Adiós, Mr. Straw
No quisiera ser pájaro de mal agüero, pero tengo para mí que esas conversaciones y tejemanejes que sobre Gibraltar se traen entre manos el señor Piqué y míster Straw terminarán como siempre. Es decir, terminarán con algunas ventajas para la situación de los llanitos que serán concedidas por España (asistencia sanitaria, líneas telefónicas y otros beneficios) y en lo que respecta al traspaso de la soberanía, ni un paso adelante. De esos cántaros, ni una gota. Antes y después de Fernando María Castiella, el autor del «Libro Rojo de Gibraltar», España siempre ha terminado sus negociaciones con el Reino Unido renunciando a la verja, a los obstáculos para el aeropuerto, las restricciones y otros incordios y sin obtener otra cosa que mentirosas promesas sobre la soberanía del Peñón.
La hipocresía y el engaño han sido las constantes inglesas en el asunto de Gibraltar. Inglaterra siempre ha dosificado las buenas palabras mientras consolidaba los hechos. Y mucho me temo que esas constantes de la hipocresía y el engaño que nos llegan desde el momento mismo de la conquista de la Roca, prosigan ahora como propósito firme del Gobierno inglés. Cambian los ministros, pero permanecen los criterios cerrados. Ha llegado el momento en que el enorme imperio inglés se ve reducido casi exclusivamente a ese pequeño pedazo de roca que le quitaron a España con trampa y a traición. Ni siquiera tiene ya el valor estratégico que podía servir de pretexto a Inglaterra para mantener allí bandera, pero allí sigue. Y aunque quisiera equivocarme, allí seguirá.
Y apuesto a que allí seguirá sin que España haga todo cuanto puede hacer, que es mucho, para hacer oneroso, incómodo y difícil el mantenimiento de esa posesión, detentada por Inglaterra con abuso y desvergüenza. Es igual que en el famoso número 10 de Downing Street viva un premier conservador o viva uno laborista. Respecto de Gibraltar, los dos, sean quienes fueren, se comportarán de la misma manera. Ante cualquier conflicto con España, la política inglesa siempre es la misma. Consiste en dar largas, prometer lo que no querrán cumplir, lo que saben que no van a cumplir, y recurrir a los hechos consumados: apropiación de terreno y otros expolios e incumplimientos de los acuerdos, aprovechando cualquier debilidad en la política o en la fortaleza de España.
José María Aznar mantiene relaciones amistosas con Tony Blair, y eso seguramente es bueno para nuestra situación en Europa. Nadie puede negar que el Reino Unido, a pesar de sus reticencias frente al Continente, es un peso pesado en la construcción final de Europa. Amigos, muy amigos, pero de Gibraltar, nada de nada, ni una piedra, ni un mono. España, por boca de Piqué, ha dejado claro, menos mal, que «no aceptará en ningún caso un referéndum de autodeterminación» celebrado en Gibraltar. Y a renglón seguido, Inglaterra, por boca de Straw, ha dejado igualmente claro que «cualquier cambio de soberanía tendrá que ser aprobado después en un referéndum por el pueblo gibraltareño». Pues si todo va a depender del referéndum que Inglaterra celebre en Gibraltar, adiós, míster Straw. No hace falta ser adivino, no ya profeta mayor, Ezequiel o así, sino Rappel o por ese barrio, para saber que lo que diga Bruselas acerca del contencioso España-Reino Unido a propósito de Gibraltar, se lo pasarán los Gobiernos ingleses por el arco de triunfo. Por las buenas, lo único que se les puede sacar a los ingleses es una taza de té, y eso sin pastas. Hace muchos años que hemos podido crear alrededor de la Roca un cinturón industrial. Nuestra desidia ha dejado que aquello se convierta en un lugar de contrabando, paraíso fiscal para sociedades españolas y talleres y fábricas para españoles en paro.
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