Achero
Veo «El Bola» de Achero Mañas una semana antes de los Goya. En el silencio de la sala cinematográfica, mientras me admira su talento artístico, algo más que en ciernes, recuerdo a ese muchacho, ya director de cine, cuando empezaba. Lo recuerdo al lado de su padre, Alfredo Mañas, rodeado por otros miembros de su familia, en un pase privado sólo para algunos amigos, antes del estreno de «El rey del río», de Manuel Gutiérrez Aragón, en 1994. Y acabo de verlo por televisión la noche de los Goya, desde mi habitación del Hotel Cristina, junto a la Playa de Las Canteras, en Las Palmas de Gran Canaria, hecho un hombre de cine, completo y derecho.
Su preocupación y denuncia de los malos tratos a los menores de edad queda tatuada en una espléndida película que no parece precisamente una ópera prima. Es lo más probable que «El Bola» sea el punto de partida de un futuro mucho más claro en un panorama industrial tan confuso donde Achero Mañas debe tener un lugar alejado de la incertidumbre cotidiana de este modo de hacer arte. Recuerdo a Alfredo Mañas tomando tragos conmigo, hablando los dos sin parar y casi interrumpiéndonos a cada palabra, en los alrededores de la SGAE, Madrid, Pub de Santa Bárbara, cervecerías y cafetines. El mismo Alfredo Mañas vital y lleno de proyectos irrealizables, locamente lúcidos, con guiones y escenarios imaginados por la fuerza de una fe superior a las crisis constantes del teatro y el cine; el mismo Alfredo Mañas que falleció poco tiempo antes de que Achero cobrara la pieza mayor del cielo cinematográfico español en plena juventud, un Goya; el mismo Alfredo Mañas que podía sacarle a cualquiera los colores citando párrafos completos de las obras de Galdós y Valle-Inclán, dos genios que en la voz doméstica y cómplice de Mañas resultaban consanguíneos y nunca contradictorios, con Luis Buñuel asomando por las esquinas de esos dos espejos siempre insoslayables.
Recuerdo su conversación llena de vitalidad y humor de todas las retrancas, sus cabreos ante ciertas indignidades y su ironía comprensiva en otros tantos sucesos, qué talento el de Mañas dentro de tantas incertidumbres. Y veo ahí, Goya en alto, a Achero citando y recordando a su padre. Y lo recuerdo en «El rey del río» y veo «El Bola» y su descubrimiento del niño actor Ballesta. De casta le viene al galgo, que así —de largo y desde el principio— se distingue de los podencos, siempre efímeros y oportunistas.
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