Dos monstruos muy monstruos

Hace falta ser muy sádico o muy ci- néfilo para meter en la misma jaula de grillos a dos mastuerzos como Alien y Predator y conminar al público a encerrarse con ellos como si fuera una reunión de viejos alumnos. A falta de datos sobre lo primero, Anderson ha demostrado más de una vez sus buenas vibraciones hacia el fantaterror, lo que le convertía en candidato con posibles para tamaña empresa. Desde luego, el duelo es desigual, ya que Alien, por veteranía, dentadura y nómina (tener a Ridley Scott, Cameron, David Fincher y Jeunet en danza no lo supera ni los Balones de Oro del Madrid) posee varios asaltos de ventaja. Pero Anderson, a falta de humor (no siempre el tono paródico es imprescindible en estos casos cocteleros, aunque a «Freddy contra Jason» no le quedaba más «tu tía»), opta por tirar de filmoteca y anclar la tradición ochentera de «giallo» espacial en el buque de enigmas de otros mundos cincuenteros (¿quién fue primero, Carpenter o Hawks?).
Eso, sin perder el pulso de terror piramidal que clava ciertos videojuegos de última generación (recordemos, que no suele hacerse, que el auténtico germen de este filme proviene de territorio PC) y sin olvidar la coherencia interna de ambas sagas, entre las que coloca muy hábilmente esta pieza-comodín para asegurar secuelas, precuelas o nuevos invitados futuros (¿qué tal el Niño Estrella de «2001»?). Si a esto le añadimos la presencia fiera y a la vez conciliadora de Sanaa Lathan (marchando una de «black power» intergaláctico; que tome nota «Star Trek») y el magisterio «mad doctor» de Lance Henriksen, la misión está sobradamente cumplida: no dar tregua en la butaca y acercar a las nuevas generaciones estos dos iconos de las malas pulgas extraterrestres. Luego, ya tendrán tiempo de revisar a los clásicos. Esperemos.
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