Cada vez más crímenes
Las tres últimas muertes violentas registradas en Madrid en apenas veinticuatro horas han elevado a noventa y tres el número de asesinatos en la Comunidad a lo largo del año que termina, lo que quiere decir que se produce uno cada 3,6 días. Ya de por sí la cifra resulta espeluznante, pero lo es mucho más si se tiene en cuenta que se ha cometido medio centenar de homicidios más que el año pasado, en que hubo cuarenta y tres. Madrid ha escalado puestos en la funesta clasificación de violencia en capitales europeas, y ya supera, en proporción, a ciudades como Londres, París o Roma.
En el mes de julio -el más trágico del año, con dieciséis muertes violentas-, la Delegación del Gobierno puso en marcha un plan de seguridad para frenar la escalada de violencia. Cinco meses después, el plan se ha revelado como absolutamente ineficaz.
Los responsables policiales han señalado en el aumento de la población inmigrante -que ha crecido un 34 por ciento con respecto al año pasado- la causa principal de esta situación. En respaldo de esta teoría se aporta el dato de que siete de cada diez asesinatos se producen como consecuencia de reyertas entre delincuentes extranjeros a causa de venganzas o ajustes de cuentas. No hay pues, según dichos responsables, proporcionalidad entre el aumento de los homicidios y el de la seguridad ciudadana.
No obstante, pese a la lógica que pueda contener esta teoría, no pueden desvincularse estos crímenes del creciente clima de inseguridad que se vive en Madrid, ni pueden tratarse como hechos aislados. Mucho menos si se tiene en cuenta que, según datos aportados por el Sindicato Unificado de Policía, el número de delitos cometidos en Madrid ha crecido más de un 20 por ciento. Y que la delincuencia preocupa a los madrileños lo prueba el hecho de que sea, según una encuesta publicada en septiembre, el segundo problema que más inquieta a los ciudadanos de la Comunidad.
Y preocupa porque es cierto. El ministro del Interior, Mariano Rajoy, reconoció hace dos meses en el Senado el aumento del número de delitos cometidos en Madrid. Son frecuentes los robos con violencia e intimidación en comercios, especialmente en joyerías; la sustracción de vehículos y los hurtos en la vía pública, con trucos y añagazas que conoce buena parte de la población, pero a los que no parece ponerse remedio.
En cualquier caso, y si nos ceñimos al aumento de la criminalidad, sí parece que su desorbitado y alarmante aumento tiene causas muy concretas, y que se trata de un problema absolutamente localizado. No obstante, no parece existir una reacción policial ni de los responsables de seguridad acorde con él.
Si resulta tan falso como injusto culpar de esta situación al incremento de la inmigración, también sería demagógico ocultar que existe una probada relación entre ambos factores. Negarlo es actuar con un progresismo postizo, y cualquier solución que quiera llevarse a cabo ha de pasar por aceptarlo. El asentamiento en Madrid de bandas organizadas de delincuentes -la mayoría de ellos extranjeros- es la columna vertebral del problema, y ha de incidirse en la lucha contra ellas para atajarlo. Medidas como la exigencia de visado para los colombianos que quieran entrar en nuestro país -se trata del colectivo más involucrado en los actos criminales- son dolorosas pero necesarias para poder establecer un mayor control que ayude a evitar la entrada en España de delincuentes.
Lo que resulta claro es que no pueden ponerse paños calientes a esta situación, cuya gravedad es cada vez mayor, y que amenaza con convertirse en insostenible. No pueden las autoridades nacionales, autonómicas y municipales escudarse en el origen coyuntural del problema. La sensación de inseguridad es cada vez mayor entre los madrileños (y Madrid es, como tantas veces, la cara de España, sobre todo ante el exterior), y sólo se solventa con una mayor presencia y actividad policial. Urge poner en manos de las Fuerzas de Seguridad los medios necesarios para devolver a los ciudadanos la tranquilidad perdida y para hacer de Madrid una ciudad cada vez más segura.
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