Duhalde se desdice

El presidente de Argentina, Eduardo Duhalde, ha pedido auxilio a la sociedad organizada de su país. Tal vez comprendiendo lo que Rodrigo Rato decía hace unos días: que, para obtener ayudas internacionales, que buena falta le hacen, el plan económico y social que presentara debía ser creíble. Y Duhalde tiene serios problemas de credibilidad por ser quien es, un hombre con reconocidos vínculos en el mundo del tráfico de drogas y de armas, el ex vicepresidente de ese mismo Carlos Menem del que ahora abomina, y el ex gobernador de la provincia de Buenos Aires, donde, desde su época, la Policía es una de las más corruptas del planeta. Ha conseguido que la Iglesia Católica, unos cuantos dirigentes políticos, la parte más representativa del Ejército y parte de los sindicatos le respalden, a pesar de todo, probablemente porque nadie más está dispuesto a hacerse cargo del regalo envenenado de una presidencia heroica. Pero sabe que eso no le basta y ahora, después de unas cuantas pataletas demagógicas en procura de un chivo expiatorio para la crisis, está intentando una reconciliación con las mismas empresas españolas que eran su bicha hace una semana, y con el presidente Aznar, con quien dice haber hablado en términos cordiales en un par de ocasiones en estos días. Dice ahora Duhalde no haber recibido presiones españolas en relación con su proyecto devaluador. Y mal podría enfrentarse con nadie cuando Repsol le ha ofrecido ayuda concreta, alternativa a su propósito de expropiar por vía fiscal, y cuando José María Aznar hace lo que le corresponde hacer desde su puesto. De paso, Duhalde ha elegido olvidar las presiones que sí recibió, desde antes de jurar su cargo, por parte de ex gobernantes españoles que no debían participar en este juego.