El «Aserejé»
Estas chicas, Las Ketchup, han inventado una jitanjáfora para canción del verano. Como de este verano nada se entiende, ni del tiempo, ni de la política, ni de la guerra, es lógico que tampoco se entienda la canción del verano. «Aserejé ja deje tejebe tude jebere», etcétera. Seguramente ellas no lo saben, pero han escrito una jitanjáfora.
Naturalmente, la palabra jitanjáfora la inventó un poeta, cubano además, de por allí de Guillén y de Martí, llamado Mariano Brull, y venía metida dentro de una jitanjáfora, esta: «Filiflama alabe cundre / ala olalúnea alífera / alveolea jitanjáfora / liris salumba salífera». De este juego de palabras sin más sentido que el eufónico y que no va dirigido a la razón sino a la imaginación, tomó el gran Alfonso Reyes la palabra jitanjáfora para denominar en general tales bromas del lenguaje. Jitanjáfora: creación caprichosa de sonidos que podrían ser palabras.
Otro poeta, Gerardo Diego creó la jinojepa, que era un epigrama, generalmente de denuesto a un compañero de versos. Es curioso el origen de la palabra jinojepa. Cuenta Gerardo que en cierta ocasión ayudaba a un alumno a recordar alguna serranilla, y recitaba lentamente la famosa del marqués de Santillana en espera de que el examinando la recordase. «Moça tan fermosa non vi en la frontera...como la vaquera...de la...» En este punto, al muchacho se le iluminó la bombilla del caletre y soltó triunfante: «De la Jinojepa». Y el poeta agarró inmediatamente la palabra y creó las jinojepas.
El poeta José Hierro inventaba palabras, jitanjáforas sueltas, para que jugaran sus nietos, y Rafael Alberti llena de jitanjáforas su poema a ese inquietante pintor que es El Bosco, donde un diablo siebre, notiebre, sipilipitiebre, mandrica y pilindrica, rabudo y cornipelambrudo, mosquiconejea, peditrompetea por un embudo. Los niños, y mejor las niñas, cantan a veces jitanjáforas, como esta, que es a medias jitanjáfora y afirmación inexplicada: «A la buli bulibá de la buli bulibancia, el cañón se lo llevan a Francia». Mi chacha Felisa deformaba a capricho las letras de las canciones, conocidas sólo de oídas, y creaba unas jitanjáforas muy sugerentes.
Los compositores, al escribir los «monstruos» para que los letristas se adapten al ritmo de la música, crean verdaderas jitanjáforas. De una de esas jitanjáforas viene la palabra suripanta. «La suripanta, la suripanta, metopé, belocá», habría escrito más o menos el compositor, y el letrista ponía esos sonidos en cristiano como Dios le daba a entender. «Suripanta» pasó, por culpa del cantable, a significar «corista» y luego «mujer casquivana», que con ese significado la usaba mi bisabuela. Y don Juan Valera, cachondo solemne que se iba de niñas con don Serafín Estébanez Calderón, la llevó a la Academia y al Diccionario. Bueno, pues «aserejé ja deje tejebe» y que Dios reparta suerte.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete