Sainz aguanta en los coches de choque
Su carácter se asemeja al de Eddy Merckx. Siempre lo quiere ganar todo. Las etapas y el rally entero. Su ambición recuerda a Bernard Hinault. No se resigna a ser segundo, corre riesgos por vencer. Carlos Sainz (Madrid, 12-4-62) se encuentra a 206.000 metros de conseguir un nuevo hito para el deporte español. El madrileño fue pionero en triunfar en el Mundial de Rallys, en 1990. Hoy, veinte años más tarde, con 47 entre volante y espalda, espera estrenar palmarés en la única página de oro del motor que no presenta un éxito de nuestro país: el Dakar de coches. Falta un día. Y su enemigo, Nasser Al Attiyah, le puso ayer al límite. Jugó sucio con tal de adjudicarse la corona.
El príncipe qatarí le robó dos minutos y medio tras sortear las dunas grises del Nihuil y remató su ataque con una versión competitiva de los coches de choque. Intentó echar al madrileño de la carrera. Primero golpeó el Touareg de Carlos en su obsesión por superarle. Después se puso a realizar «eses» delante de él. Una actitud provocativa, antideportiva, que Volkswagen no sabe cómo negociar ante la jornada de hoy, que nace con dos minutos y cuarenta y ocho minutos de ventaja para el español.
El director de la escudería, Kris Nissen, no desea imponer órdenes de equipo ante el día D. Sabe que Al Attiyah no las admitiría. El millonario príncipe ha comprado su plaza en Volkswagen. Está por encima del bien y del mal.
Nissen asume con los dientes apretados que ambos ases pudieron quedar fuera de combate. Todo, por un egoísmo impresentable. No se atreve, sin embargo, a dar un sermón a Nasser.
VW no sabe cómo evitarlo
El mejor piloto del mundo sobre las dunas —ha nacido en ellas— ya fue descalificado en 2009 por tramposo. Entonces, la temperatura de su coche ardía y decidió regatear una dura etapa. «Acortó» la ruta. Eludió los controles de paso y se presentó en meta para ver si colaba. Un ejemplo, el señorito.
El temor del director de VW es que la batalla campal se repita en la jornada decisiva. Serán 206 kilómetros, entre Santa Rosa y Buenos Aires, a lomos de pistas duras, rápidas, que hace un año destrozaron varios coches.Nasser intentará poner a Sainz a los pies de sus caballos.
Todo un sufrimiento para Juanjo Lacalle, mentor de Carlos, copiloto, compañero de treinta años de vivencias. Soporta desde hace días unos maratones de infarto. Porque un raid no está conseguido hasta que el coche recibe el banderazo sobre la luna de cristal. Recordar el RACC inglés de 1998 es un castigo sobrenatural, a medio kilómetro de la corona universal. Es mejor ser copiloto y soltar la adrenalina en competición. Verlo desde la barrera es una tortura. Leer los «scratch» del Dakar, los cronos en los pasos de control, es letal. Hoy, Lacalle vivirá la última flagelación. Sólo espera que Carlos y el Touareg no fallen. Prima vigilar al adversario y cuidar el coche. Y los choques. El príncipe piensa convertir este 16 de enero en una fecha histórica para el deporte arábigo.
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