Subidos a la jardinera
El Bus Turístic es una de las atracciones turísticas de más éxito en Barcelona, donde comenzó a funcionar hace 16 años. Un paseo por las dos rutas que ofrece el servicio permite conocer detalles ocultos del patrimonio barcelonés y ver cómo los visitantes se dejan sorprender por los atractivos de la ciudad

BARCELONA. «A estas alturas del año, la cifra de usuarios del Bus Turístic barcelonés ha superado ya, con mucho, el medio millón, con lo que las previsiones son muy óptimas», aseguró un portavoz de Transports Metropolitano de Barcelona (TMB). En su año 16, se espera que el Bus Turístic supere con creces el millón de viajeros del año pasado.
Los paseantes interesados pueden acceder al vehículo en cualquiera de las paradas de las dos rutas de que consta el recorrido completo de la Barcelona monumental, Norte y Sur. La frontera entre ambas es la Diagonal. La línea Roja hace dos incursiones por debajo de la Diagonal y es la más extensa y cruza los barrios altos.Se podría decir que está bajo el signo de Gaudí.
Puestos a empezar se puede subir al autobús, que viene a ser un híbrido de vehículo de dos pisos del transporte público londinense y las antiguas jardineras que nos llevaban hasta la playa de la Barceloneta, frente a la Sagrada Familia, lugar en el que confluyen dos líneas de Metro y varias de autobús. Un lugar de esos que resulta imposible de imaginárselo sin turistas, desde hace décadas. Por Mallorca marchamos hacia Diagonal y, girando frente al monumento a mossen Cinto, ascendemos hacia el laberinto de callejuelas graciense, dejando a mano izquierda la antigua fuente de Hércules, de finales del XVIII, que ha conocido varios emplazamientos; y el recuerdo de la antigua fábrica Elizalde -hoy bloques de pisos- de cuyo cañoneo naval todavía hablan los viejos barceloneses. El parque Güell y todo lo que reúne merece un alto en el camino y un recorrido a pie.
Un general argentino
Escorial, Travesera, Lesseps y General Mitre, un antiguo presidente de Argentina, nos acercan hasta el Tibidabo y su tranvía azul, que está a punto de tener compañeros -después de haber sido durante décadas una especie de recuerdo arqueológico, sólo falta que lo prolonguen hasta Diagonal- recuerdan la pluriculturalidad barcelonesa, en el callejero. Los jardines de la Tamarita, con todo su encanto dieciochesco, bien merecen un nuevo descenso. Los más veteranos recordarán que su inmueble central albergó una «checa», cuando la Guerra. Las guías ofrecen someras explicaciones en varios idiomas, el público es paciente y se lo toma todo con cierta indiferencia y parloteo, como un cierto automatismo, hecho de muchos viajes.
El monasterio de Pedralbes es una explosión del gótico en pleno extrarradio, pero con las clarisas dentro y una famosa colección de pinturas como valor añadido. El palacio de Pedralbes y sus museos, el estadio del Barcelona, y Diagonal abajo hasta Balmes, la calle más cara de Barcelona, de nuestros chistes escolares -«per que val mes»-.
Giro hacia plaza Cataluña y posibilidad de ir a ver el complejo de museos que floreció en torno a la Casa de Caridad. Paseo de Gràcia arriba hasta el «lápiz», el monumento más atacado, reformado y maquillado de la ciudad, y otra vez Diagonal en dirección al Mar, hasta el monumento a Verdaguer.
Catedrales y capillas
La ruta azul o más cercana al mar, contonea la vieja Barcino, por lo que su carga historicoartística es más densa si cabe. Puestos a entrar en ella por un lugar emblemático, optamos por Colón, hasta girar hacia la Barceloneta, resbalando por el muelle de Bosch Alsina, que tantos sobrenombres ha tenido. Por Plaza de Antonio López, siguiendo el rastro de la casi desaparecida Vía Icaria, que durante muchas décadas exhibió en sus fachadas los sarpullidos de metralla de julio del 36. Las obras del 92 supusieron un cambio tan radical que a los viejos paseantes les parece encontrarse en la escena final de «El planeta de los simios». Nuevo giro, regreso por Vía Icaria y su aberrante decoración central, y paseo de Circunvalación, donde los inquilinos más famosos del Zoo se vislumbran detrás de la alta tapia. Vía Layetana arriba, las opciones para un alto son múltiples: La Catedral, los restos de Barcino, en los subterráneos del Museo de Historia de la Ciudad, el Palau y una de las plazas más simpáticas de Barcelona, Urquinaona, que pocos saben debe su nombre a un obispo.
Ramblas al fondo
De todos los espacios con leyenda ciudadanos, las Ramblas es el más famoso e indefinible: los nostálgicos recalcitrantes hacen una incursión por Canaletas. De aquí hasta el final de Tarradellas el recorrido es común en ambos circuitos. Por la avenida abajo se llega a la estación de Renfe y bajando por Tarragona los turistas «flipan» con dos elementos tan heterogéneos como «el falo de Miró» -la escultura «Dona i ocell»- y ese grandioso recital del neomudejar que es la plaza de las Arenas, que muchos creen es un recuerdo del paso agareno por la urbe. El recuerdo de la Exposición del 29, aunque haya que poner el prefijo neo al estilo de todos los monumentos que se vislumbran, es también un plato fuerte. Para muchos turistas de a pie -los otros ya tienen asesor de imagen- pesa bastante más el Pueblo Español que la antigua Casaramona. Más arriba, la torre Calatrava y las instalaciones olímpicas del 92 añaden la nota descuidado-futurista de la ciudad.
Los aficionados a las glorias castrenses pueden subir en funicular al castillo, donde hiedras y arbustos oportunamente distribuidos van tapando los impactos, en los fosos, de los diversos fusilamientos. Miramar, más jardines, mirador con vistas sobre el puerto y posibilidad de coger el famoso Aéreo supraportuario, que por alfas o por nefas ha estado fuera de funcionamiento la mayor parte de su historia. Finalmente, visión costera del Museo Marítimo, la Aduana -de hace un siglo-, uno de los pocos edificios que conserva en su mampostería, la metralla aérea.
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