de las 11. Hemos sabido que el asesino «El Rafita» ha sido detenido la víspera asaltando otro piso, durante este tramo final de su «libertad vigilada» que avanza hacia la «libertad total» el próximo 25 de junio. «Y el año que viene saldrán otros dos asesinos de mi hija», explica María del Mar, cuyo teléfono no para de sonar.

La pérfida historia del acosador

A los tonos de llamadas permanentes se suceden los pitidos de los mensajes que van entrando en el móvil. Algunos, terribles. «Te foyo kulo» acaba de llenar la pequeña pantalla. Después me muestra el que la anuncia que la quiere matar, y a renglón seguido un rosario de textos bárbaros. No se trata del SMS de ningún desconocido porque la madre de Sandra identifica el número que desde hace año y medio la amedrenta con el nombre de «elacosador», un sujeto al que calcula unos 40 años y con el que incluso ha llegado a hablar su marido tratando de buscar razón donde sólo hay pura canallada. Denunciado a la policía, María del Mar no se resigna a las embestidas y busca un nuevo por qué. «¿Por qué me pasan estas cosas? ¿Por qué a mí? Parece que el acosador además ha incluido mi número en unas páginas de sexo y esto no hay forma de pararlo; pero ¿por qué?». ¿Por qué un «cobardedemierda», como firma su correo electrónico, le cuenta ahora, siete años después del crimen, que no ha podido olvidar la cara de Sandra cuando desde dentro de un coche le pedía ayuda en la gasolinera donde sus matarifes compraron la gasolina? Pero Sandra nunca estuvo allí. ¿Qué sentido tiene infligirle tanto dolor?

Los interrogantes son un suma y sigue cuando se repasa el calvario de intervenciones televisivas, de programas que ponen caché a las víctimas y donde el espectáculo del dolor se mide en «share». ¿Padres espectáculo? «Valiente hija de satanás la tal María Antonia Iglesias. ¿Tendrá hijos? Dicen que sí, pero no me imagino a una madre diciendo tal cosa, aunque la pague el Gobierno. ¿Cómo soltar algo semejante sólo por dinero?». Entonces me cuentan que el director de los servicios informativos de una televisión privada que acababa de entrevistar al asesino «El Rafita» se fue hacia María del Mar a pedirle perdón y que Francisco le dijo que el perdón ante las cámaras por haberles ofendido de esa manera. A lo que el periodista se negó en redondo, según atestigua el matrimonio que sabe de productoras y programas de toda calaña más que el pobre Lazarov. ¿Qué quedó de aquel frutero, del conductor que también fue Palo, hoy con el pericardio recompuesto tras varios infartos? ¿Y de María del Mar, que lleva desde los 15 años con Francisco, madre de tres hijos, curtida en el trabajo primero en la frutería y luego en un hipermercado? ¿Qué queda de esa «gente normal»?

Castro, alcalde recriminado

La guerra contra su injusticia ha hecho de ellos lo que son. No se arredran ante nada ni ante nadie. Al alcalde de su pueblo, Getafe, el socialista Pedro Castro, hoy también presidente de la Federación Española de Municipios y Provincias, le recriminaron que «ni decretara dos días de luto tras el crimen, ni fuera al entierro, ni se haya dignado a darnos el pésame. Más aún, aquel mayo de 2003, mes electoral, pegó sus carteles encima de los de Sandra, que repartimos por toda la localidad. Nunca nos ayudó en nada, ningún apoyo». Y hasta hoy colea el desagravio: La última afrenta del regidor ha sido premiar a una clínica abortista por el Día de la Mujer pasando por encima de la candidatura de esta madre coraje.

Por eso las víctimas han aprendido a sacarse solas las castañas del fuego. Los Palo, como tantos otros damnificados, han ido tejiendo alrededor de los asesinos de su hija una red de información, con amigos, conocidos y voluntarios, por la que conocen «casi» todos sus movimientos. Ya se lo dijo María del Mar al «Malaguita», otro de los asesinos de su hija que es primo de «El Rafita», mientras le sujetaban dos policías a él, y otros dos a ella: «¡Hijo de puta, que sepas que tanto mi hija que está ahí arriba como yo vamos a ser vuestra peor pesadilla. No vas a vivir tranquilo ni un solo momento porque lo que habéis hecho os va a perseguir toda la vida». El reo, que llevaba tapada la frente y la boca, «no bajó los ojos ni un segundo».

