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Concepción, ciudad sin ley

La marabunta humana tiene sangre en la familia y ambición en el bolsillo. Los muertos que el terremoto se llevó muertos están. Los vivos demuestran que siguen respirando con jadeos, sudor, risas y algunos con vergüenza. Transpiran de tanto correr por las calles con carritos llenos de comida, electrodomésticos, ropa, cacerolas y lo que pillan por el camino. Son los habitantes de Concepción, la segunda ciudad en importancia de Chile por detrás de Santiago. Aquí esta el lugar más cerca del epicentro del temblor que el sábado cambio la fisonomía por fuera y por dentro de la población.

«No robamos de malos. Lo necesitamos. Es por los chicos». Cristian, lo dice como si de verdad lo creyera. Sale de los supermercados Bigger con un cochecito repleto de cosas. Whisky importado, vino chileno y ron son las botellas mas numerosas. La escena se repite con equipos de música y hasta una nevera. Cientos de personas se han organizado en esta ciudad sin ley para arrasar con los comercios, mientras los carabineros asisten indiferentes al espectáculo. «Si vemos que llevan alimentos no intervenimos». Apenas unos metros mas alla, delante de sus narices, unos hombres cargan una pick up con batidoras, secadores, productos de limpieza y un sin fin de herramientas. El agente los mira pero no los ve.

Las calles están tomadas por los vándalos. Si te acercas demasiado la turba te amenaza con pasarte por encima. Te lo dicen con la mirada y los gestos. No hacen falta palabras. Arrasan las Farmacias Ahumada, los hoteles derrumbados, las tiendas de muebles y hasta las veterinarias. No han tenido tiempo de hacer el luto por sus muertos y ahí están dispuestos a saciar su voracidad gratis.

Irene Matiacha piensa en voz alta: «Es lo peor. ¿Qué vamos hacer cuando se acabe la comida?, ¿qué van a hacer los ninos? Yo vengo con dinero, pero ¿que hago? Tan rápido que sacaron los tanques para dar un golpe de Estado y ahora parecen dormidos». La señora Viviana Salazar acusa a los vándalos que desfilan con el botín por la puerta de su casa. «No es comida. Debería darles vergüenza. A mí me la da. Informe todo lo malo para que el Gobierno haga algo. Porque no salen juntos Bachelet y Piñera. Tenemos dos presidentes y no tenemos ninguno».

El gerente de Lidl, otra cadena de supermercados, tira la toalla y le pide a su gente que se quede en sus casas. «No podemos poner en riesgo al persona», lamenta. El peligro no sólo está en el pillaje, sino en las réplicas. Se suceden con cierta frecuencia y amenazan con derrumbar las fachadas que aún quedan en pie. No les importa, la miel de ordenadores, juguetes, sillas y otros cebos es más grande que el dolor por los difuntos.

La estatua de Bernardo O'Higgins, el libertador de Chile, ha caído tan bajo como los pillos. Parece la de Sadam Hussein en Irak. Solo quedan los pies pegados a la base. No a la tierra... No hay bombardeos aunque a la noche se oyen tiros. Solo faltarian las bombas para creer que Concepción es una guerra.

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