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La soledad de la vida en las alturas

Una tremenda mole inacabable pasa por la puerta del Vallehermoso, agachándose, inclinándose pero mucho, mucho. Es Neil Fingleton, la torre más alta que España vio, 232 centímetros de pívot para el

Neil Fingleton no tiene problema alguno para alcanzar el aro

Una tremenda mole inacabable pasa por la puerta del Vallehermoso, agachándose, inclinándose pero mucho, mucho. Es Neil Fingleton, la torre más alta que España vio, 232 centímetros de pívot para el Club Baloncesto Illescas Superficies y Viales, equipo de la EBA, una especie de Segunda B, un hoyo del que, como en el fútbol, es difícil salir.

Fingleton es un inglés que entre los diez y los trece años se fue hasta los 2,32. Y ahí se paró. Desde esa edad, viaja, duerme, anda, come y se mueve por el mundo con todo lo bueno y lo malo que tiene ser una mole así (140 kilos). A diferencia de jugadores de este tamaño, Neil no tiene nada. Nada malo, se entiende. Sus padres le llevaron al médico, pero agua: el chico era así, alto, sin más. Incluso su infancia fue normal: «No, nunca se metieron conmigo, ¿que si fue por mi tamaño? Claro, les hubiera metido con este pedazo de puño (risas). No, no, es una broma. Siempre me llevé bien con todos. Tenía muchos amigos y la gente fue muy afable conmigo».

Una tumba. Eso fue lo que le fabricaron los amigos del colegio con tanta afabilidad. Nacido de una modesta familia de Durham, el chico tuvo buenos números en las dos primeras temporadas en la High School, hasta que intentó dar un paso más. Se fue a Estados Unidos a ganarse la vida para luego dar el salto a la NBA. Ahí le pillaron los negros salidos de los peores barrios, con hambre de gloria (y de comida), dispuestos a machacar física y mentalmente a quien se pusiera por delante: «Fue terrible. Me pegaron mucho, pero mucho. Allí todo va más rápido, el baloncesto, la vida, todo. Aquello fue muy físico. Lo pasé mal».

Una vida compleja

Y por aquí anda, buscándose la vida porque las fieras del Bronx le echaron a puro mordisco. Él, que es una persona tranquila, amistosa y sin heridas en el alma, no pudo con aquello. Ni con aquello ni casi con esto: «Aquí todo va más lento, más tranquilo y apacible, pero también aquí me pegan o, al menos, lo intentan». Paco Velasco, ex jugador del Madrid, lo descubrió y se lo comentó a Javier Juárez, el segundo entrenador del Illescas por detrás de Wayne Brabender. Aunque no tenga carácter para enfrentarse a la jauría americana, sus 2,32 sí le dan para moverse en Europa, aunque sea, aún, en categorías inferiores.

El chico (25 años) no vive en Illescas, sino en Yeles, un pueblecito muy pequeño al lado de Illescas desde el que se desplaza en autobús al polideportivo (tiene carné de conducir, pero el club aún no le ha puesto coche). Se entrena por la mañana para conseguir técnica individual y por la tarde, con el equipo: «Yeles es muy pequeño y mi vida un poco aburrida. Illescas es diferente, tiene más vida. Hay que tener en cuenta que vengo de las ciudades americanas y aquí la vida se me hace muy pesada».

El club intenta arreglarle las cosas del día a día. Le ha hecho una cama especial de 2,45 y le está buscando un piso en el mismo Illescas ahora que han decidido quedarse con él (vino a prueba, pero está jugando bien y le van a hacer un contrato fijo con una cláusula de rescisión de 300.000 euros). Aunque Neil se compra la ropa por Internet, el presidente, José María Cabrera, procura facilitarle la vida: «Hablamos con Romay y nos dijo que en Antonio López hay una ropa especial para gente alta donde te hacen todo a medida. Con lo que él tiene más problemas es con los pantalones, porque aunque usa una 46 de cintura tiene 162 centímetros de pierna y eso hay que hacerlo a medida. Con los zapatos no tiene muchos problemas porque usa un 52».

Aislado por el idioma

Sin embargo, donde más problemas tiene Neil es en la corta distancia, en la soledad. Como dice él mismo: «Es complicado estar aquí, al menos en estos momentos. Mi mayor problema no son los viajes ni la ropa ni la comida, es el lenguaje. No me entienden y debo aprender cuanto antes el castellano». Cabrera, que también vive en Yeles, le acoge en su casa y muchos días come allí: «Tiene buen «saque». Dos platos de pasta caen fijo. Le gusta la comida de aquí, pero está muy americanizado. Ketchup y mostaza para todo y mucho queso. Es como un niño grande, pero se maneja bien para su estatura. Por ejemplo, cuando le meto en mi coche, que es un Volvo 860, hace una maniobra con una habilidad tremenda, echa el asiento para atrás, con un ángulo específico, y ya está dentro. Lo hace con una rapidez que me asombra».

Neil dice que a pesar de su estatura es una persona normal, pero tiene cierta tristeza en la mirada. Sabe que la gente se para al verle y le hacen fotos, como si fuera un «alien». No dice nada y sonríe a todo, pero en realidad le molesta que le traten de esa manera. Lo que pasa es que es educado y calla. Y luego sale a tomar unas cervezas, muchas veces con Juárez o con Cabrera, y las chicas, sí, hablan con él, pero a la hora de intimar es otra cosa: «Tenía una novia en Estados Unidos. Le dije que me iba a Europa a buscarme la vida, que si quería venirse conmigo. Me dijo que no. Ahora estoy solo...».

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