Atención al cliente

Que «Madrid tenía razón» (?), dice, hablando del puterío, la concejala Botella, que la toma con el «cliente». Según Botella, ser prostituta atenta contra la dignidad de la persona, que es lo mismo que dice Gallardón del hombre-sandwich. Pero hay que decir que, en contra de lo que pueda dar a entender la propaganda democrática, Madrid no es el aeropuerto de Milán, donde Rosa Regàs, que hacía escala, estaba esperando un avión y se le acercó un chico. «¿Cuántas horas tienes hasta que salga tu avión?» «Cuatro». «Yo también, ¿por qué no nos vamos a f...?» Si Madrid fuera así, no tendría mancebías. Mas, no sé por qué, si a los españoles les preguntan por el sexo, siempre salen con la cosa de la represión franquista (principio de realidad) frente a la promiscuidad democrática (principio de placer), por decirlo a lo doctor Freud de Viena, que es una cosa que ya sabían los japoneses cuando los visitó el gran dandy Enrique Gómez Carrillo: «Usted no comprende nuestro modo de ver a las mujeres -le dijeron-. Las que viven en nuestra casa, no tienen más misión que la de perpetuar nuestra raza. Pero el placer, la alegría, la voluptuosidad, no anidan jamás bajo el techo conyugal. Son cosas que deben buscarse fuera, y nosotros buscamos en los barrios que se llaman ciudades sin noche». ¿Qué ciudades sin noche ofrece Madrid a sus vecinos y visitas? Infinitas. La democracia hace con el sexo igual que con la educación: cree que con darte un condón y enseñarte a leer y a escribir ya ha cumplido. Por el Arcipreste sabemos que por dos cosas trabaja el hombre: por haber mantenencia y por juntamiento con hembra placentera. El Estado de bienestar cumple cogiendo a un obrero y dándole una escudilla de sopa. Pero coger a un obrero lleno de amor, darle un condón y soltarlo en la Gran Vía es otra cosa; es convertirlo en uno de esos «clientes» a los que la concejala Botella aguarda a la vuelta de la esquina con el rodillo municipal en lo alto. Y tampoco es plan.
AL DÍA
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