Una izquierda que no rectifica
UN equipo de los sindicatos laboristas británicos anda por Irak asesorando el nuevo sindicalismo. Saddam Hussein fue especialmente sanguinario con los sindicatos que no se ajustaban a los patrones del partido Baath. Quienes pretendían la existencia de un sindicalismo libre en Irak se arriesgaban a la tortura. Para los sindicalistas británicos, vivir una paradoja más incluso puede ser estimulante: ahí están, aconsejando a los sindicatos libres en un Irak libre y paulatinamente democrático -como explicaba este fin de semana el «Financial Times»- después de haber sido los máximos oponentes de la presencia británica en la intervención militar contra el régimen de Saddam Hussein. Quizás recurran al sano argumento que viene usando el profesor Giovanni Sartori: estuvo en contra de la intervención pero luego apoya lo que se haga para que Irak no se convierta de forma fatídica en un enclave del terrorismo global. Con la libertad sindical está ocurriendo en Irak exactamente lo mismo que puede aplicarse a la libertad de expresión o a la libertad religiosa. No es por otra razón que no cesan los atentados terroristas que desde la izquierda que nunca rectifica se han querido representar hasta el último momento como brotes de insurgencia popular contra el invasor americano. En el peor de los casos, no parece que la nueva democracia iraquí vaya a pedirle consejo a Izquierda Unida sobre cómo practicar el «agit-prop» el día de reflexión en una campaña electoral ni al PSOE de Rodríguez Zapatero sobre la legalización del matrimonio homosexual en Irak.
En general, la sociedad española en cada fase vital, al menos desde la transición democrática, ha practicado el «aggiornamento» correspondiente bastante antes que la izquierda: cuando la izquierda ha pretendido ir por delante de la sociedad, las cosas casi nunca han salido bien. El felipismo lo intuyó relativamente pronto, aunque quizás no con tanta antelación como ahora se pretende. De continuar en las tesis -clases, autogestión, marxismo, república- del Congreso de 1976, el socialismo español seguiría lastrado, como se demostró en las elecciones generales de 1979. En el XXVIII Congreso, en mayo de 1979, la ratificación de las viejas tesis llevó a Felipe González a retirarse de escena hasta que el congreso extraordinario de septiembre lanzó por la borda el marxismo. El PSOE cogía el paso de la socialdemocracia europea, como habían hecho los socialistas alemanes en 1959. Hoy, el socialdemócrata Gerhard Schröder, después de haber ganado las elecciones oponiéndose a la guerra de Irak, está incrementando la ayuda para la formación del nuevo Ejército iraquí.
Rectificar estrategias y contenidos fue uno de los factores que llevó el PSOE a la victoria de 1982. Apartarse del radicalismo de tono le aportó un 33 por ciento de votantes que se tenían por católicos practicantes. Ya sólo un 13 por ciento de su electorado mantenía fidelidad al atavismo marxista. Con la descomposición de la UCD y el golpe de Tejero, el PSOE pasó de 5,5 millones de votos a 10,1. Quedaba por resolver la papeleta de la OTAN. Con el PSOE de Rodríguez Zapatero la coyuntura es muy distinta: por una parte existe una voluminosa ambivalencia respecto al modelo territorial, como se colige de los pactos con ERC, por el margen de maniobra errática que se le concede a Pasqual Maragall y por la posición del gobierno respecto a la legalidad del Partido Comunista de las Tierras Vascas. De otra parte, el Gobierno de Rodríguez Zapatero encabeza un acometimiento laicista que le puede causar algún disgusto serio. Tanto ese nuevo modelo territorial que se insinúa como el sentido del laicismo desbordado corresponden, en realidad, a un modelo todavía más arcaico de la izquierda, incluso muy anterior a todo aquello que se llevó el viento en el congreso extraordinario de 1979.
vpuig@abc.es
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