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Adiós a la «mili»

Cumpliendo una promesa electoral, recogida del sentir y el pulso que mueven a la sociedad, el Gobierno del PP aprobó ayer la supresión definitiva del Servicio Militar, a través de un real decreto que constituye un hito histórico y que consolida la apuesta por un nuevo modelo de Fuerzas Armadas totalmente profesionales. El próximo mes de enero, en ningún cuartel español habrá militares de reemplazo. Dentro de unos días, partirán hacia sus unidades de destino los últimos jóvenes que cumplirán los nueve meses de «mili», un contingente que cierra el que comenzó a formarse hace casi dos siglos y por el que han pasado millones de ciudadanos que prestaban así un generoso e imprescindible servicio a su Patria. En este momento del adiós a la vieja institución no han de soslayarse los beneficios que, en general, la recluta forzosa ha deparado a España y a muchos de sus protagonistas. En primer lugar, su instauración supuso una equiparación de todos los españoles, independientemente de la clase social o poder adquisitivo que tuvieran, que terminaba con privilegios sonrojantes como el de la «redención en metálico», aquel pagar a otro para que fuera movilizado en lugar de uno. Se compraba, en definitiva, el no servir a España y, en casos de conflicto bélico, el que otro muriese en su lugar.

El Servicio Militar fue asimismo un medio de integración y cohesión social que, en otros tiempos, valió para conectar a los españoles con distintas partes de España que, debido a las malas comunicaciones, eran casi remotas pese a estar sólo a varios centenares de kilómetros. Hoy, la evolución del país permite sustituir ese mecanismo de vertebración por otros. Para los jóvenes residentes en zonas depauperadas o subdesarrolladas, la «mili» también fue despensa y escuela. En otros tiempos, algunos reclutas se han quitado el hambre en los cuarteles. Paralelamente, y de esto no hace tanto, decenas de miles de jóvenes fueron alfabetizados en los descansos que dejaba el oficio de las armas. No es ésta una defensa nostálgica de algo caduco ni el recuerdo alcanforado de francachelas de campamento, sino una realidad histórica que consolidó a la «mili» como uno de los más perfectos exponentes del principio de igualdad entre todos los muchachos españoles.

Pero las sociedades evolucionan al mismo tiempo que los problemas y las necesidades de los ciudadanos. Hoy, aquel modelo está ya superado, al menos eso señalan todos los sondeos de opinión: alrededor del 80 por ciento de los españoles está a favor de la supresión del Servicio Militar obligatorio, un tercio más que hace sólo quince años. El aumento imparable de los objetores, otra pista útil para el cambio, estaba quizás más ligado a la búsqueda de una forma de realizar un servicio menos sacrificado o personalmente oneroso que a cuestiones de conciencia.

Esta evolución indica la sintonía social con la idea y los beneficios del modelo profesional. La medida tendrá sin duda un efecto expansivo sobre los jóvenes, que mirarán con más optimismo sus expectativas laborales, sin temor alguno a que la «mili» o la Prestación Social se lleven por delante una oferta de trabajo interesante o quizás imprescindible. Es el caso, por ejemplo, del millón largo de mozos con prórroga que, al adelantarse el final de la recluta obligatoria, quedan exentos desde ayer de prestar el Servicio Militar.

El ministro de Defensa, Federico Trillo, ha anunciado que los tres últimos llamamientos podrán, si así lo quieren, prolongar tres meses su estancia en las FAS cobrando el sueldo anual de un soldado profesional. Se trata de cubrir la transición entre uno y otro modelo, y reparar los desajustes que sufre el nuevo en estos sus primeros pasos. El propio Trillo reconocía las dificultades que su Ministerio encuentra para «retener» por medio de prórrogas de contrato a quienes acuden a los llamamientos que Defensa realiza. En este sentido, y una vez que se ha apostado por la profesionalidad, el Gobierno ha de proveer de recursos económicos al proyecto y articular una oferta atractiva para los jóvenes, competitiva en el mercado laboral y en el de la formación, con el fin de evitar que el Ejército se pueble de desfavorecidos o marginados sociales o, simplemente, que quede desabastecido. No vayamos a tener que envidiar, más allá de la nostalgia, los beneficios que pudo aportar la «mili» que ayer nos dijo adiós.

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