«Anita no pierde el tren», amor a pie de obra
Director: Ventura Pons.
Intérpretes: Rosa María Sardá, José Coronado, María Barranco. España, 2001. Duración: 100 minutos.
Dentro del panorama español, el cine de Ventura Pons se distingue al menos por dos cosas. Desde hace unos años parte sistemáticamente (por eso he hablado, sólo medio en broma, de un «plan Pons», a su manera tan férreo como el que acometiera hace décadas Gonzalo Suárez) de obras de escritores catalanes actuales, que lleva a la pantalla con una frescura formal que desmiente la merecida mala fama del género de la adaptación literaria. En segundo lugar, arma sus repartos con excelentes actores salidos de la escena catalana que suponen un soplo de frescura, también, en nuestro limitado star-system: en estas últimas películas de Pons hemos podido ver a Anna Lizarán, Sergi López o Mercé Pons y redescubrir a los insignes Josep M. Pou y Rosa M. Sardá. «Anita no pierde el tren», basada en una obra de Lluís-Antón Baulenas, que ha colaborado en el guión con el propio Pons, es quizá la película más sencilla, lineal y simpática del cineasta. A ello ayuda la excelente creación que hace Sardá de la Anita titular, una mujer cincuentona que recibe el regalo de una relación amorosa nada platónica con un obrero de la construcción (José Coronado, otra revelación en manos de Pons) que se convierte en su particular excavator man y le remueve las entrañas y otros sentimientos que creía olvidados.
Sardá muestra su dominio de la pantalla en su retrato de la entrañable pero no sentimental Anita: no hay más que verla intercambiando confidencias con su vecina María Barranco (deliciosa) o haciendo fugaces apartes a cámara que se ganan rápidamente nuestra complicidad. Pons la había utilizado magistralmente en «Actrices» o «Amigo/ amado» y se merecía tenerla toda para él en éste su primer gran papel protagonista. Como Anita es taquillera, la película se permite a través suyo un leve apunte risueño de la evolución del cine en el que trabaja (y de la exhibición en general), que pasa de local porno a sala de arte y ensayo y luego a multisala. Pero Pons no quiere hablar de cine sino de sus personajes. Ha hecho una película «positiva», como a él mismo le gusta decir, que puede reportarle ese éxito comercial que le viene esquivando hace demasiado tiempo.
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