«Mao Zedong provocó la muerte de setenta millones de chinos en tiempos de paz»
Mucho se sabía de la tiranía de Stalin en la URSS y mucho menos de la que instauró Mao Zedong en China. Una gran biografía muestra los sangrientos entresijos

MADRID. La profesora Jung Chang, que fuera guardia roja en la Revolución Cultural e hija de uno de los funcionarios asistentes a la célebre Conferencia de los 7000; y su marido, el profesor Jon Halliday del King´s College, presentaron ayer en Madrid esta monumental biografía de Mao Zedong que edita Taurus. ¿Cómo era la personalidad del tirano, los rasgos de personalidad que le definieron como político y estadista? Para Chang, hay que remontarse a un texto escrito cuando apenas tenía 24 años en el que Mao dice: «Rechazo toda moralidad, rechazo la conciencia, rechazo cualquier responsabilidad hacia los demás... Soy absolutamente egoísta y no me importan los sentimientos de la gente».
«Fue un gobernante de gran crueldad -explicaChang-. También era un hombre de una fuerza de voluntad enorme. Al mismo tiempo mostraba, cuando era joven, un gran sentido del humor, igual que Stalin. Como él, Mao tenía las cualidades necesarias para gobernar en un régimen comunista, cerrado y secretista. Era muy buen psicólogo para advertir los defectos y las virtudes de las personas, sobre todo sus flaquezas, y siempre estaba dispuesto a someter a cualquiera a la presión necesaria para lograr sus objetivos, incluso amenazando con cometer atrocidades con la familia».
Sin embargo, no le fue fácil conquista el poder absoluto. «Antes de 1927, Mao era un político más bien moderado -afirma Chang-. Hizo una gira por los pueblos de su provincia natal y vio cómo los capesinos ejercían la violencia unos contra otros, cómo apaleaban a los que tenían algo más, pues hablamos de campesinos pobres y entonces se seguía el modelo de terror leninista. Mao se dio cuenta de que le gustaba esa violencia rural y la vivió como en éxtasis. Esa gira cambió su vida por completo. A partir de ese momento, se convertiría en su mayor promotor y se «enganchó» a ella no por razones ideológicas, sino porque disfrutaba con la violencia».
Jon Halliday, por su parte, señala que «fue en 1927 fue cuando emerge el Mao que conocemos. Por entonces, él ya formaba parte de la cúpula del partido. Pero sus compañeros encontraban que era muy difícil trabajar con él, así que en 1932 le habían desplazado de los puestos de responsabilidad. Pero los rusos intervinieron, imponiéndole. Antes de la Larga Marcha, sus camaradas le suplicaron otra vez a los soviéticos que se lo quitaran de encima. Pero ya durante la Larga Marcha, Mao se convirtió en el hombre que movía los hilos. Cuando ésta conluye, había logrado monopolizar todo el diálogo con la URSS. Ese éxito fue esencial, definitivo. A partir de 1938, resulta imposible apartarle del poder».
El poder omnímodo de Mao se construyó, también, gracias al apoyo de algunos jerarcas. Chang repasa tres grandes figuras: «Liu Shaoqi fue el segundo de Mao hasta la Revolución Cultural en 1966; de él dependía para dirigir el país. Pero Shaoqi hizo algo que Mao nunca le perdonó, al organizarle una emboscada en la Conferencia de los 7000 (1962). Mi padre fue uno de esos 7000 funcionarios que lograron poner fin a las políticas económicas de Mao y que habían provocado una hambruna con 38 millones de muertos. Mao estaba furioso y le buscó la muerte más terrible que se puede imaginar. Existen las fotografías de su agonía porque Mao disfrutaba viéndolas».
«La relación con su fiel Chou En-lai estaba basada en el chantaje. En 1932 trascendió una «renuncia» suya al PCCh, que se publicó con seudónimo en algún periódico de Shanghai y esto afectó mucho su reputación. En realidad, En-lai había reemplazado a Mao en la llamada «zona roja» del régimen y Mao no quería aceptarlo. Él siempre negó haberla escrito, así que es muy posible que Mao la falsificara. Entonces, En-lai empezó a tener miedo de Mao, que le chantajeó muchas veces. En general, Mao se aprovechó de sus habilidades políticas y diplomáticas. Cuando en 1972 le descubren a En-Lai un cáncer de vejiga, Mao prohíbe que le den tratamiento, porque quería que se muriera antes que él».
Por último, Lin Biao era el líder de la cúpula del partido y muy independiente, «algo que Mao le consentía -prosigue Chang-, pues no le exigía como a los demás que se «autocriticara» continuamente. En fin, Lin Piao es el que le salva en la Conferencia de los 7000 y con su apoyo Mao pone en marcha la Revolución Cultural, que en realidad era una venganza por lo que había pasado allí. No obstante, al final cayó en desgracia, la relación se rompió, trató de escapar y murió en accidente aéreo».
¿Cómo una purga que ocasionó tanto dolor y millones de muertos pudo fascinar en su día a los intelectuales occidentales? Halliday considera que hubo dos grupos de intelectuales que apoyaron el maoísmo en Occidente. Un grupo pequeño que sabía lo que Mao estaba haciendo. Por ejemplo, Jean Luc Godard y Jean Paul Sartre, que aprobaban la violencia. La mayor parte de los occidentales creía que Mao se estaba volviendo contra el PCCh con un movimiento libertario y antiburocrático. También hubo gente que pensó que era una política de masas en la que el propio pueblo decidía qué iba a ser él. Hoy pienso que los intelectuales occidentales tenían a su alcance el haber sabido los horrores que se estaban produciendo y que no quisieron verlo».
Chang y Halliday creen que bajo la tiranía de Mao «murieron 70 millones de personas en tiempos de paz», y que el Partido Comunista de China ha sobrevivido porque «es totalitario y no tiene en cuenta ni los sentimientos, ni los deseos, ni los sufrimientos de la población. Cuando un régimen quiere mantenerse en el poder a ultranza, eso siempre es posible, como en Corea del Norte. El régimen posmaoísta gracias a Dios decidió no continuar el estilo de gobierno maoísta, de forma que ha sorteado sus errores. Ahora bien, no hay que olvidar que administra la herencia de Mao», concluyen.
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