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Kaczynski: un destino nacional

El presidente Kaczynski ha encontrado su fin allí donde parece un destino nacional; para Polonia ha sido como el mito revivido: ahora sí que difícilmente podrá ya olvidar Katyn, el lugar donde dos veces en 70 años un pueblo se ha sentido descabezado.

Pocos lugares parecen cuadrar mejor a un presidente patriota y anticomunista, que quería un estado fuerte, y devolver con él la autoestima a un país, que veía timado por la atrabiliaria transición; alguien de campo y bregado, que nunca entendió cuál era, para los occidentales, la parte incorrecta de “decir lo que uno piensa”, como dice Christopher Bobinski, director del «think tank» Unia I Polska.

Lech Kazynski era la segunda parte, menos brillante, de un duo de gemelos que fueron estrellas de cine, antes de dejar los focos por la agreste militancia del sindicato Solidaridad. Durante el bienio en que coincidieron ejecutivamente (2005-2007) Jaroslav y Lech fueron tenidos por nacionalistas y estrechos, tanto como por animosos reformistas de lo que llamaban la nueva cuarta República: fuerte, abierta y respetada.

Tuvieron un programa más de oposicion que de gobierno. El primer desliz de los Kaczynski fue terminar coincidiendo en la presidencia y en el ejecutivo; el segundo, prescindir de los liberales y su europeísmo, para aliarse con los chauvinistas de una radio de barricada e incívica como Radio Marija; otro fallo fue tornarse cara al pasado, el día que tocaba el gran salto al futuro de la integración europea: la sociedad polaca –que un 60% los llegó a apoyar- iba ya sin embargo muy por delante de sus dirigentes.

La victoria de la Plataforma Civica de Tusk, en 2007, dio por cerrado el receso, pero dio paso a una litigosidad constante, entre el presidente y el primer ministro, típica de los herederos de la lucha de Solidaridad: desde representatividad y personalismos a politica económica y diplomática. Lo cierto es que en los años inmediatos a su acceso a la Unión Europea, Lech Kaczinski no ayudó a disipar la tendencia occidental al aspaviento y algún claro prejuicio anti polaco.

La radio y la TV polacas han dado muestras todo el día de la inmensa consternación popular, la margen de las opiniones políticas que habían dejado ya de ser favorables a Kaczynski. De cerca era cálido y divertido, aunque encajaba muy mal la crítica. Angela Merkel, con la que no se entendió nada bien, se ha dicho “profundamente conmocionada” y Gordon Brown lo ha calificado como “un apasionado patriota y un demócrata”. El presidente ruso ha remarcado el “duelo común de rusos y polacos” por esta tragedia.

Menos conocido es que junto a Kaczynski, el gobernador del Banco de Polonia y el estado mayor del ejército, ha fallecido también otro presidente: el último del gobierno democrático en el exilio, Ryszard Kaczorowski, ex preso en Siberia y héroe de Montecassino. Como decía un observador en la radio polaca: “es como si se hubiera estrellado contra un rascacielos el avión en que estadistas y familiares de las víctimas acudían a conmemorar el 11-S”.

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