Triste condición

En España se echa de menos a un Jardiel Poncela para poner distancia e ironía a todo lo que pasa. Por ejemplo, para juzgar lo que ocurrió este domingo en el País Vasco, Jardiel perpetraría un aforismo que, afortunadamente, dejó hecho: «Historia es, desde luego, exactamente lo que se escribió, pero ignoramos si es exactamente lo que sucedió». Exceptuando a los sociólogos electorales, escondidos como topos esta vez, todos nos hemos lanzado al vértigo del análisis para comprender y explicar por qué lo que pasó nada tiene que ver con lo que pensábamos. Y para justificarse, algunos, por haberlo pensado. Lo más divertido es lo que articulan sesudas reflexiones sobre los errores de la campaña (la del PP y la del PSOE) que sólo hace unos días les parecía, sic, la «única posible». El director de ABC opina que es el cuento de las ratas que huyen precipitadamente del barco. Y puede que sea así, pero hay una consideración más: que aquí, la solidaridad no es nuestro fuerte. Está tan gastada la palabra que causa pudor tener que usarla. Y sobre todo en estos momentos en que hasta saludar al apabullado parece, incluso, que trae mala suerte. Lo que se lleva es denunciar los muchos fallos que antes habíamos tildado de aciertos, porque en una sociedad de memoria frágil y selectiva, siempre cabe la esperanza de que no se tengan en cuenta nuestros pasados ditirambos. Las medias frases más repugnantes de hoy son éstas: «Ya lo decía yo» y «bueno, esto se veía venir». Algún bizco (el alias es de José Luis Gutiérrez) habla además de que la «demonización ha pasado factura». Los propietarios de estas abyecciones oportunistas están reescribiendo su propia historia para situarse en el salto siguiente. Se trata de acordar que «t´o er mundo e güeno» y que «a mí, en el peor de los casos, se me entendió mal». Mientras, los que se disculpan y ocupan plaza de percebes o de infames, se olvidan, eso sí con gesto plañidero, de los que se han quedado «allí», desde Irún hasta Nanclares de la Oca. La triste condición. Tan humana.