Esta es su lucha. «Ya no tenemos vida -cuenta el esposo-. Desde que nos levantamos, lo único que hacemos es luchar, luchar, porque si no lo hacemos nosotros nadie lo hará, pero esta lucha no nos debería corresponder a nosotros, sino a los políticos, y la política no es nuestro objetivo, aunque a María del Mar le hayan propuesto incluso formar un partido que represente a las víctimas en el Congreso. Nosotros pedimos un referéndum para la cadena perpetua, que dejen hablar a la sociedad, y que no haya leyes como la del Menor», por la que un crimen como el de Sandra se paga con cuatro años en un internado para salir sin antecedentes. «No estamos pidiendo que niños de 11 años vayan a la cárcel, sino que chicos de 12 que han asesinado y violado cuando cumplan los 18 años no se vayan de rositas, sino que pasen a un centro de mayores donde acaben de cumplir su condena. Ni Aznar ni Zapatero ni Rajoy nos han recibido nunca, ni quiero que lo hagan. Zapatero nos dio el pésame y dijo que habláramos mejor con López Aguilar que lo nuestro «no era de su competencia». Caamaño no para de decirnos que por «un solo caso» no se cambia la ley, y Leire Pajín que no se puede legislar en caliente. ¿En caliente?». Casi tanto calor como el que alumbró la Ley de Violencia de Género de 22 de diciembre 2004, la primera remitida a las Cortes por el Gobierno de Zapatero, «una prioridad -según el presidente- para su Ejecutivo» al albur del número de víctimas -las muertes de mujeres en pareja son menos del 5% de los homicidios que se producen en España-».

¿Cómo se puede vivir así?, insisto a los Palo. «Eso me pregunto muchas veces, ¿cómo? Pues sin tener vida», contesta Francisco.

A pocos metros de la estación de Santa Justa, destino de nuestro viaje, ni el viento ni la lluvia han podido con el altar que las hermanas de Marta del Castillo apuntalan en el portal con fotos, flores, cartas... La fachada del domicilio de Eva y Antonio, los padres, es una bandera de pancartas que desde los balcones piden el referéndum con el que preguntar a los españoles si desean para asesinos y violadores la cadena perpetua revisable. Y ondea sobre la calle, sobre la Sevilla que se otea desde aquí, el «Todos somos Marta». Que no es una metáfora, ni una provocación. Es la realidad: viendo a esa Marta de melena ondulada, con el flequillo despuntado hacia un lado, las manos en el pantalón, rebosando futuro por los cuatro costados... sabes que podría ser tu hija, la mía, a la que tantas veces confundo con otras adolescentes, todas tan iguales, cuando salen en tropel del instituto. Y se lo digo a la madre de la niña muerta, consumida en la pena sobre un sillón, al olor de las velas que iluminan las fotos de su hija y que escoltan todos los rincones de la sala. «Recuerdo a Marta muy pequeña en mis brazos. Yo acababa de ser madre cuando pasó lo de las niñas de Alcasser y me preguntaba cómo podía ocurrir algo así, cuánto sufrirían esos padres... ¡Y mira lo que tenía guardado el destino para mí!». Los ojos pardos de Eva parecen de cera, como su cara, del mismo color que la materia que se va consumiendo delante de las fotografías.

«Todavía no se ha cerrado el capítulo -sigue con su relato-, no está claro, y cuatro de los implicados están tan ricamente en la calle. Y nos llegan informaciones: pues uno está aquí, otro hace aquello, para arriba, para abajo... Y mi hija sin aparecer, sin poder llevarle siquiera flores al cementerio. A nosotros, que ni siquiera habíamos pensado para nosotros si enterrarnos o si incinerarnos porque... ¡como vas a pensar eso! Y no nos han dado siquiera la oportunidad de decidirlo para ella».

Los Palo han venido hasta Sevilla para fundirse en un abrazo con los del Castillo, porque ni Eva ni Antonio podrán asistir a la manifestación organizada por la Asociación Sandra Palo en el epicentro de la capital de España, aunque allí estarán representándoles sus padres y sus hermanos. «Matar a alguien sale barato. Ahí está la niña de Camas toreando a todo el mundo y te indignas, cómo puede ser que una menor tenga a la policía bailando al son que ella toca, y ahora dice que no sabe nada y se pasea por las televisiones, y ahora la enterraron en el río y ahora detrás mi casa... ¡Y que todo eso quede impune! Eso sólo es aprendizaje para futuros delincuentes». Esos que se pasean cobrando exclusivas millonarias por los platós de televisión, como el asesino «El Rafita» o el maltratador Puerta, señala María del Mar. «Si yo no tuviera el cuerpo de mi hija, no sé si podría estar aquí», le dice luego a la madre dolorosa. «Estarías -le contesta Eva-, estarías. Porque las víctimas tenemos que estar unidas para luchar, el político juega a su favor con el divide y vencerás y tiene que ser consciente de nuestra fortaleza, de que la sociedad está con nosotros y que tienen que escucharnos. ¿Y de qué tienen miedo? ¿Por qué va a ser políticamente incorrecto pedir la cadena perpetua revisable? No lo sé, nos lo preguntamos los que nos han quitado la mitad de la vida y los que tienen hijos lo saben. Muchas veces pienso la de horas que he estado yo pendiente de Marta cuando ha estado malita, que no le faltara de nada, esas noches en vela para que no le subiera la fiebre... Y todo eso se lo han quitado en una décima de segundo y encima les ha salido tan barato... Mi hija...»

