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Patricia Rato, la «chica bien» que lo dejó todo por un torero

Seguramente no fue la boda con la que soñaba de niña, pero sí la que tuvo obligada por las circunstancias

Patricia Rato, la «chica bien» que lo dejó todo por un torero

Seguramente no fue la boda con la que soñaba de niña Patricia Rato, pero sí la que tuvo obligada por las circunstancias. Ocurrió hace casi 19, la noche del 7 al 8 de junio. Sin que nadie lo supiera y evitando filtraciones a los medios, el torero Juan Antonio Ruiz Espartaco y la joven Patricia, hija de Ramón Rato y Felicidad Salazar Simpson, se juraban amor eterno en una ceremonia que sólo contó con la asistencia de los padres y hermanos del novio y sus parejas así como del apoderado del diestro, Rafael Moreno. Vestida de blanco, con toda la ilusión del mundo, pero con el desconsuelo de no tener a los suyos al lado, Patricia daba un giro radical a su existencia. En ocho meses nacería su primera hija y ya nada podía cambiar su destino.

Educada en los mejores colegios, Patricia rompía con su estilo de vida para acoplarse al de esposa de torero y madre de sus hijos. Salía de una casa señorial de Madrid para instalarse en el campo y vivir junto a sus suegros, que la han querido como una hija, y con los que pasó tardes de nervios mientras Espartaco saltaba a los ruedos.

El tiempo y la llegada de los nietos suavizó las cosas con su familia. Espartaco y su suegra unían sus fuerzas para organizar festivales benéficos a favor de la fundación Padre Arrupe, que preside la madre de Patricia, y las tensiones dieron paso a un trato cordial, al menos de cara a la galería. Espartaco y Patricia formaban una familia que se suponía que feliz, aunque cercanos sabían que los problemas se vivían de puertas adentro y varias veces surgirían rumores sobre desavenencias o infidelidades. Años atrás tuvieron que enviar un comunicado desmintiendo su ruptura y también hubo malestar por las informaciones que apuntaban a una grave enfermedad de Patricia, a quien incluso «mataron» en un programa de radio. Aquello la dejó marcada y optó por el silencio mediático.

Aunque se presumía que era un matrimonio feliz, en círculos cercanos siempre se han sabido los problemas que han atravesado. La extrema delgadez de Patricia ha preocupado a sus familiares, que conocían la difícil situación que soportaba. A fin de cuentas, si para Patricia no fue fácil dejar la gran ciudad para mudarse al campo y empezar una vida con otras personas muy alejadas de su educación y cultura, para el torero tampoco ha sido un camino de rosas. Retirado de los ruedos por una lesión mientras jugaba al fútbol, Espartaco lo ha pasado muy mal. La amargura por no seguir con su gran pasión taurina le afectó en su vida diaria e hizo mella en su carácter. Su disciplina le permitiría remontar y aparecer en festivales y corridas... y volver a ser el que era.

Amor a los hijos

A Patricia y Espartaco les une su amor hacia sus hijos, pero les distancian muchas más cosas. El diestro es un hombre sencillo, que ha sabido refinarse gracias a su mujer, pero que no siempre ha encontrado la felicidad en el hogar. Cuando se casó con Patricia llevaba cerca de ocho años conviviendo con una hija de Valderrama, una mujer que tardó mucho en recuperarse de esa ruptura. No se le volvió a ver con nadie, pero no faltaron rumores. Conocedor de la extrema fragilidad de su esposa, Espartaco ha sido discreto y ha cuidado a Patricia como ha podido. Pero la vida trae situaciones y personas que cambian los destinos. Desde el pasado noviembre se habla de una nueva mujer en la vida del diestro, una onubense a la que conoce desde hace años ya trabaja en la Junta de Andalucía como directora de Juegos y Festejos. El torero se mudó a su finca de Espartinas, junto a sus padres, pero por Sevilla se comenta que su amistad con Macarena Bazán ha sido definitiva.

Después de meses críticos, ya no puede negarse que el divorcio está más cerca. Hace casi 19 años Patricia abandonó Madrid, enamorada, en pos del hombre con el que quería compartir el resto de su vida. Hoy regresa destrozada por un fracaso que aún no ha terminado de encajar, pero con la fuerza suficiente para saber que en la vida todo tiene un tiempo y que el suyo ya se ha agotado. Su locura de amor valió la pena, sus tres hijos compensan de todo, pero el final de la historia no era el que había soñado. Hoy es una mujer herida donde más duele, pero menos frágil que hace dos meses. Con la ayuda de un sacerdote y un médico ha podido recomponerse y tomar decisiones. Mientras se preparan los papeles del divorcio organiza la comunión de su hijo pequeño, Juan, Patricia sabe que queda mucho por luchar. Ha hecho todo lo posible para salvar su familia, pero también para entender que hay momentos en los que es mejor una retirada a tiempo. Por eso vuelve a casa.

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