Los fallos del Nobel
PARÍS. El caso español parece capital para entender el alcance dramático de los desvaríos Nobel. Entre 1901, el año del primer galardón, y 1956, el año de la concesión del premio a Juan Ramón Jiménez, la Academia sueca sólo había distinguido a José Echegaray (1904) y Jacinto Benavente (1922). Sin hacer sangre, ¿qué pensar de un premio concedido a tales autores, en detrimento de Baroja, Antonio Machado, Azorín, Unamuno, Valle-Inclán, Ramón Gómez de la Serna u Ortega?
Los académicos suecos apreciaban a Benavente y Echegaray. Pero tal juicio de valor pone en evidencia una ignorancia abismal ante la obra de quienes en verdad echaron los fundamentos de la literatura española contemporánea. Ante tal desafuero, el silencio ominoso sobre los escritores españoles en catalán pudiera parecer menos escandaloso, cuando es igualmente significativo. El Nobel ya premió a Mistral (occitano francés) el mismo año que a Echegaray. Sin embargo, Joan Maragall, Josep Carner o Josep Pla son autores canónicos para entender una cultura en la que se escribía filosofía antes que en otra lengua europea.
Tras la Guerra Civil, los premios concedidos a Vicente Aleixandre (1977) y Juan Ramón (1956) son, sin duda, ejemplares en distinta medida. ¿Puede dudarse que el autor de «Platero y yo» es el primero o el segundo de los poetas españoles del siglo XX? Sin embargo, ¿puede premiarse a Aleixandre en «detrimento» de Lorca, Cernuda, Guillén o Miguel Hernández? En el terreno novelesco, el premio concedido a Cela (1989) parece poco discutible.
En Hispanoamérica, tampoco
Ampliado el debate a las literaturas escritas en español fuera de España, se reabren problemas muy similares. El primer autor, autora, hispanoamericana, galardonado con el Nobel fue Gabriela Mistral (1945), seguida de Pablo Neruda (1971) y Octavio Paz (1990), autores evidentemente cardinales. Pero, al margen del puesto liminar de Rubén, a caballo entre dos siglos, ¿resumen esos tres nombres la gigantesca eclosión de las literaturas hispanoamericanas? ¿Es posible entender México y las culturas españolas del siglo XX sin los ensayos de Alfonso Reyes y la poesía de López Velarde? ¿Hay autores más indispensables que Borges o César Vallejo para intentar entender la modernidad de las letras americanas?
Hubo que esperar a 1967 para que la Academia sueca descubriese a un novelista hispanoamericano, Miguel Ángel Asturias, seguido de Gabriel García Marquez (1982). Elecciones excelentes, como dudarlo. Pero ¿qué hacer con patriarcas como Horacio Quiroga, gigantes como Juan Carlos Onetti, arquetipos ejemplares como Rulfo, o revolucionarios como Julio Cortázar?
Las literaturas francesas han sido galardonadas excepcionalmente, con autores como Romain Rolland, Anatole France, Henri Bergson, Roger Martín Du Gard, André Gide, François Mauriac, Albert Camus, Jean Paul Sartre, Samuel Beckett (¿autor irlandés en lengua francesa? ¿autor francés de nacionalidad irlandesa?), Saint-John Perse, Claude Simon. Nómina excelente, de la que quizá sobren algunos nombres, y en la que faltan los únicos autores esenciales: Marcel Proust y Louis Ferdinand Celine. No es un secreto que la Recherche proustiana y el Voyage celiniano son gigantescos aerolitos capitales: olvidarlos es peor que un delito de ignorancia frívola.
Las literaturas en inglés, en Inglaterra, Irlanda y los EE.UU. han estado generosamente premiadas, en detrimento de los autores de antiguas colonias (entre los que hay pocos representados, como Tagore), con olvidos asombrosos. Hay nombres premiados para todos los gustos: Kipling, Yeats, Shaw, Sinclair Lewis, Galsworthy, O'Neill, Pearl S. Buck, Eliot, Faulkner, Winston Churchill, Hemingway, Steinbeck, Saul Bellow, Golding, Toni Morrison. relación donde se confunden de manera patética lo sublime (Eliot), lo trivial (Buck) y el más tórrido oportunismo (Churchill). La sola ausencia de Henry James, Joseph Conrad, James Joyce y Vladimir Nabokov (¿escritor ruso en lengua anglo americana?, ¿autor apátrida de origen ruso?) ya desbarata de manera catastrófica tal retahíla arbitraria y oportunista.
El caso de las literaturas germánicas es igualmente ejemplar. Thomas Mann y Hermann Hesse son figuras colosales, premiados en compañía de autores como Theodor Mommsen, Hauptmann, Heinrich Böll, Elias Canetti, Günter Grass o Elfriede Jelinek. Cualquier estudiante de bachillerato debiera saber que el poeta alemán más grande del siglo XX fue Rilke. Y no es un secreto que las obras de Kafka, Musil y Paul Celan son indispensables para intentar comprender el destino de toda Europa. Tales olvidos sólo reafirman una patética insolvencia crítica. Y, aceptado con respeto el premio concedido a la Jelinek, ¿cómo olvidar que el único escritor de lengua alemana, posterior a Rilke y Kafka, y que puede compararse con ellos, sigue siendo su compatriota Thomas Berhard?
En italiano, los jurados del Nobel han juzgado con buen tino la poesía contemporánea, concediendo su premio a Eugenio Montale y Salvatore Quasimodo. De la magna trilogía italiana contemporánea solo falta Ungaretti. Por el contrario, la nómina de novelistas, dramaturgos y ensayistas sufre de arbitrariedades siempre patéticas. Valgan Carducci, Pirandello o Dario Fo. Pero ¿qué pensar de un jurado que premia a un Fo e ignora a autores como D'Annunzio, Benedetto Croce, Dino Buzzati, Italo Svevo, Cesare Pavese, Vasco Pratolini o Italo Calvino?
La moda, la rareza, la política...
La obsesión por la moda, la «rareza» o la «política» de muy diversa especie precipita injusticias flagrantes. En portugués, se premia a Saramago. Pero ¿cómo olvidar el magisterio fundacional de Mario de Sá Carneiro, Fernando Pessoa, Miguel Torga o Edouardo Lourenço? En ruso, está muy bien premiar a Soljenitzsyn, Pasternak o Brodski, pero ¿pertenecen a la misma categoría que Sholokhov? ¿Qué hacer con autores como Babel, la Ajmátova? El Nobel de Literatura comenzó a concederse en 1901. León Tolstoi murió en 1910. ¿Puede tomarse en serio un premio que comienza por ignorar al único autor contemporáneo que pueda compararse con los clásicos griegos?
Hubo y hay otras inmensas literaturas europeas, africanas, asiáticas, americanas. Hay premios Nobel ejemplares (como el de Isaac Bashevis Singer, entre tantos otros). Pero un galardón del siglo XX que ignora a Tolstoi, James, Conrad, Proust, Joyce, Kafka, Rilke, Borges o don Pío Baroja, es un premio ignorante, insensible o al margen del Gran estilo en el que se funda toda nuestra civilización.
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