A cualquiera y a cualquier hora

«Dicen -apostilla el padre de Marta- que no se puede legislar en caliente ¿y con cuántas muertes más se tiene que construir la justicia, cuántas muertes hacen falta en un cruce para que pongan un semáforo?». «Y esto no es un caso único -corta Eva-, ni el de Marta, ni el de Sandra, ni el de la niña de San Fernando, ni la de Coín, ni el crimen de Mari Luz... cada vez son más casos, se da en cualquier sitio y eso empieza a aterrar a la gente, porque puede ocurrir cuando menos te lo esperas: el teléfono de mi hija dejó de emitir señales a las 8 de la tarde».

También los del Castillo tienen esa red de informantes anónimos, o no, que se urde alrededor de los criminales. Por ellos saben cómo le va al «Cuco», el menor acusado de encubrimiento que se haya en un piso tutelado, o que Carcaño, el asesino confeso de Marta, «está mejor en la cárcel de Morón, toda nuevecita, que en el piso de León XIII, donde sus conocidos decían que se pasaba días sin comer caliente. Pues allí come caliente todos los días. Y las noches se las pasa viendo la televisión hasta las 4 de la madrugada. ¡Qué condena es esa! Las condenas están para rehabilitar -asevera Eva- pero también paraque se pague. ¿Y esto es pagar? No pido yo una mazmorra y una bola en el tobillo, no. ¡Pero vivir como si estuviera de vacaciones, hasta con piscina! Nos ha dicho un conocido que trabaja en Prisiones que a los directores de las cárceles se los llevan a EE.UU. a hacer un curso de director de hotel».

La vejez robada al abuelo

Ha subido la temperatura en Sevilla y desde la terraza de los Castillo se ve a algunos transeúntes pasar en mangas de camisa. En torno a la mesa camilla, Eva y María del Mar se tapan con las faldillas. Antonio entorna la puerta y se enciende un cigarrillo. En una hora empieza su turno como montador aeronaútico, un trabajo que es la razón de su libertad: «A mí nadie me paga nada y hablo según mi conciencia. Yo no dependo de ningún partido como los políticos y ciertos periodistas...» Esos que se atreven a decir que los del Castillo hacen la guerra por su cuenta. «Nos han preguntado -cuenta Eva-qué ha llevado a mi padre a buscar con sus propias manos en la zanja de Camas. Él tenía la espinita clavada de que no se buscó lo suficiente dónde señaló la menor. Y eso no fue ni un pulso a la Justicia, ni a la Policía. ¿Qué nos llevó a buscar allí? -repite- Pues un abuelo desesperado, un abuelo que no se quiere morir sin encontrar a su nieta. Un hombre al que le han robado su jubilación, su vejez y al que sólo le han dejado esa lucha. Nosotros somos sus padres pero tenemos que luchar también por las dos niñas que nos quedan; pero para mi padre levantarse cada día sólo tiene sentido si es para hallar a su nieta».

Las niñas de Antonio y Eva hace rato que llegaron del colegio. Se las oye al otro lado de la puerta y, de vez en cuando, pasan en silencio por nuestro lado. «Nela», la perrita de los del Castillo, se enredada entre las piernas cuando las chicas le dan vía libre, y entonces ladra, para que la acaricies. «No sé que será de mis hijas cuando sean mayores -ha dicho Eva Casanova-, qué efectos tendrá lo que nos ha pasado...» Ahora ellas han resuelto que la cama de su hermana Marta es intocable, como su nombre, que se resisten a pronunciar. Seguramente, por el vértigo de decir en voz alta los deseos, temiendo que cuando se verbalizan se desvanezcan. Afuera el viento sigue agitando la bandera del referéndum y apenas se ven las luces de Santa Justa. Anochece en Sevilla, la última estación de este viacrucis.

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